El 19 de septiembre de 2021, dos días antes de que acabara el verano, la tierra se abrió en Cumbre Vieja, en la isla canaria de La Palma. Durante 85 días y ocho horas, el volcán estuvo activo y los miles de toneladas de lava que arrojó cubrieron cultivos y hogares mientras los medios de comunicación informaban de los nefastos progresos que iba teniendo la lengua semilíquida en su camino hacia el océano. Fue una retransmisión prácticamente en directo que se hizo cotidiana en todos los telediarios, en las radios y en las páginas de los diarios hasta que el 13 de diciembre los servicios vulcanólogos anunciaron que la erupción había cesado.
Ha pasado un año desde la explosión. Muchos de los vecinos perdieron sus negocios y tuvieron que emigrar, otros continúan tratando de rehacer su vida ante un nuevo paisaje y, probablemente, iniciando nuevos proyectos. El lugar se ha convertido en punto de atractivo turístico al que no dejan de llegar curiosos y forofos de la vulcanología. Y, por supuesto, los medios han vuelto a mandar enviados especiales a la isla para informar de los cambios experimentados en este tiempo. Es el momento de ofrecer datos sobre la evolución de los trabajos de recuperación encargados por las autoridades (locales, autonómicas y nacionales) y de preguntar si avanzan a buen ritmo, si se cumplen los compromisos, si existe abandono, de dar voz a los vecinos para que hablen y opinen. En definitiva, de poner el foco donde está el interés informativo. Entonces (hace un año) estaba en el volcán, ahora está en la reconstrucción.
Como cualquier momento es bueno para poner en valor el periodismo, el ejemplo del volcán, como ocurrió con la pandemia, sirve para destacar la buena labor informativa
Ahí aparece el periodismo. Se trata de contar lo que pasa a los ciudadanos, que son los que tienen el derecho constitucional a que se les informe; pero que se les informe con la verdad y con todo lujo de detalles. Se trata, también, de arrojar luz sobre las actuaciones de manera que haya transparencia y de evitar el ocultamiento, que muchas veces ocurre por intereses de diverso tipo, nunca justificado. Para eso están los medios de comunicación, cuya misión es informar; pero, además, controlar los poderes y exigir cuentas a los gobernantes. La falta de información rompería ese compromiso y dejaría un vacío incomprensible. ¿Cómo, si no están los medios como testigos, se van a enterar los ciudadanos de lo que pasa en la zona devastada por el volcán un año después? ¿Cómo, si no, se puede formar una opinión sobre lo que ocurre?
Como cualquier momento es bueno para poner en valor el periodismo, el ejemplo del volcán, como ocurrió con la pandemia, sirve para destacar la buena labor informativa. Pero, además, hay que tomar conciencia de las amenazas que planean sobre la profesión: la desinformación, los bulos y los rumores, las noticias falsas o manipuladas, la falta de transparencia… En ese mundo de desafíos, en el que prolifera la polarización de la sociedad, los medios deben luchar contra ellos y todo lo que los propicia. Es una lacra que ha crecido con el progreso que en teoría supone la digitalización y que tiene las redes sociales como soporte. Es el momento de recordar que las redes sociales no son periodismo, aunque sean usadas por los medios de comunicación, aunque siempre con la exigencia del respeto escrupuloso de las normas deontológicas y éticas que rigen la profesión. Este mal de nuestro tiempo, caracterizado por la desinformación supone un atentado contra la democracia, ante lo que se impone el periodismo de calidad, el que proporciona una información veraz, contrastada, contextualizada, independiente y sujeta a normas deontológicas.
Por eso no debemos ser complacientes. Debemos luchar contra el veto a periodistas y medios por parte de determinados grupos políticos, las conferencias de prensa sin preguntas, las presiones de los poderes fácticos, los ataques a la prensa y las agresiones a periodistas. El buen periodismo es, asimismo, el mejor camino para exigir el pago de contenidos, como quieren con toda la razón las empresas editoras. Pero, para ello, también hay que exigir que las redacciones garanticen la calidad y reciban salarios dignos que acaben con la precariedad en el empleo. Esta aumentó de forma exponencial tras la pandemia; pese a ello, los periodistas mantuvieron el compromiso de informar a los ciudadanos.
Posiblemente es también momento de hablar de otras reivindicaciones de la profesión como la defensa de los derechos de autor, por lo que se exige a los editores que cumplan la directiva europea que fija para los periodistas un porcentaje de los ingresos que se obtengan por el uso de contenidos, y la alfabetización mediática de las escuelas, una aspiración que comienza a hacerse realidad con la implantación de talleres impartidos por periodistas, pero que necesita un empujón definitivo.