El fenómeno migratorio en Canarias muestra una realidad compleja y llena de matices que va más lejos de la incesante llegada a nuestras costas de subsaharianos y magrebíes
La imagen se repite desde hace años en las inmediaciones de cualquier centro comercial o hipermercado de las islas. Jóvenes subsaharianos deambulan por el lugar y abordan muy educadamente a las personas que empujan carritos de la compra. Se ofrecen para ayudar a introducir las bolsas en los maleteros de los coches. La mayoría de las personas rechazan la colaboración con un gesto o una palabra, sin casi mirarles a la cara.
Alguna persona, casi siempre mujer y de edad avanzada, sí que les mira y seguidamente rebusca en su bolso algunas monedas. Los chicos reciben el dinero con una sonrisa y un “gracias”.
Decimos “chicos” porque son en su inmensa mayoría varones, que también intentan venderte alguna pulsera o collar, supuestamente muestra de la artesanía de sus países de origen.
Muchos pensaron que sería bajarse de la barquilla y ponerse a trabajar. Pero no. Los canarios se han acostumbrado a convivir con el fenómeno migratorio, pero difícilmente se pondrán en la piel de estas personas. Menuda decepción: escapar del mar con vida y luego encontrarte con tantos obstáculos para salir adelante.
Desde hace décadas la noticia de la llegada de cayucos, pateras y neumáticas a nuestras costas resulta algo habitual cuando se abre un periódico o se enciende la radio. A fuerza de repetirse, es muy difícil que este goteo de titulares, y de fallecidos en muchas ocasiones, nos sorprenda, salvo que la realidad nos apriete un poco más con una escena nueva y terrorífica.
Y eso fue lo que ocurrió una tarde-noche de un miércoles de marzo de 2021, cuando una niña de dos años con hipotermia severa era reanimada en el puerto de Arguineguín, al sur de Gran Canaria, por sanitarios de la Cruz Roja y Salvamento Marítimo. La imagen fue impactante y dio la vuelta al mundo.
La pequeña maliense Nabodi fue ingresada en el hospital Universitario Materno Infantil, donde moriría días más tarde.
Otra vez el puerto de Arguineguín como escenario del drama. Si en 2020 este muelle del municipio de Mogán albergó durante meses y meses a centenares de migrantes a la intemperie esperando ser derivados, en esta ocasión fue el decorado de fondo de una imagen que no se nos debería quitar de la cabeza.
Los primeros meses del año fueron también los de momentos de tensión en los hoteles donde fueron alojados los migrantes a la espera de repatriaciones o derivaciones a la Península. Fueron unos meses donde la presión se acabaría trasladando a los cuarteles de Las Raíces y Las Canteras en Tenerife. Meses donde se volvió a poner de manifiesto que Canarias se quedaba sola a la hora de atender a los menores no acompañados –unos 3.000–, sin que otras comunidades autónomas del país acaben de tener un gesto humanitario con estas gentes.
Un asunto muy complejo, que acaba con extutelados viviendo en la calle y otros que cumplida la mayoría de edad siguen en centros de menores.
Dicho todo esto sin dejar de reconocer que a la hora de hacer balance lo justo es decir que en 2021 se atenuó un tanto la crisis vivida en 2020 y que tanto nos recordó a la de 2006.
Sociedad mestiza
Vamos hacia una sociedad mestiza y el que no lo quiera ver es que está ciego. El éxito de propuestas de extrema derecha por toda Europa puede deberse al empobrecimiento de las clases medias, pero también a que se apela sin muchos miramientos a lo visceral, al odio al diferente, al extranjero. Es lo fácil para captar el voto del descontento. Pero si se analiza el fenómeno migratorio mínimamente llegaremos a la conclusión de que no se pueden poner puertas al campo. Van a seguir llegando y no solo en cayucos o pateras.
Ya son muchos los abogados en España y en Canarias que plantean la creación de turno de oficio específico para los casos de extranjería. Y lo plantean porque en muchos casos lo que se acaba defendiendo son los derechos humanos, con sus vertientes de género e infancia.
La importancia del papel de la justicia gratuita cobra si cabe para estas personas migrantes más importancia, al carecer la gran mayoría de ellas de recursos. Muchos colectivos vulnerables se quedan sin una asistencia jurídica completa y eso en un país democrático no debería suceder.
