Canarias ‘descubre’ África en su nueva relación con el mundo

La evolución de las exportaciones canarias al exterior experimentó un giro considerable al despertar las islas de un letargo que constituía su mayor paradoja: la proximidad inexplorada de los mercados africanos. Decir que el archipiélago se sorprendió a sí mismo descubriendo la vecindad de África tras decenios de vivir de espaldas al continente que tenía al lado, no es faltar a la verdad.

Canarias asistió a ese reencuentro con África como si repensara toda su política comercial y cultural exterior anterior, desdiciéndose de viejos prejuicios que sembraron un cierto malditismo africano hasta casi finales de siglo. Si conjeturamos acerca de las causas históricas de ese divorcio irreflexivo entre dos mundos que casi se tocan, nos remontaríamos a las cabalgadas de los canarios en lo que llamaban La Costa y las incursiones berberiscas o razias guerreras en las islas orientales durante los siglos XVI y XVII, y proseguiríamos hasta mediados de los setenta, en que España abandonó el Sáhara tras la marcha verde, dejando a estas islas sin su respaldo natural.

De todos es sabido el empeño de Antonio Cubillo, en su exilio de Argel durante el franquismo, con tal de que arraigara en el archipiélago un sentimiento emancipador de corte africanista, y el rechazo que ese postulado provocaba en la clase política canaria. Lo africano -salvo el afrocán indagatorio del escultor Chirino- tuvo, en tanto ambos mundos se ignoraban, una connotación peyorativa en las islas, que rayaba en lo política y económicamente xenófobo. Las campañas turísticas, durante años, evitaban mencionar el emplazamiento africano de Canarias, con un afán consciente de poner todo el énfasis en la pertenencia mejor vista a Europa. Pero un día empezaron a llegar las pateras y traían inmigrantes que traían recuerdos de África. Todo se precipitó.

Las continuas bocanadas del turismo, sus primeros síntomas indiciarios de recesión y el fantasma de una posible crisis en este subsector, que ejerce de locomotora de nuestra economía, obligaba a Canarias a buscar alternativas en serio para curarse en salud. Y entra en escena África. El viaje oficial del presidente Adán Martín y una delegación del Gobierno autónomo a Marruecos, en mayo, la entrevista con el rey Mohamed VI y la firma del memorándum entre las dos administraciones, marcan un antes y un después en las relaciones del archipiélago con África. La visita de Canarias a Marruecos provocó la caída del telón.

En la actualidad, la cooperación oficial de la comunidad autónoma se extiende tanto a países norafricanos como del África subsahariana, y las ayudas se concretan en las áreas de sanidad, formación y desarrollo de infraestructuras (desalación de aguas, entre otras). Ahora mismo, las islas lideran la presencia estatal en este continente (como prueba su alto grado de participación en los programas de la Agencia Española de Cooperación Internacional), fruto de la nueva estrategia autonómica de tender puentes con esta orilla (la otra es América), tras siglos de política de oídos sordos y mutuo desconocimiento, y consecuencia, asimismo, de la iniciativa de vecindad alentada desde la Unión Europea (UE), que convierte a Canarias -la región ultraperiférica mejor posicionada en el mapa junto a África- en la frontera del diálogo Norte-Sur con dicha región atlántica.

El Atlántico africano carecía de una política específica por parte de España y de Europa, pero el fenómeno desmesurado de la inmigración (agravado con las secuelas dramáticas del rosario de cadáveres que ocasiona en estas aguas) y el asomo de fundamentalismo islámico que se produjo en nuestro ámbito, dada la conexión marroquí, elevan a la categoría de prioridad la colaboración con los países del África occidental. Una oportunidad que impulsa la influencia de Canarias en una zona desterrada del mundo en vías de desarrollo, que es parte esencial de nuestra propia geografía y de nuestro imaginario atlántico.

