Las cifras, siempre frías, no lo son tanto cuando se refieren a incendios forestales. Y 2005 no fue un buen año, especialmente en La Palma y Gran Canaria. En la isla bonita se quemaron casi dos mil hectáreas y Gran Canaria padeció más de 60 incendios, la mayoría intencionados o de origen desconocido. Pero por encima de los números están las sensaciones. Y tal vez por eso podría ser conveniente analizar uno de ellos, aquel que sacudió a la cumbre grancanaria mediado el mes de julio.
Aún nos estábamos recuperando de la tragedia de Guadalajara, con la que todo el país quedó conmocionado, cuando comenzó a arder la cumbre de Gran Canaria. Fue la noche del 21 de julio, un día muy caluroso, que se había desarrollado con normalidad hasta que se dio la voz de alarma. Cinco fuegos casi simultáneos en diferentes zonas de la Cumbre hacían que las llamas se vieran desde la capital grancanaria. Un espectáculo aterrador que presagiaba que todo lo que había reverdecido con las lluvias del invierno -que dejaron hermosas estampas de barrancos corriendo llenos de agua- estaba a punto de quedar reducido a cenizas. Todos los incendios comenzaron al anochecer, sobre las ocho de la tarde. Y el de mayor proporción se desató en una zona de pinar en las Mesas de Galaz y el Barranco de Crespo, en Tejeda. En Taidia (Santa Lucía de Tirajana) fue necesario desalojar a la población por precaución. Los otros tres incendios se localizaron en Montaña de Guía, Llanos de la Pez y Montaña Rajada, en San Bartolomé de Tirajana.
De poco sirvió que esa noche se movilizaran todas las cuadrillas de medio ambiente, los efectivos de Protección Civil de los municipios de medianías y todo el personal de emergencia. Los cinco incendios casi simultáneos no eran fruto del azar ni del calor reinante ese día. Fueron provocados y los que lo hicieron escogieron el momento del día en que era más difícil extinguirlos: la noche, cuando cambia el viento. A pesar de esta premeditación, hacia la medianoche del 21 de julio cuatro de los fuegos estaban controlados y sólo quedaba activo el de las Mesas de Galaz y Crespo, en la carretera GC-150, que une Valleseco y Artenara. Ese incendio se extendía rápidamente hacia dos frentes: Montañón Negro-Pinos de Gáldar y la Cruz de Tejeda, por lo que esta última zona también tuvo que ser desalojada por la Guardia Civil.
La dificultad en las labores de extinción se acrecentaba por culpa de lo que se denomina un fuego de copa, que se propaga por las ramas de los árboles. Lo más apropiado en estos casos es emplear medios aéreos, pero los helicópteros no podían actuar de noche en una zona que cruzan numerosos cables de alta tensión. Poco a poco, la sospecha de la intencionalidad de los fuegos fue tomando cuerpo, cuando se cayó en la cuenta de que los incendios habían coincidido con el cambio de turno en los dispositivos de Medio Ambiente. José Jiménez, consejero del Cabildo, expuso que este cúmulo de casualidades le hacía pensar que había “una mano humana malvada” detrás del suceso. Al final, el último fuego en controlarse fue el que afectaba a la zona de Los Moriscos (Valleseco, Tejeda y Artenara), casi dos días después de que comenzara.
En un principio se habló de más de trescientas hectáreas arrasadas por las llamas, pero tres días más tarde un estudio cartográfico de la zona quemada redujo la superficie a 153 hectáreas en la Cumbre. Eso sí, de éstas, sesenta hectáreas se encontraban dentro del área declarada Reserva de la Biosfera. Los datos del Cabildo hablaban de que el fuego más dañino había sido el que comenzó en Barranco Crespo y se extendió hasta Los Moriscos. Pero es que, además, esa misma noche se quemaron 20 hectáreas en Cazadores (Telde) y tres en Rosiana (Santa Lucía de Tirajana). Cerca 300 efectivos lograron que el desastre ecológico no fuera mayor, aunque se quemaron pinos canarios, retamas y codesas, entre otras especies naturales. Y en esa noche de locos no faltaron varias llamadas telefónicas que alertaban de fuegos inexistentes.
Todo ello acrecentó las sospechas sobre la supuesta autoría de los incendios. De hecho, el alcalde de Valleseco, Juan Salvador León Ojeda, explicó que el más voraz de los incendios se inició en el fondo del barranco de Retamilla, un paraje de difícil acceso que concentra monte bajo y pinar. A partir de ahí se produjo “un efecto chimenea” que favoreció la propagación monte arriba. Y a pesar de que hoy nadie duda de que los fuegos fueron intencionados, los agentes de la Guardia Civil no descubrieron evidencias que les llevaran a detener a nadie. A día de hoy, de la persona o personas que causaron el gran incendio de la Cumbre nada se sabe. Sólo que eligieron el momento más indicado para hacer daño al paisaje de una isla.