Maldita burocracia canaria

El contratiempo fundamental que tenemos en Canarias no es una cuestión puntual o accidental, ya quisiéramos que fuera así, sino crónica o enfermiza

Hasta aquí hemos llegado, no podemos seguir igual como si no pasara nada. La tesitura es tan catastrófica, que necesita medidas urgentes que pongan alguna solución al desmadre de una Función Pública carente de eficacia gestora. Claramente no sirve, es más, sólo es buena para molestar. Estorbadora, más que ayudadora. Lenta hasta la impaciencia. Incumplidora de los plazos de resolución de expedientes o licencias como norma de conducta habitual, sin ninguna responsabilidad por los retrasos, sin que nadie asuma obligaciones o alguna inhabilitación, dando mal ejemplo a los ciudadanos o empresas, a los cuales, por el contrario, son muy expeditos al exigir los tiempos establecidos por la Normativa vigente para pagar impuestos, con los que se nutren los buenos y seguros sueldos de los que no terminan nada o dejan caducar papeleos, certificaciones, documentación, recursos, informes y demás andanzas. Definida como como aquella actividad que realiza la Administración para poder alcanzar sus objetivos o también la que desarrolla de manera directa o delegada, con el objeto de cumplir su fin último: el interés general, es una aberración o si se quiere suavizar el termino perversión de lo que debería ser un servicio público eficaz.

Los empresarios y en particular, los promotores y constructores y todo el amplio abanico de actividades que comprende el sector de la construcción, estamos verdaderamente hartos, extremadamente cansados y ciertamente indignados, con lo que tenemos que enfrentarnos día tras día, pero nunca vencidos porque no lo conseguirán jamás. Es una verdadera batalla de ver quien aguanta más, si la supervivencia de la empresa, con el esfuerzo titánico del empresario o empresaria para mantenerla viva, con el empleo y la riqueza social que engendra o la torpeza demostrada por una administración pública que no tiene como mínimo vergüenza, ni ritmo y menos ganas de trajinar. Hay una frase que lo resume todo de manera elocuente, “la burocracia es el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil”. Las generalizaciones siempre son erróneas, porque no todos son iguales, pero si es cierto que los defectos, malas praxis, el trabajo calmoso, pausado y sosegado, es una característica más que generalizada, habitual y heredada, que se prolonga en el tiempo, porque el que se mueve no sale en la foto o encuentra la incomprensión de los compañeros, es decir, que no se arrime mucho el hombro, porque puede cundir el ejemplo y entonces habría que trabajar con productividad.

Mientras tanto, los responsables públicos, también víctimas de primer orden de lo que padecemos en el tejido empresarial y la ciudadanía en general, dicen que no pueden hacer nada, que al final o al principio, da lo mismo desde la perspectiva en que se vea, tienen las manos atadas y todo depende de la firma correspondiente del empleado público que da su aquiescencia o su negativa, porque actuar de otra manera sería prevaricación. Se quedan en la queja y no pasan de ahí, como si el problema de la mala gestión no les incumbiera, haciéndose entonces corresponsables. También hay políticos, que mirando para otro lado o cerrando los ojos para no ver lo que verdaderamente está pasando, deja correr el tiempo para perderlo y llegar a las próximas elecciones sin complicaciones, al fin y al cabo, si está ocupando un cargo público, ya tiene asegurado el salario, a partir de ahí, que más le da solucionar los problemas de los demás, si ya tiene resuelto el propio y el de su familia. Aquí va muy bien la frase de Paulo Coelho, “cuando un político dice que acabará con la pobreza, se refiere a la suya”.

Tenerife cojeando

Tiempos convulsos los que vivimos imperando el frentismo, definiéndolo como la práctica de ser y actuar que apuesta abiertamente por la confrontación entre dos caras políticas opuestas. Proponer el diálogo, acuerdo o consenso como forma habitual de comportamiento parece fuera de lugar. Es políticamente incorrecto y menos aceptable, siendo rechazado de plano con los hechos y las palabras de los responsables públicos de todos los partidos políticos, no se salva ninguno, se han metido en un verdadero charco de fango, que es donde disfrutan los patos y en este caso los patosos.

Hay pensadores que dicen que los conflictos existen siempre y hay que entenderlos. Otros, plantean que muchas cosas buenas surgen de la disputa, “apagar el fuego con gasolina”. También está la corriente intelectual que plantea que las pugnas se resuelven por consenso o por violencia. Un famoso empresario americano constantemente en sus alocuciones públicas manifestaba que la mayoría de las personas gastan más tiempo en hablar de los problemas que en afrontarlos y por último no puedo dejar de trascribir literalmente la frase de la escritora británica Vivian Greene, que de una manera hermosa nos dice que “la vida no es dejar que pase la tormenta. Es aprender a bailar en la lluvia”.