El futuro del siglo XXI, escenario de grandes convulsiones culturales, religiosas, económicas y políticas entre Oriente y Occidente, pasa por determinadas áreas calientes del tablero internacional, y una de ellas es ésta, justo en el área de influencia de Canarias en su enclave afroatlántico, venido a más. Es un foco de indudable tensión y porvenir, sometido a los riesgos innegables de su contigüidad al hervidero islámico radical, pero, asimismo, se erige en nudo privilegiado de comunicaciones tricontinentales y en centro neurálgico distribuidor de bienes de equipo y servicios. Tales perspectivas han dejado de ser meras formulaciones teóricas y sugieren la formación de un nuevo yacimiento de expansión económica, que resulta crucial para las islas en la hora más conflictiva de su economía.

La implicación de las islas comprende tanto a la Administración como a la iniciativa privada a través de las dos cámaras de comercio provinciales, que actúan colegiadamente y van de la mano de Proexca. Marruecos, Mauritania, Cabo Verde y Senegal, países con los que existen vuelos directos, y, de un modo todavía incipiente, Ghana, con conexiones aéreas vía Londres o París, se han convertido en los destino preferenciales en África de crecientes flujos de inversiones procedentes de las islas, en particular de los subsectores de su industria ligera referidos a la alimentación, construcción, papelería, vidrio y aluminio, entre otros. Ya nadie discute en Canarias la conveniencia de invertir en África, superada las primeras reticencias que esa posibilidad desató en su día.

La influencia en Europa

La influencia económica canaria en Europa, históricamente agrícola y más tarde, sobre todo, turística, se resintió con los vaivenes que han amenazado el futuro del plátano y el tomate, y con las crisis alemana y británica, que repercutieron en una disminución progresiva del número de visitantes. La promoción exterior de Canarias se enfrentó a una competitividad sin precedentes, pues países de regiones en conflicto (Egipto, Túnez y Turquía) no vieron mermadas, por primera vez, sus posibilidades turísticas, y se beneficiaron como nunca de su política de precios, más ventajosa que las islas a causa de que la mano de obra es más barata.

El mercado peninsular (tabla de salvación del plátano y el turismo) compensó el desfase, pero Canarias había recibido un mensaje a navegantes, que era extensivo a toda la órbita de grandes polos de atracción turística del mundo, entre los que figuran las islas en su condición de potencia regional de este sector. Las reglas del juego habían experimentado un vuelco completo dado el auge de las compañías aéreas de low cost (bajo coste), la modalidad de full board (todo incluido) y los efectos derivados de la debilidad del dólar. Mientras, el plátano se debatía en la incertidumbre del cambio de sistema para la comercialización en Europa del banano de procedencia centroamericana (del régimen de contingentes al de only tarif), si bien no parece probable que ello desestabilice la implantación nacional de nuestra fruta de exportación, pese a haber desaparecido la antigua reserva peninsular.

Lo que podemos llamar la influencia comercial canaria en Europa adelantó en su día el reloj histórico de nuestra plena integración en la UE, ampliada en 2004 a 25 miembros. Este último hecho provocó la intranquilidad de Canarias ante el riesgo eventual de que la incorporación de regiones más pobres cerraran el grifo de las ayudas, que ha representado una fuente sensible de cofinanciación de iniciativas y obras en el conjunto del archipiélago (292 millones de euros de fondos estructurales y de cohesión desde 1989 y hasta el próximo 2006, según el informe anual de 2004 del CES). El aumento de renta de las islas, que las alejaba de esos fondos a causa del efecto estadístico, y el factor añadido de la ampliación, tejieron una sombra de duda sobre el futuro canario en Europa.

A partir de ahí, todas las esperanzas de salir bien parados se basaron en la confianza de que la Constitución Europea consolidara el llamdo estatuto permanente, con el consiguiente rango jurídico, para Canarias y las restantes regiones ultraperiféricas (RUP), lideradas por nuestro archipiélago: Madeira, Azores, Martinica, Guadalupe, Guayana Francesa y Reunión. La importancia de Canarias al frente de las RUP, por territorio, demografía y peso económico, le otorga una nueva dimensión en su capacidad de influencia política en Europa, al tiempo que todo apuntaba a que percibiría, en las nuevas perspectivas de financiación europeas (2007-2013), cerca de tres millones de euros de un paquete específico de ayudas para estas regiones, que ascendería a unos seis millones y medio de euros.

