Qué elegantes pueden ser las palabras y qué lacerantes los hechos. El Instituto Nacional de Meteorología optó por calificar como “una perturbación tropical” el paso de la tormenta Delta por las Islas a finales de noviembre del año pasado. Se trata de una forma usual, técnica, para definir los fenómenos naturales de este tipo, pero no deja de sonar fría y distante, sobre todo, en vista de los recuerdos que dejó en la vida de los habitantes de buena parte del Archipiélago.
La fuerza del viento, en pocas horas, arrasó con todo lo que se le puso delante. Cinco días para muchos, pero siete para no pocos fue el tiempo que tuvieron que vivir sin electricidad los habitantes de medio Tenerife. Y, si en Tenerife se quedaron sin luz, en Gran canaria perdieron un símbolo. En Agaete, el Dedo de Dios, mascarón de proa de toda una isla, duerme ahora sumergido en el mar. 2005 globalizó a Canarias en materia meteorológica. Fue también el año que la revista Science calificó como annus horribilis por la brutal destrucción ocasionada por el paso de Katrina por Estados Unidos, los ecos que todavía dejaba el tsunami de Asia de los últimos días de 2004, más el terremoto en Pakistán y la profusión de huracanes. Tantos, que obligó a echar mano del alfabeto griego y a Canarias le tocó la cuarta letra, Delta, que difícilmente olvidarán todos los que sufrieron pérdidas materiales y la familia del hombre que murió en Fuerteventura o las de aquellos seis subsaharianos que naufragaron en una patera y el agua se tragó.
Las imágenes de catástrofe, que antes sólo parecían ser parte de la pantalla de televisión, porque todo sucedía lejos, se volvieron cercanas tras lo sucedido el 28 de noviembre. Una perspectiva algo cínica diría que si la cifra de muertos hubiese sido más alta, la discusión posterior no se habría centrado tanto en tratar de señalar enseguida los culpables del corte de energía eléctrica. Es posible. Quizás se hubiese destacado aun más la novedad de que “una perturbación tropical”, con ráfagas de hasta 248 kilómetros por hora en el observatorio de Izaña y una velocidad media de 118 en zonas habitadas (una “intensidad huracanada”, según el INM), haya podido alcanzar el Archipiélago. Algo que, en principio, no tendría que suceder, ya que las aguas frías que lo rodean suelen debilitar a estas masas de aire. A la vez, estremece pensar qué habría ocurrido si por las Islas hubiese pasado el centro y no la cola de la tormenta.
Los récords y la evolución
Pero con lo que hubo alcanzó para batir todos los records: nunca antes se habían padecido en Canarias vientos tan fuertes como los de aquel lunes. Algunos especialistas atribuyen su formación a que se está tropicalizando el medio ambiente canario y, para ello, se apoyan en datos como la subida de las temperaturas medias, que registran 0,8 grados más que en 1912; o el de las medias mínimas, hoy mayores que las de 1916 en 1,2 grados. Las facultades de las universidades canarias dedicadas a las ciencias del mar advierten también más calor en las aguas del Archipiélago, con la inusitada presencia de peces y cetáceos que antes no se habrían podido encontrar, porque la temperatura del mar era relativamente más baja.
La pregunta de qué le pasa al clima surge cada vez que se recuerdan los otros fenómenos recientes y que parecen anormales: la riada del 31 de marzo de 2002, tras la tromba de agua que cayó sobre Santa Cruz de Tenerife; la agobiante ola de calor del verano de 2004, que causó la muerte de trece personas; las nevadas de febrero del año pasado en la isla de El Hierro, las primeras que se recuerdan; y la lluvia del 20 de diciembre último, algo así como una triste resaca de Delta, con otro muerto y la sensación de indefensión que volvía a rondar por las cabezas de todos. En total, todos estos hechos produjeron la muerte de 27 personas.
Daños y reconstrucción
El temporal del 28 de noviembre causó daños que el Gobierno de Canarias cuantificó en ocho millones y medio de euros, principalmente en los aeropuertos, puertos y carreteras, tanto en los de titularidad estatal como los autonómicos. Para paliar los efectos, se calcula que cincuenta millones de euros provendrán del Consorcio de Compensación de Seguros, el organismo estatal para indemnizar a las personas y bienes asegurados que han resultado afectados por desastres naturales. Por otra parte, para los agricultores
—que en muchos casos llegaron a perder todos sus cultivos, además de ver dañadas sus infraestructuras— se ha destinado un fondo de tres millones de euros por parte del Gobierno de Canarias. El total de las compensaciones será sufragado en su mitad por el Estado, un 45 por ciento por el Ejecutivo regional y el cinco por ciento restante por los ayuntamientos.
Al margen de lo que se pueda reconstruir y poner en funcionamiento durante este año, resultaría deseable que la comisión parlamentaria creada “para esclarecer los hechos, las actuaciones de la empresa Unelco-Endesa y del Gobierno de Canarias…” logre decir hasta dónde todo fue culpa de un fenómeno meteorológico que se creía improbable y hasta dónde debe señalarse la negligencia de las autoridades y de la empresa. La efectividad de esta comisión de investigación se notará en la medida que responda a dos preguntas que aún se hace todo el mundo: por qué se fue la luz y por qué tardó tanto en volver. Dependerá de que en su seno prevalezca la intención de encontrar certezas y no la de responder a la disciplina partidaria y promover la confusión informativa.
El recuerdo que quedará de Delta será el de la fragilidad de este territorio, que, al quedarse desconectado casi por completo, nos devolvió la imagen de la noche tal cual es: negra, quieta, silenciosa. Cortadas también las líneas de teléfono fijas y móviles, la radio volvió a mostrarse como el medio informativo de la inmediatez, escuchada en los transistores, mientras a duras penas la sociedad funcionaba a pilas, velas y bombonas de camping-gas. Fueron noches en que la lectura a la luz de la luna hizo recordar por qué antes los intelectuales perdían la visión con tanta frecuencia, pero que hizo también que no pocas casas recuperaran el valor de la tertulia y la conversación en familia, normalmente ausente por la omnipresencia insolente de la televisión. Lo mismo puede decirse de la intensificación de prácticas aun mucho más íntimas, por el baby boom que se espera para agosto, cuando se cumplan las nueve lunas del día D.
Durante 2004 se vivió esperando que el Teide erupcionara y, finalmente, nada sucedió. La devastación vino un año después y no desde dentro de la tierra sino desde el mar. Habrá que estar preparados, por si siguen repitiéndose fenómenos de esta magnitud y si Canarias empieza a ser parte del circuito internacional de desastres naturales. Lleguen estos de la mano del mentado cambio climático causado por el hombre o por simple capricho de natura.