Nos hemos olvidado de la pandemia y sigue ahí junto con un periodo de guerra real de la que estamos sufriendo sus daños colaterales
Hace ya dos años que escribía sobre los efectos que tuvo el inicio de la pandemia sobre el turismo, y como llegaron los avisos previos de que algo serio se nos venía encima, pero que nadie se dio entonces por aludido.
Parafraseando a León Tolstoi2, lo que leerán a continuación “no es una novela, aún menos un poema y aún menos una crónica histórica” de lo que hemos vivido en estos dos años de esta loca década de años veinte. Es más bien una visión personal de como hemos quedado, y como vamos a afrontar los próximos meses (olvídense de proyecciones a uno o más años, que ya no hay nadie capaz de aventurarse a ello). Lo podría definir como un ensayo, pero un ensayo de inquietudes que nos deben permitir planificar más o menos en serio las acciones en nuestras empresas para los próximos meses.
Y es que hace dos años ya pensábamos que esto del Covid-19 no podía ser la guerra de los 100 años (ya saben que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante), porque para nuestra civilización, todo lo que pase de un par de semanas es como “eterno”; en este caso creo que nos quedamos en “no hay mal que 100 semanas dure, ni Gobierno que lo permita”.
Según los datos del ISTAC3 en cuanto a ingresos totales y tarifa media en el sector hotelero en Canarias, en el 2020 la cifra de ingresos bajó un 67.6% en relación al 2019, y en el primer semestre de este año estamos ya en unos ingresos totales de más de 1.800 millones de euros (casi lo mismo que lo obtenido en todo el 2021), y bien es cierto que la tarifa media por habitación se ha incrementado más de un 16% en relación al 2019, pero lo que no cuenta este análisis es lo que se han incrementado los costes de operación, y es que la subida de tarifa está, sobre todo, generada por el fuerte incremento de los costes, y no tanto por la demanda.
Pero si nos ponemos a recordar, realmente nos pasamos el Covid-19 como si viviéramos en periodo de guerra: “combatimos la mortalidad”; “defendemos nuestra sanidad pública”; “doblegamos la curva”; “este virus lo vamos a vencer”, todo era pura retórica militar para hacernos sentir que el Gobierno era un auténtico centro de mando que luchaba sin cuartel contra el enemigo.
Y el virus sin enterarse de que había todo un ejército de personas que le perseguía. El enemigo no sabía ni que lo era, pero a nosotros solo nos faltó que Gila usara su teléfono para aquello de “¿es el enemigo?, que si puede parar la guerra un momento.“ 4
Y cuando esta guerra parecía que llegaba a su fin, más por cansancio del personal que por ganancia de batallas, empezamos a sentir un nuevo periodo de paz con el periodo de vacunación, donde se veía que estas armas sí que ganaban la guerra. Al menos el enemigo siguió los consejos de Gila y empezó a descansar un poco más.
Este periodo de paz (breve, pero aún no lo sabíamos) se ve interrumpido por un nuevo frente bélico llamado Volcán de Cumbre Vieja (o de Tajogaite, que aún no tengo muy claro como ha quedado el nombre del volcán en La Palma). De nuevo, toda una retórica informativa de “el frente de lava”, “avance imparable a zonas habitadas”, “nuestro ejército no puede parar la lava”. Vamos que la lava tampoco tenía ni idea que se había convertido en un enemigo implacable. Y como si todo tuviera su explicación, esta batalla contra la propia naturaleza duró menos de 100 días (85 días, para ser más exactos).
A partir de entonces, comenzamos de nuevo un periodo de paz que siempre implica un arranque de la economía muy, muy leve, porque las reconstrucciones son así. Con el inicio de las catástrofes, las pérdidas son inmediatas, pero la recuperación tiene una curva ascendente mucho, mucho más lenta, que impide que todo vuelva a la normalidad. Es más, en La Palma todavía están en fase de recuperar su economía, sus vías de transporte, y lo más importante las viviendas para todos aquellos que se vieron directamente afectados.