Y estas situaciones se dan un país como España y en una región como Canarias que hasta hace unas décadas era tierra de emigrantes. Nuestros abuelos y nuestros padres hicieron la maleta para buscar fortuna en Cuba primero y Venezuela después. Por eso mismo esta falta de sensibilidad con el migrante llama tanto la atención.
Pero en el caso de Canarias la presencia en el día a día del fenómeno migratorio no solo la encontramos en esa llegada incesante de cayucos y pateras, también la encontramos en la presencia de venezolanos, colombianos, bolivianos… Gentes que arriban a nuestro país buscando un futuro laboral que en los suyos no encuentran. Dispuestos a ocupar los trabajos que los de aquí no quieren: cuidado de mayores, limpieza del hogar…
Pero esos migrantes que vienen a trabajar a Canarias no son solo sudamericanos, lo son también comunitarios. El archipiélago superó en 2020 la cifra de 40.000 italianos entre nosotros. Resulta evidente que no se trata de jubilados que han decidido comprarse una casa en esta tierra.
¿Somos los canarios conscientes de que no solo significamos para estas gentes una tierra de paso? El debate sobre el aumento constante de la población en las islas no pude desligarse del fenómeno migratorio y de sus diversas realidades.
Existe un peligro para muchas de estas personas que llegan a las islas buscando un porvenir y no lo encuentran: sin vínculos familiares, caen en la exclusión social. Sin el colchón de una familia cerca, caen la pobreza severa.
Una vez dejado atrás el cero turístico, la patronal alertó de que se había perdido mano de obra cualificada –en los hoteles esto muchas veces es sinónimo de saber idiomas— y que el servicio se resentía. ¿Razones? ¿Se han parado a pensar en eso de “exclusión social”? ¿Por qué volvieron esos trabajadores cualificados a sus países de origen? ¿Tenían familia aquí?
Claro que muchos no han retornado porque los alquileres en las zonas turísticas se han puesto por las nubes, un fenómeno sin duda alentado por el auge de la vivienda vacacional, pero ¿nos hemos planteado que quizá esas personas se han cansado de vivir compartiendo piso? ¿Cuántos canarios y canarias estarían dispuestos a vivir y trabajar en esas condiciones?
Esta realidad es a veces tan compleja y desconocida que sorprende la frivolidad con la que se manejan términos como: teletrabajador. Hablamos de personas que llevan a cabo una actividad aquí para una empresa extranjera. La pregunta surge inmediatamente: ¿Cómo se da seguridad jurídica a estos trabajadores? ¿Están debidamente protegidos? ¿Dónde cotizan?
Otras preguntas sin respuesta quedan en el aire: ¿Qué pasa con los migrantes que llegan de países en conflicto? ¿Se respetan debidamente los derechos humanos y la protección internacional?
Más preguntas: ¿Qué pasa con el arraigo familiar? ¿Qué pasa con las madres progenitoras con hijos españoles en situación irregular? Muchas de estas realidades son ignoradas por los nacionales hasta que contraen matrimonio con una extranjera. Mientras, nosotros vivimos anestesiados, ignorantes de todos estos dramas.
En una sociedad como la nuestra donde en tantos ámbitos se habla de transversalidad, deberíamos analizar el fenómeno migratorio desde todos estos puntos de vista.
Si en el fondo lo que Europa no quiere, y menos aún en España, es tener a su cargo a personas extranjeras vulnerables, en otras palabras, que sean pobres, lo cierto es que no se hace mucho por evitarlo.
Dentro de la descripción de todo este aterrador panorama encontramos alguna noticia esperanzadora, como que Santa Cruz de Tenerife es la tercera capital de provincia de España donde más protección internacional se solicita.
Dicho esto, no dejemos de reconocer que queda mucho trabajo por hacer. Como país queda fantástico decir que se debe luchar contra la trata, pero uno se pregunta si al margen de dotarnos de leyes para ello no deberíamos antes analizar el fenómeno migratorio en su conjunto. Si así lo hacemos encontraremos muchas preguntas que a día de hoy están sin respuesta. De lo contrario acabaremos comportándonos como una sociedad más hipócrita si cabe, de sepulcros blanqueados.