Cuando se despertó del Covid, el volcán estaba allí

La situación es la siguiente, un volcán tiene tres fases: sismos previos, una erupción con coladas de lavas y, finalmente, un proceso de desgasificación. En Canarias los primeros son los más peligrosos, de hecho, los fallecidos en anteriores volcanes han procedido principalmente por los derrumbamientos de edificios causados por los temblores de tierra anteriores a la erupción. La segunda fase es la más impactante: el tremor en los huesos, los colores vivos, el olor a azufre y la ceniza en la piel llegan a hipnotizar, la destrucción es imparable y más aún cuando ésta dura 85 días sin tregua. Y luego llega la tercera fase con un enemigo silencioso y desconocido: los gases, en concreto el dióxido de carbono (CO2).

El aire en estado puro se compone de un 78% de nitrógeno (N2), un 21% de oxígeno (O2), un 1% de argón (Ar) y un 0,04% de (CO2) o si lo medimos en partículas por millón: 400 ppm. El CO2 tiene una densidad más grande que el resto del aire lo que lo convierte en un gas pesado y por tanto tiende a hundirse y acumularse en los pisos bajos y sótanos de los edificios. En el caso del Tajogaite se han detectado altas concentraciones de hasta 200.000 ppm de origen magmático en algunos puntos concretos de los pueblos costeros de Puerto Naos y La Bombilla, lo que hacía que en esos puntos el nivel de CO2 desplazase el oxígeno del aire y no se pudiese respirar. Así que durante casi2 tres años ambos pueblos han estado cerrados por el riesgo a la vida que ello implicaba.

Estos pueblos de 1.500 viviendas y un hotel de 4 estrellas que si sumamos camas serían 6.000 camas en una isla de 80.000 habitantes, habían superado la pandemia del Covid-19 que les afectó especialmente por su potencial turístico. Sin dar tiempo a quitarse las mascarillas se habían salvado del recorrido de las coladas de lava por dos escasos kilómetros, y entonces se encontraron con un reto nuevo. Y sí, era un reto y era nuevo ya que nunca se había encontrado un caso similar en el mundo, al menos de esta magnitud, si tenemos en cuenta la Isla Vulcano en las Eolias (Sicilia) o la también macaronésica Sao Miguel (Azores).

El tiempo pasaba y los gases no se iban. (A fecha de este escrito y tras tres años la tendencia es constante y proyectar la constancia, en este caso, no es halagüeño). Así que había dos opciones: esperar y acabar declarando la zona como catastrófica, cerrarla y convertirla en una especie de Pripiat, la ciudad fantasma al norte de Chernóbil, lo cual era la opción más conservadora y quizás la más sencilla. Y luego, como en todas las encrucijadas estaba tomar la opción correcta, que no siempre es la más fácil, pero siempre es la que hay que adecuada. No en vano el volcán nos había quitado demasiadas cosas, que no pueden pagarse con todo el dinero del mundo, porque el valor real incluye intangibles que no se pueden pagar ni reconstruir. Y se tomó.

El primer paso ante un problema es rodearse de los mejores en la materia, por lo que convocamos a los organismos e institutos y centros especializados IGN, Involcan, IGME, ICCET… y se buscaron a los mejores científicos españoles, algunos se iban a la Antártida o a Japón y hubo que traerlos. Posteriormente convocamos desde el Comisionado para la Reconstrucción en el Ministerio de Presidencia del Gobierno de España y nos reunimos en el Observatorio del Roque de Los Muchachos para la primera fase y, un año y medio más tarde, nos reunimos para la segunda y tercera fase en el Complejo del Palacio de la Moncloa, en ambos casos se les planteó el problema, se buscaron soluciones y se les dotó de recursos económicos y humanos y todo el soporte legal necesario. Y entonces la máquina de la ciencia empezó a luchar contra las fuerzas de la naturaleza.

Establecimos tres fases: la primera de monitorización: necesitábamos conocer dónde y cómo se comportaban los gases, la segunda de elaboración y aplicación de protocolos de actuación y la tercera de medidas de mitigación. Para ello se diseñaron medidores específicos de CO2, se instalaron en las viviendas que se conectaron en red con un Centro de Control 24 horas, se realizó un mapeo de terrenos con gradientes de presión, se desarrollaron pinturas que hicieran de impermeable como las ya existentes para el agua o más aún para el gas radón, pero en este caso aplicadas para el CO2, se realizaron sellamientos y canalizaciones para que el gas con más virulencia saliera a zonas controlables, se desarrollaron e instalaron mecanismos de ventilación forzada que aspirase el gas de los sótanos y bajos y lo extrajese al exterior donde se mezclaba y diluía con el aire puro, se usó la inteligencia artificial para anticipar las evoluciones de los gases en función de las mareas, lunas y temperatura, se fijó un cuerpo de bomberos local 24 horas para actuaciones, todas mañanas de los martes en el Cabildo de La Palma en el Peinpal (Plan Territorial Insular de Emergencias de Protección Civil) hacíamos seguimiento, se elaboraron protocolos y se dio formación a la ciudadanía mientras el personal científico daba información a los medios…

En paralelo manteníamos las ayudas del escudo social: ertes, cesantías de autónomos, alquileres, bonificaciones fiscales, moratorias de hipotecas… en tanto en cuanto se aplicaban las medidas y se llevaba a cabo una desescalada progresiva a medida que los afectados podían volver a sus hogares y empleos.

Y se fue recuperando casa a casa, negocio a negocio, luego abrió el hotel cuyos dueños decidieron invertir en él y pasar de ser un Sol de 4 estrellas a convertirse en un Meliá de 5, se recuperaron empleos, la playa volvió a activarse y paso a paso se va recuperando lo que el volcán había tomado prestado.

¿Y los gases? Pues los gases aún no se han ido, y no se sabe cuándo lo harán, al fin y al cabo, vivimos en islas volcánicas y éste es el tercer volcán que ven mis padres en La Palma. Lo que hicimos fue aprender a convivir con ellos: localizarlos, estudiarlos, canalizarlos, aislarlos, diluirlos y entonces, sólo entonces: vencerlos

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