El año más corto

El año 2004 no tuvo doce meses. En realidad sólo fueron nueve: los transcurridos entre marzo y diciembre. El resto sobró. Como los minutos de la basura en un partido de fútbol cuyo resultado está decidido a partir del cuarto gol a favor de uno de los equipos por ninguno del contrario. La historia del año 2004 tiene un antes y un después con fecha clara -el 11 de marzo- y Canarias no puede sustraerse a esa realidad.

Por muy ultraperiféricos que seamos, a nadie se le oculta que ese día entra por derecho propio -para desgracia de todos- en los libros de Historia de España y de medio mundo. El reloj se paró esa mañana tras la masacre en los trenes de cercanía junto a la estación de Atocha y a partir de entonces ese mismo reloj corrió a gran velocidad, especialmente en las 72 horas transcurridas hasta el 14 de marzo, fecha de las elecciones generales.

Al margen de las derivaciones políticas de lo ocurrido, que han sido de hondo calado, el hecho de que la autoría de los atentados recayera en manos de integristas islámicos hizo que Canarias abriera los ojos y enfocara con una perspectiva diferente el fenómeno de la inmigración irregular. No se trata de demonizar a todo el que llega en patera o en vuelo regular con billete de ida y sin dinero para la vuelta, pero los hechos se encargaron poco después de confirmar que Canarias no está libre del riesgo integrista. La detención en Lanzarote de diversos componentes de una supuesta célula radical fue la constatación de que no hay región inmune a la barbarie.

Mientras, el tejido económico canario siguió caminando al margen de los avatares políticos. Se consolida así una tendencia que se inicia hace un par de años y que va camino de establecer claramente dos velocidades: la de una región trabada en lo político y cada vez más autonómica en lo económico y social. En cuanto al tejido productivo, se ha crecido a pesar de que el turismo, la gran locomotora, camina renqueante.

Nadie quiere hablar de crisis pero todos constatan que el negocio ha moderado su empuje. Lo curioso del caso es que estamos ante una contradicción más que evidente: hace tres años, Canarias se afanaba por frenar su crecimiento con el argumento de que así se salvaba el territorio; ahora, cuando el crecimiento se frena influido por la recesión turística, los agentes políticos y económicos se alarman. ¿Alguien lo entiende?

También puede hablarse de velocidades diferentes si repasamos lo que ocurre en una sociedad en la que se acrecientan las distancias entre una mayoría que vive relativamente bien y una minoría que no llega a los umbrales de lo que se considera como niveles dignos de supervivencia. Esa quiebra ha ofrecido imágenes traumáticas en barriadas de Las Palmas de Gran Canaria, la misma ciudad que durante 2004 ha debatido hasta la extenuación cómo reordernar su frente marítimo y que, mientras, olvidaba a unos vecinos instalados en infraviviendas, vecinos que veían como sus viviendas en El Polvorín eran pasto de las excavadoras y a los que se intenta realojar en otras barriadas cuyos habitantes los rechazan.

Así, entre sobresaltos, mucho ruido político y esa preocupante separación entre los ritmos institucionales y los sociales, se pasó un año tan intenso como breve, tan complejo como triste por el 11-M, y con tanto talante como poco talento por estos lares.

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