En enero de 2011, durante un desayuno de prensa, José Miguel Pérez dejó dos titulares que aún le persiguen: que no le importaría ser vicepresidente de Paulino Rivero y que haría sondeos en busca de petróleo cerca de las islas “con los ojos cerrados”. Meses después, una vez sellado el pacto con Coalición canaria y pancarta en mano, lideraba las manifestaciones en contra de esos sondeos.
Aquella mañana del lunes 31 de enero de 2011 no fue una buena mañana para José Miguel Pérez. Como candidato socialista, había convocado a un desayuno de prensa en un hotel frente a la playa de Las Canteras y en los cálculos de sus asesores se barajaban varios titulares para soltar durante el encuentro, pero ninguno como los dos que, en definitiva, signaron desde ese momento y para siempre su actitud frente al pacto de gobierno inminente: que no le importaría ser vicepresidente de Paulino Rivero —cosa que los hechos han demostrado— y que haría sondeos en busca de petróleo cerca de las islas “con los ojos cerrados”.
Hombre que acostumbra respaldar con argumentos sus posiciones, abundó en la idea, al calificar como un “error del diablo” que las administraciones no se hubiesen puesto de acuerdo para permitir esas prospecciones petrolíferas. Ya entusiasmado, y blandiendo un cruasán con la mano derecha, arengó: “A por ellas”. Puede que la memoria me engañe y mejore el recuerdo, pero el hecho es cierto, y aquello de la vicepresidencia fue negado al día siguiente por su entorno, aduciendo que se había forzado el titular y que ningún candidato va tan de segundón cuando todavía ni siquiera había empezado la campaña. De lo del petróleo nada se dijo por aquellos días, aunque, con el paso del tiempo, se advirtió que de esas palabras —que los testigos advertimos como dichas con absoluta sinceridad— sería de las que más se arrepentiría en el futuro.
Así es la política y los hombres que la ejercen dedican buena parte de sus esfuerzos a librarse de la hemeroteca cruel, que en este caso le recordará para siempre al profesor Pérez que sus ojos deben estar más abiertos que nunca cada vez que le toque prepararse para un acuerdo de gobierno en el que tenga que tragar sapos como elefantes. No sabemos si en su cabeza habitaba esta idea cuando, un año después, le tocó sumarse a la manifa pancartera, a la cabeza incluso, llevando con sus manos el cartel de “Fuerteventura dice no al petróleo”, bien custodiado por Marcial Morales y Mario Cabrera, ambos de CC por la vía asamblearia majorera, y a esas alturas ya sus socios de gobierno.
Era el tiempo del aquelarre contra el crudo, días en que la televisión pública autóctona se dedicaba a presentar como paraíso del cuidado del medio ambiente unas islas que siempre habían sido señaladas por los grupos ecologistas como ejemplo de todo lo contrario. Ya había pasado el Real Decreto por el que el gobierno de Rajoy autorizaba, fue en marzo de 2012, las postergadísimas prospecciones de Repsol —que a partir de entonces sería “la multinacional Repsol” para la jerga del partido dominante en las islas—, un hecho que se vendía desde una lógica aplastante, ya que nadie en su sano juicio puede renunciar a una potencial explotación española que cubra el diez por ciento del consumo del país.
Con una histórica dependencia energética, los 38 millones de barriles por año aparecen como algo a lo que no se puede decir no, y, por aquello de la coherencia, menos en Canarias, donde el avión y el barco lo son todo para las comunicaciones y el abastecimiento. El Gobierno cerraba así un capítulo que a punto estuvo de desbloquearse en la etapa de Zapatero, cuando llegó a ser parte del orden del día de un consejo de ministros a instancias de José Montilla, a cargo de la cartera de Industria. A nadie extrañó, en consecuencia, que el ahora senador por el socialismo catalán se abstuviera, en contra de la opinión de sus compañeros, cuando en comisión se votaba una iniciativa antipetrolera. La extracción de crudo es perfectamente compatible con la industria turística, argumentó Montilla; pero el baile ya había comenzado con una música distinta.
