Suena a periodismo moderno. De ese que se obsesiona con un titular llamativo que provoque la necesidad del pinchazo, en los entornos digitales, o de seguir leyendo en publicaciones como esta. Pero en el caso concreto refleja la realidad de un CD Tenerife que sufrió el quinto descenso al tercer escalón del fútbol español. Puso fin así a una etapa estable en Segunda de 12 temporadas, en las que rozó en dos ocasiones el ascenso a la máxima categoría (2017 y 2022). En ambas se quedó a un suspiro de conseguirlo, pero, ni en una ni en otra, supo darle continuidad a ese intento y se sumió en una crisis irreversible en este último caso.
No fue este, a diferencia del anterior, un descenso a la categoría de bronce del fútbol español inesperado. En 2010 el Tenerife venía de Primera y construyó una plantilla faraónica para regresar cuanto antes a la élite. Esta vez se veía venir desde el verano: un cambio de entrenador disparatado y un ramillete de fichajes que empeoraban claramente el nivel de la plantilla invitaban al pesimismo.
Para encontrar similitudes con el anterior descenso, habría que referirse al gasto, puesto que el conjunto blanquiazul partió con el sexto tope salarial más alto en la temporada 24-25. Consumió, podríamos decir que malgastó, más de 12 millones de euros en un grupo de futbolistas que le conducirían al desastre. El otro parecido, en el banquillo. Como entonces, se eligió la peor opción posible para la dirección técnica. En 2010 fue Gonzalo Arconada, destituido después de cinco partidos oficiales con cero victorias. En 2024 le imitó Óscar Cano, que venía de descender a Segunda RFEF con el Sabadell, y que iguala los registros de cinco choques dirigidos con cero triunfos.
Siendo justos con el luego segundo entrenador del Zhejiang chino, habrá que referirse al nivel de los refuerzos llegados a la isla durante el verano. A saber: el portero Salvi Carrasco; los laterales David Rodríguez y Adrián Guerrero; los centrales Gayá, Juande y Rubén Alves; el mediocentro, luego reconvertido en mediapunta, Diarra; y los atacantes Cantero, Maikel Mesa, Marlos Moreno y Yanis Senhadji. Con esos bueyes poco se podía arar, como quedó demostrado más tarde.
En esta etapa de inscripciones se produjeron además dos traspasos inexplicables si no es por motivos económicos. El Tenerife se desprendió de Loic Williams y Alex Corredera, por los que ingresó apenas un millón de euros en total. Por el primero llegó un futbolista que se marchó en enero después de su bajo rendimiento de la primera vuelta. El segundo, en un puesto clave y con Aitor Sanz lesionado, se fue con el mercado cerrado y sin posibilidad de encontrarle un reemplazo. Otro paso hacia el abismo.
Con un punto conseguido sobre quince posibles decidió José Miguel Garrido pulsar el botón del relevo en el banquillo. Si el mercado veraniego fue el primer síntoma, su obstinación por tomar decisiones sin contar con un asesoramiento apropiado fueron el segundo y definitivo. Llegó Pepe Mel, a priori un técnico de reconocida trayectoria y un seguro para la situación clasificatoria del Tenerife. Por entonces, fuera de la isla la mayoría pensaba que acabaría saliendo de los cuatro últimos lugares de la clasificación. Pero no fue así. El técnico madrileño dejó un rosario de declaraciones curiosas, como cuando explicó después de caer su equipo goleado en el campo del Granada (4-0) que se habían enfrentado un trasatlántico contra una patera. Pero esa fue toda su aportación. Los números no dejan lugar a las dudas: dos victorias, cuatro empates y ocho derrotas.
En mitad del camino, jugadores veteranos sin minutos y constantes cambios en el 11, sin encontrar una dirección y un patrón de juego. El único dato positivo que apuntarle a Mel fue el debut de Dani Fernández y Aarón Martín, ya traspasado por 1,3 millones de euros al Al Qadsiah saudí. Semanas antes de su salida, Garrido rizó el rizo renovando al técnico por una campaña más y presentándose en el hotel de concentración de Córdoba para dirigirse a la plantilla en un tono inapropiado respaldando a Mel. Su garridina desembocó en un 3-0 en contra. De hecho, tuvo que producirse el cambio en el consejo de administración del club para que se produjera la destitución del madrileño.
