Canarias toma, por fin, conciencia de que su mayor valor turístico podría verse alterado por el cambio climático: “Cada turista es una chimenea”
El clima es el principal atractivo de un destino para el 60-70% del total de viajeros mundiales (el segundo es su patrimonio histórico cultural). Canarias es por ello uno de los destinos vacaciones líderes: el Archipiélago no solo cuenta con una de las mejores temperaturas del mundo -entre los 18º y 24º-, sino que es una de las regiones con mayores días soleados al año. Y es esta condición de destino no estacional la que le diferencia de un buen número de competidores agraciados también con horas de sol y buenas playas.
Los principales destinos vacaciones se ubican además, como las Islas, en la franja climática situada entre el Ecuador y el Trópico de Cáncer; pero Canarias cuenta con otra ventaja competitiva frente a sus rivales del Caribe o el Mediterráneo: los alisios, un viento que las refresca en los meses más calurosos frente al calor asfixiante de otras zonas turísticas.
Todo lo demás que hace de Canarias un gran destino (sus paisajes, sus infraestructuras o su red de transportes) existe gracias a la excepcionalidad de su clima. Sin ella, ¿que sería del turismo de las Islas? ¿Seguiría Canarias conservando su atractivo si contara con menos playas; si un ciclón tropical como el Hermine se aproximara aún más; si se sucedieran grandes incendios; si las temperaturas fueran menos templadas en verano o escaseara el agua potable?
Un reciente informe elaborado por el centro de investigación TIDES, vinculado a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, sostiene que los destinos más afectados por las amenazas vinculadas a la crisis climática tienen menos probabilidades de ser seleccionados. El arquitecto y urbanista Juan Palop va aún más lejos y advierte que la cultura de quienes nos visitan evoluciona en sostenibilidad más deprisa que el destino: “Nuestros visitantes vienen de ciudades que están cambiando por sus políticas medioambientales, que ya están generando cambios en su forma de vivir y de viajar. Los nórdicos por ejemplo están haciendo apuestas muy fuertes: Copenhague se ha propuesto no dejar entrar ni un solo coche en 2025 en el centro de las ciudades. ¿Qué ocurrirá cuando vengan a Canarias y vean lo poco que hemos avanzado en movilidad?”. Varios informes avalan esta afirmación en el sentido de que los viajeros están incluso dispuestos a pagar más si su viaje es más sostenible: hasta el 59% según el último estudio de Expedia Group.
La realidad es que, en términos de prevención y asunción de riesgos por el cambio climático, el futuro ya está aquí. Pero hasta hace nada, el sector turístico canario lo seguía percibiendo como un problema a resolver por las generaciones venideras. Además, el turismo es una actividad tan acostumbrada a lidiar con adversidades desde sus inicios, y a sobrevivir a todas ellas, que siempre ha mostrado su confianza (quizá en exceso) en su capacidad de adaptación al cambio climático.
Pero las adversidades históricas que ha tenido que sortear el turismo canario, por su altísima dependencia del exterior, no tiene mucho que ver con el desafío que supone dar respuesta a una crisis climática para seguir siendo un destino líder: “Desde 1955 hasta la actualidad, el número de visitantes ha crecido un ¡34.000%! Un éxito absoluto en términos económico basado en el clima, que es nuestro tesoro, pero con un coste ya insostenible si mantenemos la media de 13 millones de turistas al año”, advierte por su parte el profesor de la Cátedra de Riesgos Climáticos de la Universidad de La Laguna, Pedro Dorta. Y recuerda el especialista que “Canarias tiene más turistas que Chile, Brasil y Argentina juntos”.
Canarias, fuera de manual
La Organización Mundial del Turismo recomienda una ratio de 50 residentes por cada cama, aunque otros organismos rebajan a la relación a 25/1. Canarias sin embargo está en ratios de 8 y 9 habitantes por plaza: “Estamos fuera de las ratios, fuera de cualquier manual. Y como no es cierto que el turismo sea una industria sin chimenea, de hecho cada turista es una chimenea; el reto de la sostenibilidad del turismo es salvaje”, reflexiona Palop.
La aviación es el primer escollo para reducir la huella de carbono en el sector turístico. Una de las diferentes calculadoras existentes para medirla, registra que solo en el viaje para trasladarse a Canarias, cada turista consume dos toneladas de CO2: una tonelada de ida y otra de venida. Es decir, el 100% de los estándares se consume solo en el viaje para llegar a las islas. La huella para llegar a Canarias es, además, el doble que para llegar a Baleares. Y el profesor Dorta ofrece otro dato que contribuye a medir la diferencia de impactos que tiene sobre el cambio climático la huella de un residente y de un turista: un pasajero que viaje de Frankfurt a Praia deja, en un solo vuelo, la misma huella que un caboverdiano en todo el año.
Son datos que ponen en evidencia el alcance de un problema que tiene difícil solución para un territorio que vive del turismo. También fuera de la industria aeronáutica, la extrapolación de indicadores refleja diferencias significativas en los consumos: 340-350 litros/día un turista frente a 150 litros/día de un residente.
Ante la contundencia de las cifras, el Gobierno de Canarias ha encargado en esta legislatura un Plan de Mitigación, Compensación y Adaptación al Cambio Climático en el sector turístico. En él se ha puesto, por primera vez, nombre a qué puede suceder y dónde, cifrando tanto el coste de la acción y de la inacción. Incluye igualmente un plan de acción diferenciado por Islas, que obliga a una evaluación periódica y un informe anual. Y para ello pondrá al servicio del sector turístico, de forma gratuita, una herramienta para que los agentes midan su huella de carbono, a la que estará obligado por la Ley de Transición Ecológica que está en trámite en el Parlamento de Canarias.
La vulnerabilidad de las Islas
Las islas son tan importantes desde el punto de vista de su vulnerabilidad ante el cambio climático, que el propio Grupo Intergubernamental de Expertos (IPCC) tiene un apartado específico para estudiarlas. El denominador común de todas ellas es que tienen una enorme interdependencia del transporte exterior y casi todo viene de fuera (desde el combustible hasta la alimentación). Comparten también un alto consumo energético, con emisiones de efecto invernadores superiores a los territorios continentales, porque su principal actividad económica es el turismo.
Sin embargo, cada una de estas islas debe dar respuesta propia al desafío del cambio climático. Juan Palop lo resume así por lo que respecta a Canarias: “Nuestro metabolismo está fuera de control, no hay manual de instrucciones y, por tanto, tenemos que generar nuestras propias estrategias. Y si no actuamos, corremos el riesgo de convertirnos en un territorio varado”.
El reto es cómo meter el turismo en una era de post-industrialización, algo que no va a ser nada fácil. Algunos expertos hablan de sistemas descentralizados y redistribuidos, en los que cada hotel sea una planta fotovoltaica o un centro de reciclaje de residuos. Otros apuestan, directamente, por el decrecimiento. Porque aunque las emisiones de CO2 son inferiores en la industria turística (entre el 8y 12%) que en otras industrias como la cárnica o láctea (por encima del 14%), cada 12 años se incorporan mil millones de personas al planeta: ¿qué ocurrirán si siguen viajando al ritmo actual? Sea cual sea la solución, requerirá modelos de gobernanza sofisticado que permita dar el salto a una transición ecológica real.