El trato con América

América es capítulo aparte. Discernir a estas alturas sobre la afinidad americanista de Canarias sería desconocer la asociación de rasgos que comunican las dos orillas formando parte de un mismo orbe cultural. América y el archipiélago no sólo hablan el mismo idioma, tienen el mismo acento, como admitía García Márquez en El general en su laberinto, cuando dijo de Bolívar que se expresaba “con la cadencia y la dicción de las Islas Canarias”. La influencia isleña en Cuba, en Venezuela, en Uruguay y hasta en las tierras septentrionales del Nuevo Mundo causa asombro, sin embargo, aún hoy en referencia a las dimensiones que definen nuestro insólito espacio común.

La moderna etapa de europeísmo, en la que hasta el último herreño se siente concernido, nos interroga acerca de nuestra americanidad: una desmedida historia de emigraciones inverosímiles a través de un Atlántico en continua agitación, y antes la epopeya colombina, y más aún, las fundaciones inconcebibles de ciudades por familias canarias, como Montevideo o San Antonio de Texas. Desde el siglo XV emigraron los canarios a América, es decir, desde los viajes de Colón; en ocasiones, como “polizones y llovidos”, según expresión del americanista Richard Conetzke. La causa de esa diáspora tan antigua reside, como suelen repetir los historiadores Morales Padrón y Julio Hernández, en que las islas eran “camino para las Indias”.

Cada crisis cíclica motivaba un nuevo éxodo. Canarias ejerció una influencia comercial exterior considerable, primero, gracias al cultivo central de la caña (siglos XV al XVII), más tarde de la vid (XVII-XVIII) y después, de la cochinilla (siglo XIX), a la que sucederán el plátano y el tomate (XIX y XX). La aparición en el mercado de las anilinas sintéticas acarrea la caída de los precios de nuestros colorantes, obtenidos de un insecto, y en los años 70 y 80 del siglo XIX se desata la estampida isleña hacia Cuba. Con la guerra civil y la II Guerra Mundial, los canarios ponen rumbo a Venezuela para huir de las hambrunas.

Aproximadamente, un millón de canarios y descendientes puebla América. En Venezuela, Cuba, Argentina, Uruguay, Brasil y Estados Unidos, la Viceconsejería de Emigración del Gobierno canario ha vertebrado una red de ayudas y de cooperación, pero sólo el 4% de ese contingente humano disperso demanda ingresos formalmente por estar en situación de necesidad; el 96% restante, no, lo que autoriza a pensar que al canario no le ha ido mal cuando ha cruzado el charco. Decía el cronista de Indias Francisco López de Gómara que dos cosas andaban por el mundo que ennoblecían a estas islas: “Los pájaros canarios, tan estimados por su canto, y el Canario, baile gentil y artificioso”. Ambos embajadores nos representaban en el exterior a mediados del siglo XVI.

Hoy, más de cuatro siglos después, nuestra influencia en el mundo tiene un carácter marcadamente económico, y en las solapas de las islas encontramos prendida otra clase de pins simbolizando cosas bien distintas: la playa, el sol. Nuestra influencia cultural, que vivió mejores momentos en las épocas remotas hasta los años treinta del siglo pasado, ha perdido vigor, paradójicamente, en un mundo mejor comunicado, con el paso del tiempo; si de algo carecemos es de cartel cultural. Nuestros saltos han sido económico y político. Este último, consecuencia de la primera gran experiencia de autogobierno vivida por las islas, se esforzó por adquirir una dimensión internacional inherente a su historia, pese a las limitaciones derivadas de una concepción simétrica del Estado de las Autonomías.

No obstante, la apertura a África, como la tercera pata de ese trípode atlántico de Canarias que engloba, además, a Europa y América (dada la posible proyección a Asia, a través de China, con base en el enclave portuario de Las Palmas de Gran Canaria), permitía visualizar, por primera vez, un nuevo marco de relaciones de las islas con el mundo en calidad de hub o centro neurálgico de distribución. Y esta alternativa internacionaliza definitivamente la economía canaria, que demandará en el futuro una mayor presencia cultural y política en el exterior.

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