Sucede que en ese ministerio se sienta hoy un canario, José Manuel Soria, que para CC ha pasado a ser, en muy poco tiempo, de socio de gobierno a Lucifer, Belcebú y Satanás, una delantera infernal a la que oponer la más aguerrida defensa. En nombre de toda nuestra gente, claro, porque, en definitiva, “¿para esto queríamos un ministro canario?”. Detrás de la batalla petrolera solo hay interés político, instrumentalizado con la patética complicidad de grupos como Greenpeace, ya que el paulinismo ve en ella la única posibilidad para su supervivencia. En su cabeza o, para usar sus palabras, “en lo más alto” de su agenda, solo aparece repetir como candidato en las elecciones de 2015 y cree que esta batalla le sirve para encolumnar a los suyos frente a la amenaza común. Aunque Melchior, Oramas y Clavijo tengan otros planes y por eso ya han deslizado que tan en contra de esto del petróleo no están.
Pero Canarias podría ser definida como ese territorio “limitado, fragmentado y extremadamente frágil” —préstenme el lugar común— donde es más laxa que en ninguna otra parte la noción de incompatibilidad. Solo así se entiende no solo que las tertulias de radio y televisión estén llenas de jefes de gabinetes de prensa, sino que alguien pueda pretender presentarse como ideólogo de la lucha antipetrolera a la vez que tiene acciones en una empresa del sector. El hecho pinta tanto al personaje como a aquellos que le dan de comer, pues Fernando Ríos es dueño, en pequeña porción, de Disa, una herencia de su abuelo Rull, a quien su petrolera vocación lo llevó a dejar Cataluña por estas islas que son siete sobre el mismo mar. Y así recorre el archipiélago ofreciendo conferencias en contra de Repsol, en su coche que no es precisamente a vapor ni a cuerda y esperemos que cargando —no sabemos si 95 o 98 octanos— en la red de estaciones de servicio del colibrí, mientras vive del sueldo que percibe como, tomen asiento, comisionado para el Desarrollo del Autogobierno y las Reformas Institucionales. Viva Canarias, un solo pueblo. Más que nunca. Aquí, ahora, contigo. Tú y yo.
Soria está convencido de algo insólito: que defender el petróleo y los puestos de trabajo que una eventual explotación generaría en las islas le dará votos en las próximas elecciones. Sus adversarios piensan lo contrario, al menos últimamente, porque en los programas electorales de CC nunca se puso de manifiesto la oposición a la extracción de crudo.
“En el plano competencial, por un lado, seguiremos defendiendo que se atribuya a la Comunidad Autónoma nuevas competencias sobre materias de gran interés para el futuro del Archipiélago: extranjería, prospecciones petrolíferas, gestión de puertos…”, decían cuatro meses antes del decreto, en su programa para las generales de 2012. En ese momento, todavía eran todo candor. Es decir, todavía no se habían dado cuenta de lo perversa que es Repsol y la industria petrolera en general. Hasta que apareció Soria, y a él le agradecerán algún día esa epifanía que les abrió los ojos acerca de lo equivocados que estaban, porque hasta entonces no solo que no decían nada en contra de los hidrocarburos y su negocio en Canarias, sino que se lo reclamaba para la comunidad autónoma, en el viejo y conocido “sí, mientras yo adjudique”.
Pero ya que no pueden adjudicar, se han lanzado, con la furia de los conversos, a la carrera por ver quién es más verde, más ecologista, más respetuoso con el medio ambiente y con este planeta que, como todos saben, se ha enfadado de tanto maltrato del ser humano, oh culpable de la destrucción con su construcción. Así fue que empezaron a brotar, de esos labios, las palabras “biodiversidad”, “sostenibilidad” y “ecosistema”, con lo que se abría todo un nuevo abanico de posibilidades retóricas. Pero cómo no nos dimos cuenta antes, que todo esto suma y suma. Y así van a llegar adonde no había llegado siquiera Antonio Morales, ese faro del progresisimo grancanario, que a estas alturas estará pensando qué hacer para renovar la alcaldía de su pueblo en 2015. Le han robado el discurso.