Oficio frente a la maldición china

Los periodistas de Canarias han dado la talla de manera impecable y su trabajo ha sido reconocido fuera de las Islas con premios

“Oficio en desuso”. La sentencia anterior la soltó un compañero de un medio de comunicación grancanario. Fue durante un intenso debate, dentro de un grupo de guasap —dónde si no— repleto de periodistas, con motivo del control informativo impuesto por Javier Tebas y los clubes de fútbol españoles en las retransmisiones de los partidos de LaLiga. Ya saben: se censuran comentarios críticos en las retransmisiones, se restringe la emisión de imágenes de jugadas conflictivas y se elige a comentaristas obviando criterios de equidad entre los equipos.

Lo cierto es que todos, en ese momento, nos dejamos llevar por el desánimo. Uno de los miembros del chat incluso vaticinó que “en unos años no va a preguntar ni dios” y otro lamentó que LaLiga intente “crear un producto sin periodistas” para luego soltar un pronóstico desolador: “el caso es que pueden”.

Aquello pasó en agosto, en plena efervescencia por el regreso del fútbol y tal vez a todos nos dio por ver el horizonte azul oscuro casi negro porque estábamos con el paso cambiado ante tanta novedad en las retransmisiones deportivas de los partidos de Primera División. El retrato de la realidad, a pesar de tanto desánimo en el gremio, ofrece una imagen mucho más amplia y fotografía un estado de las cosas en el periodismo mejor de lo que nosotros mismos, desmoralizados, nos empeñamos en pregonar. Por lo menos, permítanme que lo recalque, así lo veo yo.

Nos ha tocado vivir tiempos interesantes, como cuenta una maldición china. Hagamos un repaso, por ejemplo, de todo lo sucedido en Canarias en los últimos tiempos: la pandemia provocada por el coronavirus, la erupción volcánica del Cumbre Vieja en La Palma, la crisis migratoria, los incendios forestales, la desigualdad social latente en las Islas después del crac económico de 2008 o los ecos de una guerra en Ucrania que agita lo peor del pasado europeo.

Ante todas esas situaciones extremas, los periodistas de Canarias han dado la talla de manera impecable. Su trabajo ha sido reconocido fuera de las Islas con premios, ha sido valorado con excelentes opiniones por compañeros de otros lugares y creo que, aunque en las redes sociales a veces sobresalga el ruido por encima de todo comentario cabal, la gente del Archipiélago valora y aprecia nuestro trabajo.

Ningún periódico de Canarias dejó de salir a la calle durante la pandemia. Gracias al trabajo de muchos periodistas pudimos presenciar cada segundo de la erupción volcánica de La Palma. Hemos conocido, a través de los medios, diversas historias humanas —algunas con final feliz; otras cerradas en tragedia— de las miles de personas que cruzan África y después se lanzan al Atlántico en busca de un sueño —el estado de bienestar que nosotros vivimos—. Son redactores los que dan voz a los ciudadanos que ven como sus vidas se consumen sin recibir un derecho reconocido como la prestación de Dependencia. Y nos han contado con acento canario los horrores de la invasión rusa en Ucrania.

Hago repaso de todo lo sucedido durante el último año y en la revisión de cada momento interesante asocio el momento con periodistas de Gran Canaria. El 19 de septiembre de 2021, mientras todos disfrutábamos de una tarde de domingo, Fátima Plata dio la cara durante horas para contar todo lo que pasaba en una jornada que no olvidaremos: la erupción del Tajogaite. Ella nos guió durante las primeras horas, dio paso a sus compañeros de la Televisión Canaria y muchas generaciones del Archipiélago recordarán ese día por lo que estaban haciendo en el preciso instante de la explosión y lo ligarán al buen hacer profesional de Fátima.

De las coberturas del volcán de La Palma no me puedo olvidar las crónicas que firmaron desde Los Llanos de Aridane o El Paso tres compañeros de La Provincia: Alberto Castellano, el primero en coger un vuelo y plantarse allí —de motu propio—, Nora Navarro y Juanjo Jiménez. Fueron sensibles con los afectados, certeros en el análisis y exquisitos al informar. Leerles fue todo un lujo.