Otra característica que llena las bocas de los políticos que sobrellevamos con resignación manifiesta es la palabra “país”, la vicepresidenta Yolanda Díaz, es la precursora de dicha moda que se ha impuesto a base de machaconería, porque cuando logra encadenar una frase con sustancia o entendible, cosa harto difícil, pues no se entiende ni ella misma, de cuatro vocablos, en cinco veces repite la palabreja mencionada. Un solo ejemplo basta para demostrarlo sacado de un titular de una emisora de radio de ámbito estatal en una intervención suya en el Congreso de los Diputados “Yolanda Díaz señala la verdadera vergüenza que España tiene como país y se lleva el aplauso de Twitter. La ministra defiende la reforma laboral en el Congreso y parte de su discurso ha estado dirigido a la situación de los investigadores”. Los demás, verdaderos zoquetes, sean del partido que sea, la imitan porque tiene un tinte de progresía, rancio como alcanfor, haciéndola atractiva para la mediocridad de las mentes de la esfera pública, que le siguen el juego y ahora es la voz por excelencia. Cuanta simpleza, memez y necedad, todo junto y empaquetado.

Así es como andamos por estos lares, con ocurrencias más o menos simpáticas, originales, ambiciosas, todas llenas de vanagloria, pero insustanciales, mientras siguen galopando los problemas, aumentando las dificultades de todo tipo, tanto para los ciudadanos como también, para el entero tejido empresarial. Todo es artificial, pura propaganda necia, presentación de proyectos que nunca se van a ejecutar, ocurrencias varias, entre ellas siempre saldrá el túnel entre las dos vertientes de la isla, el valle de La Orotava y el valle de Güímar, por poner un ejemplo clásico en nuestra isla, que aparece o desaparece como el rio Guadiana, para desviar la atención, entreteniendo al personal, a base de mantener vivo un debate político, ideológico, partidista o social, para que no se llegue a comenzar nada y perder el tiempo como siempre ha sucedido. Tenerife sigue igual, que significa no avanzar. Atascada, colapsada y con las mismas colas de siempre. Cuánto me gusta el pensamiento de Agustin de Hipona cuando señala que “es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja”.

Que resuelvan, carajo

El 13 de abril de 1970, hace ya cincuenta y cuatro años, el astronauta Jack Swigert, en la misión Apolo 13 a la Luna pronunció la conocida frase, “Houston, tenemos un problema”, palabras que han pasado a la historia para significar de manera informal el surgimiento de un problema imprevisto resuelto posteriormente. Fue ejemplo de eficiencia oportuna en el momento adecuado. Eso cuesta mucho esfuerzo, trabajo, dedicación, profesionalidad y capacidad de superación. Lo cual hoy en día es una conjetura supina. Muchos problemas que padecemos son creados artificialmente, adrede o simplemente por torpeza, perdiendo más el tiempo en discusiones o disquisiciones sobre el mismo, que atajándolo de cuajo para acabar arreglándolo lo más rápido posible.

El contratiempo fundamental que tenemos en Canarias no es una cuestión puntual o accidental, ya quisiéramos que fuera así, sino crónica o enfermiza. Se trata de contar, mejor dicho, de contemporizar con una Administración Pública que no ayuda a los ciudadanos o empresarios como mínimo debería ser su función esencial. No pedimos máximos, sino lo justito para que ejecute su trabajo en tiempo y forma, sobre todo, con un atendimiento personal y presencial por parte de los miembros de la Función Pública, que en su propio nombre tiene la significación de servicio a los demás y no aprovechamiento propio, que puede ser que ocurra alguna vez o muchas veces, vaya usted a saber o padecer. No hay manera, cualquier trámite, expediente o licencia, se retrasa sine die, hasta cuando buenamente salga adelante, incluso, después de esperar varios años. Es el fracaso de lo público, como servicio a la sociedad y por el contrario, la valorización de la iniciativa privada como generadora de riqueza social, mayor calidad de vida y bienestar general.

Puede ser reiterativo volver sobre el mismo tema, ya sé de sobra que lo es, pero también tenemos que aguantar todos los días, mes tras mes y años multiplicados, siendo cada vez peor, con mucha flema británica, aquella que no se inmuta ante los sucesos de la vida sean positivos o negativos, a esa burocracia insoportable, ejemplo avezado de un déficit de gestión pública, que pone a prueba tanto la calma como la perseverancia. Porque nunca hay que rendirse ante las adversidades, aunque sean en ocasiones bastantes molestas, ya que el valor se mide por la constancia que se pone en el convencimiento de que hay que arreglar lo desconchado. Si no te hacen caso, pues protestas más, hablas con frecuencia del asunto, provoca reacciones para espabilar al que no se mueve, no hace nada o procura que los demás tampoco avancen. Si se mantiene en la misma posición de salida, entonces hay que acudir al recurso de empujarlo, con educación, para adelante, que se mueva, que haga, que trabaje, que actúe, es decir, que ejecute las funciones que le son propias.

Productividad, esa es la cuestión, definiéndola como la medición que refleja la relación existente entre los resultados de una actividad, el tiempo invertido en ella y los recursos que han sido utilizados para llevarla a cabo. Este indicador suele medirse en unidades de tiempo y expresa la correspondencia entre el trabajo y el producto final. Es lo que necesitamos cuantificar, medir y comprobar en lo oficial, estatal, gubernativo o administrativo de forma cotidiana y si no se hace hay que implementarla, porque cuando no existe, es una gangrena que causa infección a la entera sociedad y especialmente al sistema productivo económico, que no puede funcionar con la debida diligencia y eficiencia. No se arregla solamente contratando más personal, craso error, se corrige estableciendo registros para contrastar el cumplimiento de objetivos.

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