Paulino Rivero se ha multiplicado estos años de manera tal que a nadie le extrañaría si un día se supiese que, como la oveja Dolly en Escocia, fue objeto de clonación en algún laboratorio de estas islas; de San Borondón, por ejemplo. Sólo así puede explicarse que satisfaga con éxito su gran afición por estar en varias islas al día, mientras su despacho en Las Palmas, el que esta legislatura corresponde al presidente, es uno de los menos utilizados de toda la burocracia canaria.
Una agenda muy apretada, apretadísima. Es la que tiene Paulino Rivero, presidente del Gobierno de Canarias, cada uno de los días de su vida. Y 2009 fue muestra de ello, siempre y cuando nos guiemos por lo que el público tiene a su disposición a través de su reflejo mediático. Porque, a diferencia del resto de los mortales, que suelen ir de casa al trabajo y del trabajo a casa, Rivero no parece un hombre de despacho, sino más bien de avión. Más concretamente, de los ATR que se utilizan para volar entre islas –también de helicópteros, pero ese tema es de 2010 y este Anuario es de 2009–, que parecen ser parte de su hábitat natural, ese en el que mejor se mueve el presidente.
Cuentan que muchos de los mejores días de Winston Churchill como primer ministro fueron aquellos transcurridos sin que saliera de su dormitorio. Es más, sin salir siquiera de su cama, ante la que a veces se arremolinaba todo el poder del Reino Unido para verlo gobernar. Por si hacía falta aclararlo, Paulino Rivero no se parece en nada a sir Winston, origen insular al margen. Es así que, quizá excitado por el gran salto dado desde su anterior experiencia ejecutiva, la prolongada alcaldía en El Sauzal, Rivero empeña cada uno de sus días en un sinfín de viajes entre islas, dedicados a la asistencia a inauguraciones y cortes de cinta, parrandeo en centros de la tercera edad, colocación de primeras piedras de futuros edificios, desfiles con riguroso casco de obra y chaleco reflectante, saques de honor de partidos de fútbol y, por qué no, pinchitos de pollo con vino del país en cualquier fiesta popular.
Siendo escaso su bagaje discursivo, se ha entregado en cuerpo y alma a la confirmación de esa soberana estupidez, la de “una imagen vale más que mil palabras”. Y no hay lente que no amplifique cada día todo lo que hace el presidente. Lejos de las intenciones de estas líneas está proclamar originalidad alguna en todo esto, ya que no constituye un invento ni pone nada nuevo bajo el sol. Quizá haya sido Bill Clinton uno de los primeros y Dick Morris su profeta, el ideólogo que se ha vuelto el modelo a seguir para todos aquellos que asesoran a los políticos de nuestros días, sin distinción de izquierdas ni derechas. La campaña electoral llevada al paroxismo, con todos y cada uno de los movimientos tasados al milímetro a través del prisma del voto futuro. Como contrapartida, el abandono de las preocupaciones más elementales con que deben cargar los representantes públicos, especialmente, la administración del patrimonio común.
Mímesis de gobierno
Es esta mímesis del verdadero gobierno una mancha de aceite que se extiende por ambos hemisferios, abrazada con fervor por casi todos los que tienen alguna responsabilidad política, que contratan a verdaderos batallones de presuntos expertos para sus equipos de prensa y comunicación. Todo acto y aparición pública se sigue con una histeria exasperante en el seno de estos equipos, como si les fuera la vida en cada minuto de radio o televisión. Es probable que quien se juegue su futuro cada vez que el líder –apelativo que hoy en día merece cualquiera, cuanto menos líder mejor– abre la boca sea más bien el grupo de marketineros políticos, pero no el propio personaje, que es lo que se empeñan en hacerle creer.
Y en ese engaño radica el secreto de su éxito. Así, mientras muchas empresas periodísticas siguen con miedo y desorientación cómo los cambios tecnológicos las obligan a cambiar su menguante modelo de negocio, florecen las agencias dedicadas a documentar cómo siguen los medios de comunicación el día a día, el minuto a minuto, de cada figura pública. De este modo se instala y acepta como corriente y cotidiana la espectacularización de la vida política. Si bien desde los tiempos de la democracia en Atenas el ciudadano, al tiempo que vota, se sabe parte de algo más que del papel de espectador, cabe preguntarse si el modo de hacer política hoy no ha llevado las cosas demasiado lejos.
Se respira democracia tanto en una discusión parlamentaria como en un debate entre candidatos bajo los focos de la televisión, pero en las raciones en que hoy se reparten la retórica y la razón, es esta última la que aparece siempre en dosis menores, por completo menoscabada. Y quizá también la retórica bien entendida, sustituida ahora por su pálido reflejo, en forma de frases y eslóganes de usar y tirar, que se pagan a precio de oro a quienes los crean, que lo mismo venden las virtudes para el aparato digestivo de un yogur desnatado que las últimas promesas de bienestar para los más desprotegidos.
Así se llega a la conformación de una dirigencia política reconocida por el conjunto de los ciudadanos no por lo que es, sino por lo que aparenta ser. La virtud cívica por los suelos, mientras los cíclicos escándalos desnudan que detrás de las imágenes que fabrican los expertos en comunicación no hay nada, o más bien hay poca cosa. De ahí a la indiferencia y al descuido de los ciudadanos acerca de qué es lo que hacen sus representantes hay apenas un paso.
Clonado en San Borondón
Rivero se ha multiplicado estos años de manera tal que, al igual que la oveja Dolly, parece haber sido clonado en algún laboratorio canario para estar en varias islas al día, mientras su despacho en Las Palmas permanece vacío. Más asentado en su cargo que en aquellos primeros tiempos en que llegó a perder los papeles ante Juan Fernando López Aguilar –con esa comparación con el “chiqui, chiqui” del Chikilicuatre de la que ya debe estar arrepentido–, sus días transcurren dedicados a lo que más excita a cualquier político: la campaña electoral, pese a todo lo que falta para mayo de 2011. No por nada será, salvo que el partido se le vuelva a rebelar como en el último congreso, el primer presidente de Coalición Canaria que repita candidatura.
Y dado que también será el tercer candidato consecutivo de la formación nacionalista propuesto desde Tenerife (una vez Adán Martín y dos Paulino), tratará de desdibujar en lo posible su isla de origen, aunque se le ve como un regionalista convencido y alejado del insularismo de otros compañeros de CC. Esta tierra es tan complicada a veces y su política puede ser tan antojadiza, que más vale curarse en salud, inauguración va, telediario viene, no vaya a ser que alguna vez se concrete la amenaza palmera, herreña o conejera –no se agota ahí la lista– de pactar por su lado lo que estimen más conveniente.
Y todo este trajín, todos estos eslóganes dichos justo antes de la hora del informativo, ¿para qué? Pues para que aparezca uno de los tuyos y diga, como Barragán, el portavoz parlamentario de CC, que a este Gobierno le pondría “apenas un cinco”, antes de enumerar todas las tareas pendientes. Hay veces en que los amigos se parecen demasiado a los enemigos.