Algunas propuestas en defensa de nuestra modalidad lingüística

Ahora soy incapaz de recordar cómo hablábamos en mi pueblo porque en mi pueblo el español, mi dialecto del español, mi habla local del español ha ido desapareciendo arrinconado por otras modalidades foráneas

No son pocas en los últimos tiempos las noticias que, a veces, en tono pesimista, a veces catastrofista, advierten de los problemas que ocasiona la llegada de extranjeros a nuestro Archipiélago y que afectan tanto a cuestiones de índole material como a otras relacionadas con la pérdida de nuestra identidad, pues la llegada masiva de inmigrantes (legales en este caso) amenaza con colonizar la cultura propia, nuestras tradiciones y nuestra lengua. Así, leemos en todos los medios noticias sobre la necesidad de limitar la compra de viviendas y otras propiedades a ciudadanos extranjeros, o de que en tal o cual municipio ya se habla más italiano o alemán que nuestra propia lengua española.

He pasado unos días en el pueblo costero en el que en otras épocas disfruté del periodo de mis vacaciones estivales y he observado que estas alarmantes advertencias no carecen de justificación, y, sin negar los aspectos positivos que el turismo pudiera aportarnos, no puedo ocultar que la realidad contemplada me ha producido un cierto sentimiento de nostalgia. Sin apenas darme cuenta el territorio de mi feliz infancia y adolescencia se ha ido evanesciendo con la consiguiente pérdida de los lazos que me unían a él. Hoy, en una abrupta toma de conciencia compruebo que se ha producido el sorprendente cambio que justifica mi distanciamiento. El bien o mal llamado progreso todo lo ha fagocitado: los lugares y espacios que tenía perfectamente identificados, la variada arquitectura tradicional, ocupada hoy por apartamentos y establecimientos hoteleros de hierro y hormigón, las modestas pero sabrosas comidas de los tradicionales establecimientos, sustituidas por bares y restaurantes franquiciados. Lamentablemente, ya no encuentro los amigables rostros de aquellos con los que compartí tantas y tantas palabras familiares: una desagradable uniformización del entorno favorecido por un imparable proceso de gentrificación que ha eliminado todo lo que considerábamos constitutivo de nuestra identidad.

Ahora soy incapaz de recordar cómo hablábamos en mi pueblo, con características que podíamos diferenciar de las de las localidades próximas, porque en mi pueblo el español, mi dialecto del español, mi habla local del español ha ido desapareciendo arrinconado por otras modalidades foráneas y, lo peor, por otras lenguas, que aureoladas de un superior prestigio, nos invaden y colonizan. Y aunque empiezan a oírse voces de quienes denuncian esta silente pero arrolladora colonización, muy evidente en tantos aspectos materiales (compra descontrolada por capitales extranjeros de terrenos y viviendas, por ejemplo)  no se observa que haya acciones encaminadas a la protección de nuestro patrimonio cultural y, en consecuencia, de nuestra identidad. Entre estas pérdidas, por razones obvias, me preocupa sobremanera la posible desaparición de la expresión dialectal que nos había caracterizado, por más que no falten prescripciones incluidas en nuestro Estatuto de Autonomía en relación con la defensa promoción y estudio de nuestra modalidad.

Escasa protección dialectal

Indago y compruebo que apenas hay normas orientadas a la protección de las manifestaciones lingüísticas propias, superior expresión de nuestra identidad: unas escasas recomendaciones que solo comprometen a los medios de comunicación públicos y unas tímidas e imprecisas propuestas relacionadas con la enseñanza de nuestra modalidad en los denominados diseños curriculares. La Academia Canaria de la Lengua, con sus pocas posibilidades, hace lo que puede, a todas luces insuficiente si se consideran tantas necesidades. Ni que decir tiene que unas posibles acciones pare evitar la desaparición o disolución del español y, en particular, de nuestro dialecto no supone, de ninguna manera, la exclusión de la presencia de otras lenguas y su promoción en las aulas de nuestros centros docentes, pero nunca a costa de lo que por encima de todo nos identifica con lo nuestro. Así que a modo de las políticas que suelen adoptarse para la defensa del medio natural, propongo aplicarlas al terreno de lo lingüístico, para frenar —si aún es posible— la pérdida de los elementos autóctonos (los propios del español implantado en las Islas), de los endemismos (los reconocidos canarismos) y empecemos a desterrar las especies invasoras (representadas por los muchos extranjerismos innecesarios) que amenazan por desplazarnos de nuestro propio hábitat lingüístico.