La crisis migratoria que ha sacudido Canarias en los últimos meses no tendría rostro de personas, sería menos humana y sólo sería un cúmulo de números, estadísticas y reproches políticos, si no fuera por el trabajo y el empeño de Chema Rodríguez —delegado de la Agencia EFE en Las Palmas— de poner rostro a este drama. Sus textos y las fotos de Ángel Medina, Elvira Urquijo y Quique Curbelo han removido conciencias, nos han dado respuestas para entender por qué suceden las cosas y nos han puesto en nuestro sitio, en ese lugar de privilegio llamado Europa en el siglo XXI —un lugar y un periodo de prosperidad como ninguno antes en la historia de la humanidad—. Periodismo, sin más —con todo lo que eso conlleva—.

La Covid-19 entró en nuestras vidas en diciembre de 2020, nos golpeó duro en la primavera del año pasado y ha seguido entre nosotros en 2022. Las crónicas, reportajes y entrevistas de periodistas como Yanira Martín (La Provincia), Yeya Aranda (Canarias7) o Miguel El Mir (TVE) nos han servido para saber a qué nos enfrentábamos, valorar a todos los profesionales sanitarios que nos han cuidado, rendir homenaje a las víctimas de la pandemia, darnos esperanzas y rebatir disparates negacionistas en un claro ejemplo de servicio público.

Jennifer Jiménez (Canarias Ahora) y Luisa del Rosario (Canarias7) han puesto voz a gente de nuestra tierra que sufre la desigualdad económica o un trato discriminatorio. Temas como la dependencia, la igualdad de género o los problemas en los centros escolares públicos de las Islas han encontrado un altavoz en los medios que, en algunos casos, han servido para revertir situaciones enquistadas.

El acento inconfundible de un teldense, Nicolás Castellano (Cadena SER), fue uno de los primeros en darnos un poco de luz sobre el sufrimiento de la población ucraniana al inicio de la invasión rusa. Estuvo en el corazón del conflicto, en Kiev, y con su talento y su naturalidad para contar las cosas puso en el centro de la noticia a los que de verdad importan en un momento así: a las madres que protegen a sus hijos, a los hombres que van al frente, a los mayores que recuerdan temores del pasado.

Las fuentes y las agendas de Fran Fajardo (Canarias7) y Aday Domínguez (Televisión Canaria), dos de las dos herramientas de más valor de un periodista, nos han permitido conocer las tripas de un caso de corrupción en el que se han esfumado cuatro millones de euros de dinero público: el ‘caso mascarillas’.

Creo que el contexto actual es bueno por todos esos ejemplos detallados en los párrafos anteriores, porque todos esos periodistas dignifican el oficio, pero también lo afirmo porque la apuesta de la Televisión Canaria por el sector audiovisual de Canarias ha permitido que muchos periodistas tuvieran la posibilidad de desarrollarse y crecer en su profesión a través de los proyectos de productoras como Video Report, Videre, Doble Diez, EtiAzul, Suelta el Mando, Malpaís o Clan de Medios.

El mercado, que se ha visto agitado —sobre todo en la parcela de la televisión por el fin de los contratos por obra y servicio—, ha acogido este año a los primeros licenciados en periodismo y comunicación audiovisual de la Universidad Fernando Pessoa, ubicada en Guía y que multiplica las opciones para todos los jóvenes de las Islas que aspiran a convertirse en periodistas.

Algunas redacciones, después de ERTES y despidos derivados de la crisis del covid, han comenzado un proceso de renovación con nuevas incorporaciones —como es el caso de La Provincia, donde se han sumado en los últimos meses una nueva docena de firmas—.

Además, en Gran Canaria estamos de enhorabuena: el 12 de septiembre arrancó Atlántico Hoy Las Palmas, un periódico digital que cuenta con seis redactores, que fortalece la apuesta de Grupo de Medios Global (GMG) por Canarias y que se suma a la edición de Tenerife —donde trabajan otros seis periodistas— fundada en 2017 para dar forma a un proyecto regional que tengo la fortuna y el honor de dirigir.

Evidentemente, no todo son buenas noticias. Un mal azota al oficio: la precariedad. Pero la solución es sencilla: más periodistas contratados, menos jefes y tertulianos dispuestos a secuestrar el producto por fines empresariales y equipos más numerosos, donde el redactor disfrute de mejores condiciones laborales y económicas. Negocio, por lo que parece, hay. Todo lo demás suele ser avaricia y poco tiene que ver con el periodismo.

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