Letra impresa, palabra en boca

Ha sido 2009 un año de creación y también de pérdida. Un año de nuevos nombres, de jóvenes escritores, y también de tristeza repetida. Dos grandes padrinos de las letras canarias nos han dejado este año: Rafael Arozarena y José María Millares. Ambas figuras, narradores y poetas longevos y prolíficos que han ocupado puestos de primera fila en la creación literaria de las islas desde la posguerra hasta principios del siglo XXI, lucían el Premio Canarias de Literatura.

El nombre de Rafael Arozarena, miembro del legendario grupo fetasiano, junto a Isaac de Vega, Antonio Bermejo y José Antonio Padrón, no sólo se encontraba unido indisolublemente por varias generaciones de canarios a su formidable novela Mararía, sino que, gracias a su personalidad, marcaba a las gentes de toda condición, fueran lectores o no. En el Hospital Universitario de Canarias, donde en enero de 2010 permanecí ingresado unos días por motivos extraperiodísticos, oí cierta mañana a tres auxiliares hablar entre sí de “el poeta” al que habían atendido en su última etapa. Mientras repartían la medicación o comprobaban los termómetros, cuando mencionaban a “el poeta”, sus voces se teñían de un tono respetuoso. Pregunté a quién se referían. Por supuesto, “a don Rafael, el de Mararía”.

Otro nombre fundamental de la cultura canaria ha acaparado titulares: se conmemora en 2010 el centenario del nacimiento de la profesora, investigadora y ensayista tacorontera María Rosa Alonso, en torno a cuya figura se celebra el Día de las Letras Canarias. En literatura, las grandes figuras son como faros que alumbran el camino a los marineros rasos, a los grumetes. O que advierten a los navegantes de los arrecifes mortales. Muchos encallan (es decir, se aburren) por la incomprensión del público, por la estrechez del circuito cultural canario o por la falta de medios para publicar, pero me consta que son centenares los aspirantes a escritor que, con un lápiz y un cuadernito de bolsillo, o en el dormitorio frente a la pantalla, pergeñan prosa o verso con la esperanza de ver esas líneas publicadas sin necesidad de pasar por el aro del amargo tópico, tan añejo, que nos martillea una y otra vez: “Si quieres triunfar, vete a Madrid”.

Para Víctor Álamo de la Rosa “la literatura canaria es muy rica, llena de grandes talentos, pero al mismo tiempo es muy pobre en lectores. Activar a nivel sociológico esta sociedad es lo único que necesita nuestra literatura”. Víctor Álamo, uno de los escritores canarios actuales de trayectoria más sostenida y que más éxito cosecha hoy en día, sabe de lo que habla, puesto que alguna de sus novelas es más conocida en países como Francia que en España, y no digamos en el Archipiélago. Álamo de la Rosa destaca, entre otros hitos de 2009, la continuidad de la labor editorial de CajaCanarias, que a través de la Caja Literaria sigue publicando obras con un criterio de calidad. Pero incide en uno de los problemas más vergonzantes que pesan, de manera endémica, sobre esta tierra: los índices de analfabetismo exageradamente altos para una región que enarbola casi en cada esquina la bandera de la Unión Europea y, por consiguiente, la falta de lectores.

Pero no todo está perdido. Antonia Molinero, directora de la Escuela Canaria de Creación Literaria, afirma que “existe en Canarias un interés importante por las letras”. Molinero ya había detectado cierto caldo de cultivo literario en las islas desde su anterior etapa profesional, desarrollada en Madrid. Fue hace años, en la capital del reino, donde conoció ya a algunos alumnos canarios. La Escuela Literaria, entidad privada que forma escritores en La Laguna desde su fundación en 2004, no ha sido golpeada de lleno por la crisis. Según Molinero, lejos de disminuir la actividad, el hundimiento financiero global ha motivado “que la gente cuente con un nuevo incentivo para mejorar su formación. Eso es típico de las etapas de recesión”

“No niego que al desatarse la crisis económica notáramos un bajón en la afluencia de alumnos a la Escuela”, prosigue, “pero ahora eso se ha superado. Creo que la gente es consciente de que una de las claves para superar la coyuntura desfavorable es formarse. Tanto es así que en 2009 la Escuela cuenta con más alumnos que en sus inicios, en 2004”. Antonia Molinero detecta entre los alumnos isleños una cierta necesidad de comunicarse por escrito: “En las Islas Canarias he detectado algo peculiar, algo que llama a la necesidad de comunicación, quizá más acentuado que en la Península y generado probablemente por el hecho insular”. No duda en añadir que “en el archipiélago hay cantera. Se escribe bastante bien, con sentimiento y verdad, en todos los géneros, tanto en prosa como en verso, aunque, como todos sabemos, la poesía sigue conociendo un interés minoritario”.

Actividad creciente

No hay más que darse una vuelta por algún centro cultural, público o privado, o por alguna librería de las áreas metropolitanas canarias. Una librería de la capital tinerfeña ha programado recientemente nada menos que cinco actos en un mes, entre presentaciones de libros, lecturas de poesía y charlas literarias. Qué duda cabe de que las ediciones digitales han abaratado el parto de libros, que hoy puede afrontar cualquier editorial modesta para dar proyección a la producción literaria local.

Una tarde de viernes de finales de 2009 asistí, en un mismo acto, a la presentación de tres libros de una editorial con sede en Tenerife. Ninguno de los autores llegaba a la treintena. Los tres jóvenes se vieron arropados por un grupo nutrido de lectores. Todo el mundo compró los libros, editados sin lujo pero con muy buen gusto. Y cabe la siguiente pregunta: ¿qué porcentaje real de la población adulta canaria está interesado en un nuevo poemario, en una nueva colección de relatos breves de un autor novel?

Antonia Molinero corrobora esta tendencia: “Entre la gente joven, digamos entre 14 y 18 años de edad, se nota muchísimo interés por la escritura, y por consiguiente un incremento de afluencia. Sin embargo, en el público de mayor edad lo que predomina es un interés por mejorar la expresión escrita”. Y siempre nos queda el curioso papel (por no decir desvirtuado, o algo peor) que juegan algunas de las editoriales canarias de categoría mediana o grande, aquellas que gozan ya de cierto renombre en el mercado local.

Algunas de ellas operan más atentas a cobrar una subvención institucional ligada a la edición que a publicar obras de auténtica calidad literaria. He conocido casos en los que la editorial encarga obras nuevas o reediciones sin interés aparente para no dejar escapar tal o cual subvención que se avecina. Luego, por supuesto, la labor de promoción editorial es mínima. O peor: inexistente. ¿Hablamos de divulgación cultural, de fomento de la creación literaria, o hablamos de certificar la fabricación de un nuevo objeto con páginas escritas y tapas de cartulina?

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