¿Hasta cuándo vida mía?

Coalición Canaria y Partido Popular siguieron durante el año 2009 la hoja de ruta que se impusieron al suscribir su pacto de gobernabilidad al inicio de la legislatura: juntos hasta el final. A pesar de ello, ambas formaciones políticas activaron la maquinaria ante el advenimiento de las elecciones autonómicas, previstas para la primavera de 2011. Y a partir de ahí, los matices –algunos convertidos en sapos difíciles de tragar– comenzaron a cristalizar.

El maridaje entre el presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, y su vicepresidente, José Manuel Soria, nació en un clima crispado y con los resquemores de la campaña electoral. Coalición Canaria y Partido Popular dijeron entonces, allá por junio de 2007, que se unían porque el secretario general del PSC-PSOE, Juan Fernando López Aguilar, con sus acusaciones de corrupción y clientelismo hacía imposible cualquier atisbo de diálogo en el Archipiélago. Pero lo cierto es que ambos estaban condenados a entenderse, se necesitaban.

El pilar del acuerdo era la lealtad y en 2009 los dos líderes insistieron en que su matrimonio alcanzaría hasta la vida eterna, que en política es sinónimo de decir que no se divorciarán hasta al menos las próximas elecciones. La unión al inicio del año era total. En el Parlamento de Canarias no se distinguía a unos de otros y viceversa. La consigna estaba clara: todos contra José Luis Rodríguez Zapatero y por extensión en Teobaldo Power se oyeron los últimos coletazos de la ira contra el ahora eurodiputado López Aguilar, cuyo recuerdo se fue disipando al mismo tiempo que los nacionalistas moderaban su discurso contra el jefe del Ejecutivo en Madrid.

Esta reducción del tono se hizo evidente en el respaldo de CC a los Presupuestos Generales del Estado para 2010 y en el apoyo al modelo de financiación autonómica. Fue este último el gran sapo que tuvo que tragar Soria para mantenerse en el Gobierno autonómico. Mientras el PP a nivel nacional arremetía virulentamente contra el sistema, a Soria le tocó dar “un sí crítico” en Madrid que disfrazó como bien pudo.

Poco más o menos sucedió con el Plan Canarias. Esa estrategia integral que presentó a bombo y platillo Zapatero en las Islas junto a Rivero; y que no le quedó más remedio al líder de los conservadores en el Archipiélago que felicitar tímidamente. Aún así, pronto llegaron las críticas al documento ante la falta de recursos previstos en los presupuestos estatales. El PP se enrocó y en sus discursos siempre advirtieron de que no sabían dónde están los 25.000 millones de euros prometidos.

Tampoco se entendió bien la moción de censura que CC presentó en el municipio grancanario de Arucas y que desplazó del poder al PP. Los nacionalistas se unían al PSC-PSOE y le quitaban en septiembre el bastón de mando a quien se lo habían dado al principio del mandato, José María Ponce. Más complicado aún fue lo sucedido en Santa Cruz de Tenerife. Un cruce de declaraciones en los medios de comunicación dio al alcalde, Miguel Zerolo, la excusa perfecta para destituir al cada vez más popular Ángel Llanos, que hasta julio de 2009 era el primer teniente de alcalde y concejal de las áreas de Economía y Hacienda y de Recursos Humanos.

Llanos le recordó al nacionalista que el suyo era el único partido del nuevo equipo de gobierno que no tenía imputados en sus filas tras la arriesgada iniciativa del gobierno de concentración. Zerolo lo cesó fulminantemente al día siguiente. Pero a pesar de este hecho, que el grupo municipal de los conservadores entendió como una ruptura del pacto, la cúpula del PP no condenó la decisión del alcalde. Tanto es así que pocos días después Soria reconoció que las cosas en la capital tinerfeña iban mal desde hacía tiempo y se empeñó en defender que la ruptura matrimonial entre Llanos y Zerolo no afectaría a su relación con Rivero. Lo mismo dijo de los escarceos de Ana Oramas y José Luis Perestelo con los socialistas en el Congreso de los Diputados.

Meses después, en marzo de 2010, Zerolo hacía público junto a la presidenta del PP de Tenerife, Cristina Tavío, que el cese temporal de la convivencia entre populares y nacionalistas en el Consistorio no finalizaría en divorcio. La reedición del pacto restaba peso político a Llanos y confirmaba las tesis de quienes apuntan que en el PP existen dos líneas estratégicas confrontadas: la de los que quieren hacerse con Santa Cruz gracias a un líder fuerte y la de los que apuestan por un entendimiento con CC para poder alcanzar acuerdos también en otras instituciones. Hay quienes llegan a hablar de un sistema al estilo del que Bismarck ideó para mantener el statu quo en Europa allá por el siglo XIX y que supondría un reparto por el que Gran Canaria sería un coto privado del PP y CC se quedaría con Tenerife.

Y a estos pequeños o grandes sapos que han decorado el andar del pacto canario entre nacionalistas y populares los últimos meses hay que sumar el que supuso la visita del vicesecretario nacional de Comunicación del PP, Esteban González Pons. El dirigente popular puso en duda las cualidades y arrestos de Rivero para encabezar el Gobierno de Canarias. A CC no le sentó nada bien esta tesis y no tardó en saltar al contraataque.

Menos aireado pero mucho más contundente fue el enfado de los nacionalistas tras las críticas del portavoz del grupo parlamentario del PP, Miguel Cabrera Pérez-Camacho. Sus censuras al viaje de Rivero a Cuba le obligaron a dimitir tras reconocer que había perdido la confianza de Soria. Aunque esto es así, el diputado aclaró que las relaciones exteriores no se incluían en el ínclito documento del pacto y que por ello había osado condenar la visita del presidente a una dictadura. “Vuelvo a ser libre”, confesó el mismo sábado de Carnaval en que hizo pública su renuncia. Y a partir de ahí el outsider popular se limitó a decir todo aquello que pensaba y que por responsabilidad no había dicho hasta entonces. No contento con la polvareda levantada, buscó que el Parlamento condenase la violación de los Derechos Humanos en el país caribeño. CC aclaró que en todo caso jamás se trataría de una condena al castrismo.

También hubo fricciones en la comisión de niños desaparecidos, ya que las salidas de tono de Fernando Figuereo Force (PP) se cargaron de un plumazo los esfuerzos de los nacionalistas para purificar su iniciativa; y en la política turística imprimida por Rita Martín (PP) que cabreó a los cabildos de La Palma y Tenerife, ambos dirigidos por CC. Y a pesar de los pesares, tanto Soria como Rivero insistieron en que éste será el primer pacto que ocupe una legislatura completa en Canarias. Ocultaron que ambos estaban en precampaña desde hacía meses. Las tres consejeras del PP recorrían todos los rincones del archipiélago hablando de sus proezas a imagen y semejanza de Soria, mientras el presidente asumió el reto por parte de Coalición Canaria y raro fue el día en que no estuvo en dos o más islas convenciendo de su gestión.

Así no es extraño que más de uno se haya preguntado eso del ¿hasta cuándo vida mía? Sólo el tiempo y las urnas decidirán la vigencia del matrimonio de conveniencia entre CC y PP, ya que pocos creen que el carácter que confiera José Miguel Pérez al nuevo PSC-PSOE pueda influir en algo a esta sólida relación.

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