Las islas y su dependencia alimentaria

Los sucesivos ceros energéticos, la inestabilidad en el precio del petróleo y las condiciones idóneas de las islas para el desarrollo de tecnologías alternativas han abierto el debate sobre la dependencia energética del Archipiélago. Sin embargo, si en el caso de la energía existe consenso sobre el objetivo de incrementar el autoabastecimiento, en lo relativo a otra necesidad primaria, la alimentación de los habitantes del Archipiélago, la discusión parece no estar resuelta.

Si dejamos a un lado algunos hechos funestos, como el espectáculo vivido en las asignaciones del concurso eólico o el escaqueo generalizado a la hora de asumir responsabilidades tras cada incidente eléctrico, lo cierto es que parece haber acuerdo sobre la idoneidad de fijar el incremento de las vías de autoabastecimiento energético como objetivo estratégico en el medio y largo plazo. La dependencia del exterior para servicios y necesidades básicas en un territorio reducido, fragmentado y alejado del continente parece no ser un tema baladí. Y parece evidente la necesidad de lograr un autoabastecimiento energético. Con la alimentación el debate está aún abierto. Y eso pese a que el grado de autoabastecimiento en productos frescos, aunque varía de un producto a otro, se sitúa de manera general por debajo del 30%.

Esta dependencia en alimentación se hace especialmente patente en productos como la carne o la leche, con porcentajes de cobertura del consumo por parte del productor isleño del 18% y el 7%, respectivamente. Profundizando en la información sobre los lugares de procedencia y la cuantía de las importaciones de alimentos, nos encontramos con algunos datos relevantes. En el año 2008 (último año del que existen datos oficiales del Gobierno de Canarias sobre producción local), el 51% de la papa consumida en las islas procedió del exterior. Reino Unido, con más de 70 millones de kilos, fue el principal proveedor. También destacaron otros como Israel, cuya producción vendida en Canarias llegó a 10 millones de kilos. Este dato es especialmente significativo si tenemos en cuenta que, hasta el decenio de los ochenta, Canarias fue un exportador tradicional de este tubérculo, que es un producto esencial en la dieta local.

Otro caso llamativo es el pollo, producto básico de la cesta de la compra del Archipiélago y cuyo autoabastecimiento apenas supone el 25%. Así, mientras que el ganadero local produce algo más de 13 millones de kilos, el principal proveedor, Brasil, dobla esta cantidad, con casi 30 millones de kilos que recorren 6.400 kilómetros (el dato de la distancia recorrida por los alimentos adquiere cada vez mas relevancia, dada su relación directa con las emisiones de CO2 y el consumo de energía) para llegar a nuestras neveras. La dependencia es aún más evidente en el caso de la carne de vacuno, en la que las importaciones multiplican por diez a la producción local, y en las que un país como Uruguay, situado a 8.200 kilómetros de distancia, suministra el equivalente al consumo de cuatro meses en el Archipiélago.

Esta situación de dependencia no ha hecho más que recrudecerse. Si tenemos en cuenta los últimos 20 años, el grado de autoabastecimiento en hortalizas y carne se ha reducido en más del 15%; y en el caso de la leche, el 30%. Ello ha venido acompañado de una caída en picado del sector primario isleño. De hecho, la actividad agraria en las islas ha perdido peso de manera imparable en los últimos decenios y ésta se ha convertido en la cenicienta de un sistema económico monopolizado por el turismo y la construcción. Así, en los últimos diez años, el sector primario ha pasado de suponer el 2,68% del PIB regional en 1999, a sólo el uno por ciento en 2009, con una renta media de agricultores y ganaderos que supone el 60 por ciento de la renta media per cápita del conjunto de actividades. Los datos de desempleo confirman esta tendencia. Mientras que entre 1999 y 2006 el número de empleados en Canarias se incrementó el 31,1%, en el sector primario la caída fue del 26%.

En este entorno, la pregunta es si deseamos depender del exterior en lo relativo a la alimentación de los residentes en las islas y de los turistas que nos visitan. Resulta curioso que, a diferencia de lo ocurrido con la dependencia energética, en el caso de una necesidad vital como es la alimentación la discusión política y técnica sobre las fuentes de abastecimiento se quede, en la mayor parte de los casos, en meras declaraciones de intenciones, sin concreción alguna y con diferencias claras entre lo que se predica y lo que finalmente se recoge en partidas presupuestarias y líneas de actuación. Si en el discurso oficial la agricultura y la ganadería se señalan como claves en la diversificación económica y la reducción del desempleo, lo cierto es que las decisiones de las administraciones no refrendan esta postura. Sirvan como ejemplos la supresión del Ministerio de Agricultura a principios de la actual legislatura nacional y el tijeretazo del 17% respecto al presupuesto del año anterior aplicado por el Gobierno de Canarias en las cuentas de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de 2010.

Una apuesta por el sector primario local como principal proveedor de alimentos para la población canaria requiere una revisión de instrumentos como el REA y el AIEM, no con el objeto de su liquidación, sino destinada a redefinir lo que se desea importar y en qué cuantía, teniendo en cuenta el grado de autoabastecimiento a alcanzar a medio plazo para cada producto. Ello también obligaría a revisar los apoyos recibidos por los subsectores agrarios. Si por el contrario se decide depender de lo que entra por los puertos y aeropuertos para alimentar a la población canaria y al turismo, hay que ser consecuentes y hacer coincidir los discursos y las decisiones adoptados. Sobre esta posibilidad, hay que reseñar únicamente que, ni tan siquiera potencias como Estados Unidos o Francia, han dejado en manos de otros la alimentación de su población. Ambos países mantienen un sector agrario protegido, fuerte y dinámico.

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