Dos mil veintiuno comenzó pleno de esperanza.
Sólo unos días antes, el 27 de diciembre de 2020, se administraba la primera vacuna frente a la COVID-19, la pandemia que nos había mantenido confinados en nuestras casas varios meses de ese año por primera vez en nuestra historia.
Y comenzábamos a dejar atrás las consecuencias emocionales del confinamiento: el dolor por tantos fallecidos y hospitalizados, las dudas, los temores …; en definitiva, la terrible incertidumbre que nos había embargado durante tantos meses.
Los canarios, que ya habíamos aprendido todo -o, al menos, intentado aprender todo- sobre mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancia social, niveles de alerta, número de personas en reuniones, casas y trabajo, empezamos a hablar de dosis, viales, Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen.
Y lo hacíamos con ilusión y, como he dicho, plenos de esperanza.
Es verdad que no fue tan fácil como al principio pensábamos. Continuaron los contagios, algunos después de estar ya vacunados, pero el terrible virus, que tantas muertes y hospitalizaciones había causado, se fue convirtiendo -poco a poco- en un virus más o menos ‘pasable’. Y, es verdad, lo pasamos muchos; y algunos, más de una vez.
En 2021 no estuvimos confinados, pero arrastrábamos las consecuencias personales, económicas y sociales que la COVID-19 nos había causado el año anterior, y que aún nos seguía causando.
No fue fácil, sobre todo, para muchas familias canarias. Fueron 705 las personas que ese año perdieron la vida por la COVID-19, y algo más de 125.000 los canarios contagiados.
Y tampoco fue fácil para nuestras empresas y nuestros autónomos. Y todas las administraciones públicas se tuvieron que esforzar al máximo en diseñar ayudas y medidas de todo tipo, dirigidas a contribuir a superar el destrozo económico que la pandemia había causado en nuestro tejido económico.
Se habilitaron líneas de subvenciones destinadas al mantenimiento de su actividad de los trabajadores autónomos y pequeñas y medianas empresas cuyo volumen de facturación se hubiera reducido respecto al que era habitual antes de la pandemia. Y también para los trabajadores afectados por un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE) a causa de la COVID-19, con ingresos inferiores al salario mínimo interprofesional.
Se aprobaron ayudas directas al sector turístico, quizás el más dañado por la pandemia. Y se modificaron los tipos de nuestro Impuesto General Indirecto Canaria (IGIC), y los procedimientos administrativos correspondientes, para la agilización de la gestión de las ayudas.
Y resistimos. Mal que bien, pero resistimos. Y a finales de 2021 habíamos recuperado todo el empleo perdido en 2020, alcanzando los niveles de diciembre de 2019.
Y cuando todo parecía encauzarse, poco a poco, estalló el suelo de La Palma. Fue a las 15:10 horas del 19 de septiembre. Y a todos se nos encogió el corazón.
Fueron espectaculares las imágenes del volcán y de su lava incandescente. Espectaculares y terribles, por su capacidad de destrucción. No se nos borrará nunca de nuestra memoria las imágenes de los vecinos que, día tras día, eran desalojados de sus hogares y, a las pocas horas, las imágenes de la lava arrasando esos hogares.
Y todos los canarios nos sentimos más unidos que nunca con nuestros hermanos palmeros. Y se nos hicieron completamente familiares nombres como Las Manchas, El Paraíso, Tacande, Todoque, Tajuya, el Callejón de La Gata, ….
Fueron 85 días de miedo, de dolor, y de muchísima pena. Pero también de esfuerzo, de trabajo hasta el agotamiento, de solidaridad, de heroísmo. Y también de ejemplo.
Es curioso. Cuando por esos días me llamaban amigos del resto de España para interesarse por los que nos estaba ocurriendo, y trasladarnos su cariño y abrazo, me preguntaban, por supuesto, por los daños materiales y por el terrible dolor emocional que las imparables coladas de lava estaban causando.
Pero sobre todo me preguntaban que cómo era posible que todos a los que veían entrevistar en los medios de comunicación –ya fueran autoridades, funcionarios de todo tipo, miembros de protección civil, voluntarios, ciudadanos afectados- todos contaban su drama con tanta serenidad y entereza, con tanta resignación, y con tanta seguridad de que, por mucho que perdieran saldrían adelante. Hubo uno, que me preguntó algo así como “de que pasta estaban hecho los palmeros”.
Y yo sólo les podía contestar que “es que los palmeros son así; desde siempre”. Y, en general, los canarios un poco también.
Que, por supuesto, una erupción nos daña y nos desgarra. Pero que se sabe que termina y que se ‘tira palante’. Sabemos que todas nuestras islas nacieron de volcanes, y estamos acostumbrados a vivir entre ellos desde siempre. Y conocemos sus coladas, sus malpaíses y sus fajanas.
Que ellos, los volcanes, son nuestros orígenes y nuestros paisajes. Que lo sabemos. Y que, a pesar de ellos, o quizás por ellos, estamos encantados y orgullosos de ser de aquí, y de vivir aquí.
Hasta nuestro himno comienza diciendo “Soy la sombra de un almendro,
soy volcán, salitre y lava”.
Y volvimos a resistir. De nuevo ‘mal que bien’ pero lo volvimos a hacer. Y esperamos que más pronto que tarde todos los afectados reciban las ayudas que necesitan y que se merecen.
Lo dicho, 2021 nos puso a prueba, resistimos, y salimos para adelante.