Soy consciente de que propuestas como estas podrían confundirse con actitudes provincianas, localistas y excluyentes, mas reitero que no es esta la idea que las inspira, pues no las mueve un afán reivindicativo con tintes ideológicos, sino medidas de protección para defender aquello que corre el peligro de perderse: ni son medidas absolutamente originales (existen estas medidas de normalización en el ámbito de otras lenguas, algunas españolas, incluso), y algunas muy conocidas, como la Ley Toubon, orientada a preservar la lengua francesa frente a la influencia de otros idiomas, con resultados muy positivos, como es sabido, aunque con críticas negativas, también, que no voy a obviar. Así que más que por una cuestión normativa de estandarización, que también, me mueve el interés de evitar un indeseado contagio que pueda terminar con su disolución o colonización por otras lenguas: creo que huelgan los ejemplos.

Algunas propuestas

Estas serían algunas de las propuestas, que podrían estudiarse en los ámbitos correspondientes, y con la finalidad única de servir de base para propuestas más elaboradas y consensuadas. Podrían resumirse en los siguientes puntos:

Asegurar, por lo pronto, que en la enseñanza se proceda con una correcta metodología, como es la de dar prioridad a la lengua española y enseñarla a partir de nuestra modalidad dialectal. Va siendo hora de que los libros de texto se elaboren en nuestro propio dialecto y de que se conceda el debido reconocimiento a nuestras manifestaciones literarias. Es inadmisible que se enseñe la lengua española en Canarias partiendo de los modelos de otros dialectos y que la literatura escrita en las Islas sea tratada en el contexto general de la literatura española y no como una expresión marginal o de segundo orden.

Sin ánimo de colisionar con los derechos de ningún profesional de la educación, estimo que se podría pedir al profesorado que imparta docencia en nuestra Comunidad (sobre todo en las etapas en las que el alumnado se encuentra en el proceso de adquisición de la lengua) el perfecto conocimiento y dominio del español de Canarias, y que se evite privilegiar otros modelos que pudieran relegar nuestra modalidad a posiciones secundarias en el ranquin de prioridades. Es inadmisible que un docente en Canarias muestre abiertamente preferencias por otras modalidades e infravaloren la modalidad del entorno en que ejercen su profesión.

Convendría comprometer a los medios de comunicación, principales valedores y normalizadores de cualquier modalidad lingüística, el uso de la modalidad culta del español de Canarias, sin tener que adoptar artificialmente la norma castellana, como en otros tiempos se exigió, sin excluir la posibilidad de dar voz a otras modalidades del español cuando sea preciso. El mismo respeto y valoración del que son merecedores nuestra modalidad dentro y fuera de las Islas, también hay que dispensarlo a cualesquiera otras modalidades que ocasionalmente pudieran tener presencia en los medios canarios.

Las administraciones deberían dar siempre preferencia a nuestra modalidad (en el reconocido estándar culto), en documentos oficiales, cartelería y señalética. Incluso, con propuestas que pudieran tener cierto grado de obligatoriedad, de ofrecer cualquier tipo de información a los foráneos en nuestra lengua y en la de quienes nos visitan, pero siempre respetando nuestras peculiaridades, evitando traducciones innecesarias que en nada contribuyen al mejor conocimiento de nuestras realidades: mejor gofio de millo, mojo picón, papas arrugadas o estación de guaguas que cornmeal, canary hot sauce, boiled potatoes o bus station, que a veces aparecen en guías, cartas de restaurantes e indicativos de carácter oficial.

Creo que es la mejor manera de divulgar y promocionar lo nuestro ofreciéndolo como un producto de innegable interés cultural, enriquecedor para quienes nos visiten y gratificante para quienes tenemos la enorme fortuna de haber vivido en un entorno que, aunque disperso geográficamente, ha conseguido que los lazos de nuestra identidad que nos unen se mantengan y, a ser posible, se refuercen, aceptando las contribuciones externas que recibamos sin imposiciones.

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