Si se nos pide un análisis de lo que supuso el año 2005 para Canarias hay que acudir forzosamente al turismo, ya que en una comunidad altamente dependiente de este sector como la nuestra, el principal censor económico se halla precisamente en las cuentas o cifras del mismo. En este sentido, no parece que se haya dado una apreciable hoja de resultados. El número de entradas turísticas se mantiene con un leve descenso, es decir, seguimos rondando el techo de los doce millones de turistas anuales, al registrarse unos 11.856.000 turistas, unos 35.000 menos que en 2004. Y en cuanto al volumen de negocio, el turismo generó el pasado año 11.458 millones de euros, lo que implica un ligero descenso de tres décimas. Asimismo, y pese a los esfuerzos por captar turismo de calidad, el gasto medio por turista no supera los 91 euros al día. Además, el año pasado hubo problemas con los índices de ocupación y lejos de poder colgarse el cartel de “no hay plazas”, se empezó a manifestar el tan amenazante exceso de oferta. Lo cierto es que, de no haber sido por el turismo peninsular e intrainsular, habríamos asistido al cierre de empresas y la consiguiente destrucción de empleo. Buena parte del problema hay que atribuirlo a la elevada obsolescencia de la planta alojativa, en especial la extrahotelera. La situación, en suma, es preocupante sin ser angustiosa, lo que requiere de políticas necesariamente pragmáticas y eficaces, ya que en el sector se tiene la sensación de que otros destinos ganan cada vez mayor relevancia frente a Canarias.
De otra parte, en 2005 continuaron los flujos de inmigrantes sin papeles hacia nuestras costas, además de la llegada de irregulares a bordo de barcos negreros. No obstante, se ha notado un mayor control de los sistemas de vigilancia que ha repercutido en la disminución del número de pateras y, de otra parte, se han posibilitado las repatriaciones en virtud de nuevos acuerdos bilaterales en el área subsahariana. Sin embargo, el fenómeno de la inmigración es imparable mientras continúe el problema de fondo, que no es otro que la pobreza extrema de estos países, una cuestión que no se acaba de abordar debidamente. En julio, el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, vino a decirnos que “Canarias puede ser el rostro del mejor futuro de África” y a participar en una plataforma de ayuda y cooperación en el continente vecino, gestionando y canalizando programas y ayudas internacionales. Esta es la visión de Clinton en base a la posición geoestratégica de nuestro Archipiélago, lo que nos depararía un interesante futuro en el marco de la política mundial. Pero, de momento, nadie parece apostar por este nuevo y crucial rol de Canarias y su contribución al multilateralismo, cuando promete ser una vía de desarrollo muy potente.
Otro acontecimiento relevante del pasado ejercicio ha sido la pérdida de la condición de región objetivo 1 cara al nuevo período financiero 2007-2013 de la Unión Europea, de tal modo que “el maná comunitario que irrigó la economía se recorta” y, por tanto, dejaremos de percibir el grueso de las ayudas europeas que han permitido el progreso de nuestro Archipiélago. Dicen en Bruselas que los canarios hemos sido “victimas de nuestro propio desarrollo”, pero nadie parece haber matizado las frías cifras de Eurostat en base a las cuales hemos superado el umbral del 75% de la renta per cápita europea. En el discurso oficial frente a Europa de defensa de las singularidades y especificidades de Canarias se ha omitido la cara menos favorecida de las Islas. Nuestra Comunidad presenta el índice de pobreza relativa más elevado del España: el 20,8% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y las desigualdades sociales se acrecientan, ya que dicho índice era del 18,6% en el año 2001. El nivel de endeudamiento de las familias es elevado, un 85% de los hogares canarios no puede dedicar dinero al ahorro y el 17% llega con mucha dificultad a fin de mes. Estos datos han de incorporarse a la interlocución con Europa o nos tratarán como región rica.
El 2005 conoció una crisis en el Gobierno de Canarias que se resolvió con la salida de los consejeros del Partido Popular y el apoyo parlamentario del PSC-PSOE, algo que parece indicar un cambio de ciclo. Otro acontecimiento de trascendencia fue el demoledor paso de la tormenta tropical Delta y la falta de fluido eléctrico en la isla de Tenerife, en especial en el Área Metropolitana. La crítica situación puso en evidencia los fallos y vulnerabilidad del sistema y la necesidad de acometer las infraestructuras necesarias en el Sur de Tenerife, sin olvidar también la necesidad de dar respuesta y aumentar la capacidad de producción para hacer frente al incremento de la demanda en otras islas como Fuerteventura. Sin embargo, al margen de los problemas del sector eléctrico, la clase política no parece excesivamente preocupada por estos fenómenos meteorológicos adversos. La tormenta Delta nos pone ante la tesitura de hacer algo frente a las catástrofes naturales que ocasionan dichos fenómenos cada vez más frecuentes e intensos. Es obvio que una Comunidad como Canarias, que vive de sus temperaturas suaves, benevolentes y estables, estaría a la cabeza de las regiones más afectadas del mundo por el cambio climático. Tal vez sería conveniente trasladar esta preocupación y ponerse manos a la obra mediante la convocatoria de un foro internacional de debate u otra iniciativa que persiga la adopción de medidas tendentes a la reducción de gases tóxicos de efecto invernadero.
Por último, 2005 no aportó nada nuevo al panorama de la investigación y desarrollo en Canarias. Contamos con la generación más altamente cualificada que jamás hayamos tenido, pero se emplean fuera de aquí. Este es otro desafío que la Comunidad ha de encarar si no quiere quedarse al margen de los cambios que experimenta el mundo. Habrá que plantearse el aprovechamiento de nuestros jóvenes talentos y fomentar la innovación empresarial.