La vuelta a la normalidad debía de ser esto. Tres años después de la pandemia, parece que solo cambió nuestras vidas como referencia para medir el tiempo que llevamos sin vernos o la edad de los chinijos. ¿Eso fue antes del confinamiento? ¿Nació después de lo del covid? Para todo lo demás, vivimos como siempre: las mismas dudas, solo que mayores, y las mismas discusiones, con la certeza de que no nos llevarán a puerto seguro porque del barco de cada uno nadie se baja.
Y luego, los lugares comunes del pensamiento dominante del poder político y los otros poderes sociales. Puedes discrepar del nuevo catecismo, pueden asomarte dudas que en la poca lógica con la que aprendiste a hacerte preguntas de joven te vinieron bien, pero casi mejor que las debatas en casa o con los muy cercanos. Lo contrario es un riesgo seguro de que los biempensantes, los bien pagados y las nuevas vírgenes de la inquisición te tomen por ignaro –si te compadecen– o por negacionista –si te condenan– del catálogo de verdades reveladas que esconden las agendas, declaraciones y objetivos como único carril de tránsito.
Y, entre tanto, más derechos. Para los que estamos y para los que están por llegar. Es esta de las nuevas prestaciones la carrera más importante
En eso andamos a la vuelta de la pandemia, también en Canarias, no íbamos a ser menos. Los gobiernos nos urgen a adaptarnos al nuevo orden determinado por lo que primero fue cambio climático, luego crisis y hoy emergencia. Fijan nuevas reglas sobre las que parece que ya se discutió en este o aquel foro, y apuntan a un modelo de desarrollo –o involución según se mire– que solo será viable a este lado del mundo en lo que van intentando calmar la mala conciencia de saberse en el decil de los privilegiados que en el planeta son. El otro 90 por ciento va a otro ritmo y tiene otras prioridades: las elementales (luz, agua y comida) y las más prosaicas (un coche, una vivienda, el urbanismo amable o la educación superior), a tiro de la inmigración, porque resulta que a este lado del mundo nos empeñamos en preocuparnos en nuestro medio día cuando el problema de los otros es el día entero y el siguiente y los que vendrán.
Así que lo nuestro parece urgido por las necesidades inaplazables: más energías limpias y más tecnología –no tan limpias si bajo tu principio de hacerte preguntas incómodas lees sobre los residuos que les generarán a los niños de hoy cuando les toque lidiar ese toro como adultos–, más consumo de producto local –para el bolsillo del que pueda, siendo de ingenuos creer que nuestro territorio se puede autoabastecer– y una economía, al cabo, que dependa menos del turismo o que lo haga –los objetivos de los ingenieros sociales, cómo si no– de uno que traiga menos gente pero se deje más perras.
Y, entre tanto, más derechos. Para los que estamos y para los que están por llegar. Es esta de las nuevas prestaciones la carrera más importante, por lo que se ve. En esta época de los particularismos y la sociedad entendida como un conjunto de intereses gremiales y asociativos –lo que no es otra cosa que el reflejo de que las partes no suman un todo, sino que compiten entre sí–, me viene el recuerdo de aquel dicho que hoy, políticamente incorrectísimo, podría adaptarse como totorota el último.
Con lo mío o lo de los míos por delante se maneja todo: leyes, reglamentos, presupuestos, métodos educativos, programaciones culturales y hasta competiciones deportivas. “Siempre fue así”, creo que me han dicho alguna vez. Efectivamente, solo que in illo tempore, se convino en que el todo social empujaba mejor la resolución de los problemas. Sería que aquellas necesidades del siglo pasado eran verdaderamente importantes frente a la mayoría de estas de hoy, impuestas a martillazos para satisfacer a este o aquel grupo de presión.
Hacia dónde nos lleva este calendario frenético sería la verdadera pregunta. Y descarto lo del 2030 dichoso, porque antes de eso nos fijarán otro 2040, 2050 o 2060 como fecha del acabose. Hay metas volantes para considerar por el camino: locales, como la sobrepoblación, o nacionales, como casar el modelo con un estado hiperendeudado y un gasto en pensiones que en poco será inmanejable bajo las luces de hoy. Entre tanto, Forrest seguirá corriendo en las ocho islas. Y vete a explicarle a los otros Forrest que la nuestra es la auténtica verdad, tanto que solo podrán disfrutarla los que hasta aquí lleguen. No serán todos, pero ese no es nuestro problema, faltaría más.