Por si alguien aún albergaba duda alguna, las cifras oficiales más recientes sobre el comportamiento económico del subsector pesquero en Canarias no dan opciones al optimismo. La generación de riqueza de estas actividades primarias en las islas se ha contraído con fuerza en el periodo 2001-2007. En este septenio, el más reciente con datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), el valor corriente a precios de mercado de los servicios y las producciones vinculados a este subsector (se incluye la acuicultura) ha evolucionado a la baja de forma pronunciada, con un descenso relativo del 34,63%. En 2001-2007, Canarias ha perdido, nada más y nada menos, que un tercio de la riqueza que generó el subsector pesquero en 2001, para cuyo año el INE, según datos de Contabilidad Regional, da un valor absoluto de 79.673.000 euros (calculado según precios corrientes de mercado). En el año 2007, el valor global que aporta el INE (por ahora como previsión) es de 52.083.000 euros. Otra cuestión relevante de la evolución económica de la pesca tiene que ver con el hecho de que a la reducción en la generación de riqueza se suma la certeza de que la aportación de este conjunto de actividades productivas al PIB del sector primario regional cada vez es menos importante. Como muestra, un botón: en 2001, la pesca aportaba al PIB del sector primario de las islas el 16,38% del total, mientras que en 2007 sólo llega al 11,05%. En relación con el PIB regional, la tendencia es más escalofriante: en 2001, la pesca aportaba el 0,29% del total; al cierre de 2007, ese valor relativo se había encogido hasta un pírrico 0,12%, con una reducción superior a la mitad en siete años.
Tras el análisis de estas macromagnitudes, ya nadie puede cuestionar que la crisis de la pesca en Canarias es honda y estructural. En los últimos 30 años ha habido decisiones, sobre todo exógenas, que han propiciado abandonos, amarres y desguaces de flotas antes muy presentes en el paisaje portuario de las islas. Primero fue, hace ya varios decenios, el hundimiento de las industrias conservera y reductora locales; luego la desaparición progresiva de las flotas industriales, en especial la sardinera de cerco y la congeladora de cefalópodos (aunque la flota de Anacef, con base en el puerto de La Luz y Las Palmas, aún mantiene buques en otros caladeros del África noroccidental, pero muy pocos), ambas muy dependiente de los caladeros administrados por el Gobierno de Marruecos, y hoy, lo poco que queda en el ámbito extractivo, principalmente la flota artesanal atunera, sufre los vaivenes en las capturas: una campaña con descargas aceptables, otra con poco que llevar a las bodegas de los barcos. A todo esto se ha unido, por si fuera poco, la reapertura por ahora poco útil de los caladeros del banco canario-sahariano, donde no se han dado los resultados esperados por los armadores locales de bajura. Y ya puestos a sumar en clave negativa, queda la acuicultura, que también está en crisis, no sólo en Canarias, sino en el resto de España y en Europa. La situación actual de este subsector pide soluciones urgentes, pero éstas no llegan. Faltan las ideas y las decisiones bien articuladas y programadas, pese a que hay dinero público (fondos FEP), que, por cierto, la otra crisis (la del país) fuerza que se gaste a un ritmo más lento, quizá demasiado lento para salir en breve del atolladero en que Canarias se ha metido con el paso de los años, por sí misma y por decisiones de terceros. Vuelven a faltar las ideas, el conocimiento…