Pero si pensábamos que con el fin de “la guerra contra el volcán” volveríamos a nuestra tan deseada paz y tranquilidad, nos toca despertarnos a finales de febrero con que un país, y no uno cualquiera, se le ocurre que sus sueños de siglos pasados deben hacerse realidad, y que ese territorio que está junto a su frontera no puede llamarse Ucrania. Esa parte de Europa es también parte de la amada Gran Rusia que reinaba bajo el imperio de Catalina II la Grande. Y aquí si que empezó una guerra de las de verdad; aquí la crónica informativa no usaba metáforas porque sí que había un ataque de tropas, invasión de ciudades, asesinatos de civiles y militares que defendían su país, su cultura, y sobre todo su futuro que habían logrado mantener en paz los últimos 30 años.
Esta guerra auténtica y sin paliativos, ya lleva más de 100 días, y desde luego no tiene visos de verle un final, por lo que si es posible que supere también las 100 semanas. Da igual, porque sus consecuencias están siendo devastadoras para todo un país de más de 40 millones de habitantes, donde su recuperación económica, social y sicológica, cuando llegue su nuevo periodo de paz, va a ser muy compleja de gestionar y recuperar.
Todos estos daños, ya sean los naturales o los directamente provocados por el gobierno de Rusia, afectan a todo el planeta, y donde primero se nota es en la evolución de la economía y el comercio.
Y en economía, cuando un bien o un servicio escasea, es cuando su precio aumenta de forma alarmante, porque baja la oferta (producción), pero la demanda sigue siendo la misma, (no estamos preparados para reducir de golpe nuestras necesidades). Este mantenimiento de demanda con una reducción de la oferta crea la tan olvidada inflación, que solo sabíamos que existía si leíamos noticas de Venezuela, Argentina, Afganistán, etc. Cualquiera que tenga menos de 25 años ni se acuerda lo que era tener subidas de precios mes a mes. Y del Euribor al 15%. Yo si me acordaba.
Ahora mismo estamos viviendo un periodo de paz bastante extraño, porque nos hemos olvidado de la pandemia y esa sigue ahí, junto con un periodo de guerra real, de la que estamos sufriendo sus daños colaterales, que son más leves que los daños reales de muerte y destrucción que si sufren en Ucrania. Allí, la inflación es el menor de los problemas.
En este periodo de paz relativa, en cuanto a recuperación del turismo en Canarias, es como un espejismo que nos hace disfrutar del momento actual. Desde luego, a efectos económicos, genera beneficios a nuestras empresas turísticas, pero esta vez sí que hay señales bien claras de que este espejismo es eso, un espejismo, y que la situación va a rotar hacia unos efectos de economía de guerra, donde vamos a sufrir escasez de alimentos, incluso por no poder pagarlos, dificultades para afrontar gastos básicos y una recesión que va a durar un par de años, como mínimo.
Enfrentarnos a esta situación va a ser un reto enorme, aunque la primera etapa de la pandemia nos debería servir como aprendizaje de como gestionamos el ahorro de recursos y la caída de la demanda. Pero, en este caso, esta guerra no se combate con vacunas ni con aislamiento, se combate con armas, y el final de esa invasión de Ucrania no tiene otro final que un vencedor, o simplemente dos perdedores. La famosa premisa en negociación del “win-win” no se puede dar en una guerra.
Pero no quiero terminar sin una idea positiva y de esperanza; esta situación volverá a la paz, con crecimiento económico, mayor tasa de empleo, recuperación de nuestros valores y espero, sobre todo, apreciando lo mucho que cuesta nuestra libertad y bienestar. Que podamos también extenderlo a todos aquellos que en este mundo interconectado no pueden disfrutar de esa situación que genera vivir en paz.
1 Blog de ASHOTEL. Septiembre 2020. Anuario de Canarias 2019-2020 de la APT, página 170
2 León Tolstói. Guerra y Paz (1869). Prólogo del autor
3 ISTAC: Encuesta de Alojamientos Turísticos. Series anuales. islas Canarias. 2009 – 2022
4 Miguel Gila. Monólogo en TVE. Agosto 1999. https://www.youtube.com/watch?v=RM41MrKUhL4