Caminaba el Tenerife en esos primeros meses rumbo a la Primera RFEF (era último en el parón de diciembre a 11 puntos de la salvación). Y paralelamente la crisis institucional amenazaba con llevarse por delante a la entidad. Ya en el día del debut de Mel en el banquillo tinerfeñista se había producido una multitudinaria manifestación en contra de la gestión de Garrido. Los siguientes meses se conocieron las desavenencias con sus socios de sindicado (Miguel Concepción, Conrado González y Amid Achi). Y emergió con fuerza la figura de Rayco García, que negociaba para hacerse con el paquete de accionarial del máximo accionista.
Este pedía una suma de dinero inalcanzable para cualquier interesado. Por eso se llegó a la junta del 17 de diciembre en medio de una gran incertidumbre. No había acuerdo para una transacción accionarial, pero tampoco el ambiente necesario para dotar de estabilidad a un club sumido en una grave crisis deportiva. Lo peor estaba por llegar. En la citada asamblea saltó la sorpresa. El letrado Pedro Yanes solicitó la destitución de Santiago Pozas, Juan Guerrero y Alba Aula, los tres representantes de Garrido en el consejo. Como quiera que no había instrucciones por parte de este al respecto, sus socios de sindicado permitieron con su no participación en la votación de este punto que saliera adelante propiciando la entrada de Rayco García en el órgano rector blanquiazul. Entró acompañado de Ayoze García y Octavio Cabrera. Dimitía además Conrado González.
El insuficiente regreso de Cervera
Su primera decisión, anunciada 72 horas después de la junta, fue la salida de Pepe Mel. Durante el parón navideño tomó las riendas del equipo insular Álvaro Cervera. Además, llegaron durante el mercado invernal Fabio González y Anthony Landázuri. Dos refuerzos que parecían insuficientes para las enormes carencias detectadas en la plantilla blanquiazul. Pero la sola llegada de Cervera reactivó al tinerfeñismo, que empezó a creer en la utópica remontada hacia la permanencia.
Tras las vacaciones navideñas, el Tenerife afrontó un maratón de partidos en enero que no terminó de darle el impulso que necesitaba. Además, en el apartado institucional vivió la detención de Rayco García por un caso judicial por supuestas coacciones del que, posteriormente, salió indemne. Fue en las semanas en las que se aprestaba a vivir una nueva junta general extraordinaria de accionistas.
Se celebró en el mes de febrero y en ella volvió a saltar la sorpresa: Rayco García pactaba esta vez con Garrido para desalojar a Paulino Rivero y Samuel Gómez Abril del consejo. Además, estos fueron sometidos a una acción social de responsabilidad, a petición de la Federación de Peñas del CD Tenerife y del grupo de accionistas llamado Unidad Blanquiazul, claramente alineados con los nuevos dirigentes.
De la junta salió una dimisión (Sandro Arrufat) ese mismo día y, poco después, la de Octavio Cabrera. A este le sustituyó el también abogado Antonio Porro. El elegido como presidente fue José Daniel Díaz, yerno y representante de Miguel Concepción en el Consejo. Eso sí, duró en el cargo 95 días.
Aislados por fin del ruido institucional, gracias al trabajo del cuerpo técnico, los jugadores blanquiazules comenzaron a mejorar en su rendimiento. Dos victorias en cuatro partidos permitieron desempolvar las calculadoras. Pero las cuatro derrotas consecutivas sufridas ante Elche, Córdoba, Málaga y Mirandés colocaron al Tenerife al borde del abismo. De nuevo, cuando nadie lo esperaba, llegó la reacción. Los insulares ganaron cuatro de los cinco siguientes encuentros, cayendo derrotados únicamente en Santander. Aquel día, Cervera cargó contra el colegiado Fuentes Molina por protagonizar una lamentable actuación. Fue una de muchas, pero la primera de una serie de atropellos en la recta final del campeonato que acabaron con las ilusiones tinerfeñas.
Goles anulados por fuera de juego inexistentes, penaltis no señalados, expulsiones incomprensibles y revisiones de VAR que jamás beneficiaron al Tenerife dieron al traste con el intento de salvación de los blanquiazules. No, el Tenerife no descendió por culpa de los árbitros. Descendió por su mala gestión deportiva e institucional… y por los árbitros.
Los últimos meses de la temporada supusieron el inicio de la reconstrucción. En medio de una notable crisis económica (los números rojos superan los 3 millones de euros solo en el ejercicio 24-25), Rayco García se ha ido rodeando desde destacados profesionales. Llegaron Felipe Miñambres (ahora presidente) y una dirección deportiva nueva comandada por Manu Guill, además de asegurarse la continuidad de Álvaro Cervera en Primera RFEF y dar el mando de la cantera a Carlos Ruiz. El tiempo dirá si la pesadilla del curso 24-25 se queda en eso y el tinerfeñismo vuelve a ver fútbol profesional en 365 días.