El día en el que la tristeza invadió Canarias

A veces me pregunto qué se le puede pasar por la cabeza a un hombre para acabar con su semejante de una manera fría y sin posibilidad de defensa

Tal vez el título no se ajuste a la realidad y debería decir “El día en que la tristeza invadió el mundo”. Me estoy refiriendo a ese macabro asesinato de las hermanas Olivia y Ana, a manos de su padre, Tomás Gimeno, el 27 de abril del año 2021.

Tal vez a lo largo de mis 32 años de ejercicio de profesión periodística, especializado en el mundo de los sucesos, nunca me había encontrado con un caso de estas características y, con un alcance mediático tan amplio. Tampoco me había enfrentado a un directo donde este humilde periodista tuvo que dar la exclusiva, si se puede llamar así, del hallazgo de las bolsas, una que portaba el cuerpo sin vida de Olivia y la otra, rasgada y en la que se presuponía que estaba el de su hermana.

Todavía recuerdo esa escena en el muelle de la capital tinerfeña. La cadena Cuatro me había llamado esa tarde, un 10 de junio, tal y como venía haciendo desde que se trasladó un equipo de la Isla. Por azar del destino, ese día no intervenía en el programa de la televisión autonómica donde lo hacía desde un año antes.

Me preguntaba la periodista, Cristina Bravo, a través de Joaquín Prats, que era extraño que la patrullera de la Guardia Civil se encontraba abarloada por la banda de babor al buque oceanográfico Ángeles Alvariño, de manera que desde el espigón era imposible adivinar qué ocurría a bordo.

Una vez comenzado la ronda de preguntas, recibí un inquietante mensaje en mi teléfono móvil. Mi fuente me decía que saliese del directo que tenía algo que contarme muy importante. Dicho y hecho. Mientras la periodista de la cadena de Mediaset España continuaba con Joaquín Prats, yo me aparté y llamé a mi contacto. Su mensaje fue lacónico, “la patrullera está ahí porque acaban de aparecer dos bolsas. Una contiene el cuerpo de Olivia. La otra está rasgada y se supone que en su interior estaba el de su hermana Ana. Se está a la espera de la llegada de la jueza al muelle para proceder al levantamiento”.

Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Yo era quién iba a narrar para toda España, en riguroso directo el fatal hallazgo. De inmediato, le pedí paso a Cristina Bravo a la que manifesté que teníamos el hallazgo del cuerpo de una de las niñas. Me dio paso y lancé la noticia, visiblemente nervioso y señalando que “no me gustaría ser yo quien diese esta noticia, pero la tripulación del buque oceanográfico acaba de localizar dos bolsas y una de ellas contiene el cuerpo sin vida de Olivia”.

Segundos después mi teléfono móvil echaba chispas. No quedó medio nacional e incluso internacional, Colombia, que no contactase para saber de tratar algo más al respecto.

Atendí como pude a todos los medios que contactaron esa tarde conmigo. Al llegar la noche, me derrumbé. La presión fue muy fuerte. Durante casi dos meses luchando contra esa fatalidad, aunque a fuerza de ser sincero, en el programa donde acudía desde el minuto uno, fuera de cámara, a preguntas de la presentadora manifesté cual era mi opinión y dije que no era nada optimista. Se trataba de una desaparición de alto riesgo y por lo que me contaron mis fuentes, el desenlace era el esperado. Solo me equivoqué el lugar donde las hizo desaparecer. Pensé en la finca de Candelaria, pero no barajé la opción del mar.

Días después me tocó volver a dar otra primicia. Esta vez menos escabrosa, pero que venía a arrojar luz sobre el final de Tomás Gimeno. Fue la localización por la tripulación del Ángeles Alvariño, de dos botellas de buceo, de reducido tamaño, que son empleadas en aviación fundamentalmente, y que serviría para probar que Gimeno decidió quitarse también la vida.

No todos los medios actuaron con la misma prudencia y elegancia, ante un caso de esta gravedad. Unos porque solo buscaban ahondar más en la herida, sin importar el daño y el sufrimiento de dos familias y, otros, por la tendencia de algunos profesionales de la comunicación de medios nacionales, que los periodistas de las Islas somos de segunda división, algo que quedó demostrado que es rotundamente falso y que estamos tan preparados como los tertulianos de las grandes cadenas televisivas y diarios nacionales.

En nuestro subconsciente nos resistíamos a pensar que un padre fuese capaz de acabar con la vida de sus dos hijas y luego suicidarse. A ello se unió la vitalidad, fortaleza y positividad de la madre que nunca perdió la esperanza de hallar con vida a sus dos hijas.

Sin embargo, el destino le tenía reservada una desagradable sorpresa. El asesinato de sus dos pequeñas, a las que me atrevería a decir, nadie en este mundo va a olvidar.

Otro caso dentro de la crónica negra, que aunque no alcanzó el grado de difusión que el de las niñas fue el asesinato, a martillazos, de un hombre a manos de otro varón en la Nochebuena del pasado año, en Santa Lucía, en Vecindario (Gran Canaria). El agresor corrió tras su víctima, con el mazo en la mano, hasta acorralarlo en un callejón, donde le golpeó sin piedad hasta acabar con su vida.

Lo más llamativo del caso, es que el autor de la agresión había sido condenado en 2010 a cinco años de prisión por un delito de lesiones y otro de homicidio por imprudencia.

Mientras que unos no nos acostumbramos a asesinatos con la alevosía y el ensañamiento de acabar con la vida de un semejante y menos a golpes de martillo, tras cazar, literalmente a su víctima. Otros en cambio, con antecedentes por otra muerte a sus espaldas, parece poco importarle la vida, a la que desprecian con total impunidad.

A veces me pregunto que se le puede pasar por la cabeza a un hombre para acabar con su semejante, de una manera fría y sin posibilidad de defensa. Y van para los 33 años y todavía no he hallado la respuesta.

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