La otra burbuja

El 27 de febrero de 1992, La Gaceta de Canarias publicaba un reportaje sobre los jugadores extranjeros que militaban en los equipos de Tenerife. 18 eran los foráneos que defendían los colores de los representativos de fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano, waterpolo, hockey y fútbol sala. Eran 18 deportistas repartidos en once equipos. Casi dos décadas después, ya son 86 los profesionales que trabajan para los divisionarios de la provincia, repartidos en ochos disciplinas y veinte clubes.

El número de jugadores extranjeros se ha multiplicado por cinco en apenas 18 años. El dato se puede leer en clave positiva, entendiéndose que el deporte en las Islas ha crecido de forma notable. Un éxito a la sombra de la mayor época de prosperidad económica que ha conocido nunca este Archipiélago, previa a la crisis que comenzó en 2008 y que parece perdurará unos años más. El caso Bosman ha tenido que ver mucho para llegar a este punto de crecimiento, toda vez que los ciudadanos comunitarios no han ocupado plaza de extranjero en los diferentes equipos, resultando estos fichajes una tentación a la que muy pocos conjuntos se han resistido, buscando ser cada vez más competitivos.

Resulta evidente que para militar en las ligas de élite se ha tendido a la profesionalización, echándose mano cada vez más del jugador cualificado. Pero no queda muy clara la frontera entre la necesidad de contratar foráneos para ser competitivos y el hacerlo por pura ambición. En 1992, excepción hecha del fútbol y del baloncesto masculino, los equipos de la Isla que competían en categorías nacionales lo hacían en su mayoría con una base de jugadores locales, a los que se añadían refuerzos peninsulares y extranjeros para adquirir el nivel necesario y sobrevivir en la élite. La meta era que un equipo fuerte entre los grandes del país sirviese como referente, como estímulo para los que hacían deporte en las categorías inferiores. Y que esos jóvenes valores acabasen escalando posiciones en la pirámide hasta dar el relevo.

La diferencia entre 1992 y la actualidad es que sigue existiendo un deporte súper-profesionalizado y otro que lo pretende ser de forma artificial. Muchos han sido los equipos que han prosperado al abrigo institucional, olvidando paulatinamente su papel de representativo. La falta de una política clara a la hora de repartir las ayudas y sobre todo de aunar esfuerzos ha permitido que la isla esté representada por partida doble o triple en determinados deportes y divisiones. Sencillamente, de locos.

Mientras, la administración, lejos de velar por el interés general, no ha sabido, no ha querido o quizá no le ha interesado planificar con perspectiva y se ha limitado a aplicar una política de favores. Una política miedosa buscando contentar a todos, lo que ha terminado por generar enormes agravios comparativos. Además, la administración ha fracaso en sus intentos de propiciar una unión del deporte, contribuyendo a crear un entramado de intereses que no genera riqueza. Si el papel de lo público debe ser muchas veces alentar una actividad para que sirva de motor de la economía en un determinado sector, sin duda éste no es el caso.

Los más perjudicados han sido los en teoría más débiles. Los que menos fuerza política y mediática han tenido han sido relegados a un papel secundario. Todo ello nos ha llevado a alimentar unos proyectos deportivos sufragados, aproximadamente, en un 80 o un 90 por ciento de su presupuesto con dinero público. Dinero público en forma de subvenciones al desplazamiento, patrocinios de empresas públicas o ayudas en concepto de promoción turística. Los patrocinios privados han brillado por su ausencia.

Falsa riqueza

El panorama de equipos con los que cuenta la provincia podría dar a entender que estamos ante un territorio rico, que se puede permitir el lujo de contar con dos o tres conjuntos por categoría. Algo magnificado sin duda porque se trata de proyectos con un seguimiento mediático que por otro lado no se corresponde tampoco con la escasa asistencia que registran sus encuentros, contándose los seguidores por centenas cuando no por docenas. ¿Y ahora, ahora que el dinero público ha comenzado a menguar de forma notable, qué hacemos? No hay que ser un experto para darse cuenta que la burbuja se está pinchando. En la campaña 09/10 ya hemos asistido a los primeros capítulos de la decadencia de un modelo que no se sostiene. A nivel de calle, una de las lecturas que nos deja la crisis económica actual es que estamos volviendo a la realidad de las cosas. Nos damos cuenta ahora de que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades, pensando que podíamos manejarnos como los alemanes y echar mano de la tarjeta de crético hasta para comprar un colchón. Esa realidad terminará llegando al panorama del deporte local, si es que no lo ha hecho ya. Y si todas las grandes crisis que el mundo ha conocido han servido para afrontar profundas reformas, ¿por qué no aprovechar la coyuntura actual para cambiar las cosas?

En este sentido resulta evidente que no se sostiene ni un día más que el deporte femenino siga siendo sistemáticamente perjudicado por la administración. ¿Cómo se explica que los equipos de fútbol de Segunda División B reciban dinero de promoción turística del Gobierno de Canarias y que conjuntos de baloncesto o balonmano de categorías superiores o similares a la de bronce del fútbol nacional no vean un duro? Entonces, no nos extrañemos que el baloncesto, el balonmano y el voleibol femenino de Canarias alcance tan buenos resultados en categorías de base y que luego esos éxitos no continúen en las categorías séniors.

No se entiende que cabildos y ayuntamientos depositen importantes sumas en unos proyectos deportivos y que dejan totalmente desamparados a otros. Está muy bien defender una mayor presencia de la mujer en la sociedad a todos los niveles, pero alguno –y alguna– debería caer en la cuenta de una vez por todas que el movimiento se demuestra andando. Ha llegado el momento de empezar a mirar las cosas con perspectiva y empezar desde abajo. Ha llegado el momento de tender la mano a las federaciones, de conocer sus problemas. Ha llegado el momento de cuidar al deportista, interesándose por solucionar sus problemas básicos: trasportes, becas, atención médica… No parece que sea pedir mucho.

Un monitor de éste o aquel deporte no se puede ir al paro porque una federación no tenga dinero para pagarle mientras se mantiene una estructura de equipos de élite que no gozan de un mínimo respaldo popular, que no son referente de nada y que, por olvidarse, se han olvidado hasta de su cantera. No se puede seguir haciendo la casa por el tejando. Si algo nos ha enseñado esta crisis es que el modelo no vale. Mientras hubo dinero, nadie se cuestionó si el sistema valía o no. Ahora que el dinero es escaso, lo lógico, lo sensato, es gastarlo de la forma más razonable.

El modelo actual es algo artificial. No es sostenible, máxime teniendo en cuenta que en Canarias no se estila la figura del mecenas. El modelo del deporte en Canarias y en España, basado en la supremacía de la figura de los clubes por encima del deporte escolar y universitario, nos ha terminado por llevar a un callejón sin salida. Resulta paradójico que nos sintamos orgullos de los éxitos de Pedro Rodríguez o de Sergio Rodríguez, dos deportistas tinerfeños que triunfan a nivel mundial y que se marcharon de la Isla siendo unos adolescentes. Dos estrellas que no se formaron aquí. Eso querrá decir algo.

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