El canario, su esperanza

La idea de un Anuario como el que ahora tiene en sus manos es, hoy en día, no sólo un ejercicio sano y democrático dentro del panorama periodístico de las Islas, sino una herramienta de enorme valor para la historia de nuestra tierra. Siempre se argumenta que la historia necesita de perspectiva, de distanciamiento, de tiempo, para ser escrita y analizada con cierto rigor. Por contra, un Anuario creado por profesionales de la comunicación, políticos, empresarios y otros agentes sociales, realizado al cabo de la realidad más inmediata, es, sin duda, un termómetro del sentir y pulso de una sociedad; en este caso, la canaria que, a buen seguro, será retratada con acierto por muchos de los que comparten y dan forma a esta publicación. Como alcalde de la capital tinerfeña no puedo obviar que 2009 ha sido uno de los años más complejos que me ha tocado vivir, pero que, no obstante, concluyó, a la hora de hacer balance, con una nota positiva, poco destacada, pero que marca la senda de la esperanza para salir adelante. Esa nota positiva se basa en que, pese a todo, la ciudadanía sigue respondiendo, persigue y opta por caminos comunes a la solidaridad, al compromiso social y al saber estar ante las dificultades.

Todos diremos que el año pasado ha estado tamizado por la crisis local, regional, mundial y universal que parece llevarnos al fin último, pero yo quiero destacar, sin ser riguroso en el recuento de acontecimientos, que lo más relevante es que en Canarias, con unas cotas de paro intolerables, con un descenso de la actividad económica sin precedentes, con dos sectores, como el turismo y la construcción, heridos, que no muertos, con una desestructuración de la sociedad más evidente cada día, con una clase política, empresarial e, incluso, periodística, desacreditada y, muchas veces, injustamente atacada; en definitiva, con una situación inesperada y crítica, los canarios siguen viviendo, amando y luchando por esta tierra. Es el gran valor que tenemos y no digo esto como político o como alcalde, sino que lo afirmo como ciudadano, como vecino, paciente, cliente y amigo de unos y otros. Ha sido un año duro, en muchos aspectos, pero sigo encontrando miradas y gestos que presumen que vamos a salir del pozo. Me quedo
con eso como gran resumen del año.

No obstante, dadas las características de esta publicación, no quisiera dejar pasar la oportunidad de poner el acento en varios aspectos ya esbozados. En Canarias en general y en Santa Cruz en particular se vive una especie de cacería en la que las piezas a abatir son de todo tipo y condición. Más allá de las polémicas estériles, pueriles en ocasiones, a las que nos conduce la actividad política diaria, lo cierto es que se ha instalado en los medios de comunicación y en los partidos políticos la consigna, consciente o no, de que todo, absolutamente todo, sea pasto de la controversia, de la disputa, de un cacareo de gallinero histérico que sólo genera ruido. En la capital, por ejemplo, no hay proyecto o iniciativa que no sea laminado por ese estado de perpetuo enfrentamiento y, curiosamente, aquello que no participa o no es carne para el despellejo, queda atrás, sin visualización.

Y no lo digo por asuntos como la revisión del Plan General de Ordenación, que por su importancia e interés ha propiciado un debate –a mi juicio desproporcionadamente alterado por la mentira y el engaño a unos vecinos que, justamente, puedan estar preocupados por su futuro–, sino por cuestiones que están rozando límites hasta ahora desconocidos. Ya no se ataca la gestión, las decisiones u opiniones del alcalde y los concejales (del gobierno o la oposición), ahora se va más allá y se busca destruir pública y notoriamente a la persona. No es digno de recordar aquí, pero desde hace tiempo se cruzó una frontera que va en perjuicio de la sociedad democrática. La judicialización de todo lo que se mueve en un Ayuntamiento sólo puede llevar al desconcierto de los ciudadanos y eso es malo, pero legítimo cuando se tienen dudas sobre la legalidad de determinadas acciones. Eso, cuando se tienen dudas, porque hay casos en las que no las hay pero es mejor y más rentable el circo mediático que la verdad. Una lástima.

Lo que no es de recibo es que desde la responsabilidad política se utilicen las administraciones para abatir a un político atacando a su persona, creencias, ideas, aspecto físico e, incluso, amistades o relaciones. Y esto es digno de recordar porque puede que dentro de unos años nos lamentemos de la permisividad ante algunos hechos gravísimos relacionados con esto último. Echarán de menos, los que aún sigan estas líneas, infinidad de hechos sucedidos en el 2009 en la capital tinerfeña, pero ese resumen estará más que acreditado por plumas mucho más certeras que la mía. Permítanme destacar esa esperanza que supone el canario en sí mismo para salir de la tan manida crisis y que alerte de que la desmembración social es el gran y mayor peligro para las Islas.

En cualquier caso, quiero concluir arrogándome las palabras que escuché el otro día a Enrique Vila-Matas en una entrevista a raíz de su última novela en las que comentaba que todas las generaciones han creído vivir siempre en el final, en el peor momento de la humanidad y que la actual no es una excepción. Es bueno tener esa perspectiva escéptica ante lo que nos ocurre para relativizar y salir cuanto antes del que es, espero que sólo en la apariencia de lo cercano, el momento más oscuro de nuestra historia.

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