Aquellas personas que, según se dice, llegaron a dormir en el noroeste de Tenerife con la ropa puesta, amedrentadas por una inminente erupción volcánica, se pusieron el año pasado, por fin, el pijama y descansaron plácidamente. Canarias volvió en 2005 a la normalidad. Afirmación que puede resultar hasta irrisoria para muchos, porque la anormalidad, aseguran, nunca existió.
Más o menos en marzo, los ciudadanos, quizás cansados ya de ver repetida la misma noticia, dejaron de mirar las estadísticas de los sismógrafos y la tan nombrada erupción de Tenerife quedó de nuevo como un capítulo más de esta gran novela de ficción que puede llegar a ser la realidad. Desde febrero de 2005, y hasta la fecha, en el semáforo volcánico del Instituto de Energías Renovables del Cabildo de Tenerife se apagó la amenazadora luz amarilla y se encendió la verde. El cambio de estación, de la pre-emergencia a la tranquilizadora normalidad, se debió, principalmente, a una reducción considerable de la actividad sísmica que durante todo 2004 se había producido en el Archipiélago, y más concretamente en el canal marítimo entre Gran Canaria y Tenerife.
Sí que es verdad que en todas las estadísticas símicas pudimos advertir, curiosamente, que los movimientos que se registraron en tierra, y que quizás fueron los que alertaron a la población -aunque también hay que tener en cuenta que la sociedad pudo entrar en esa especie de histeria colectiva debido a la información mediática y no a los hechos propiamente dichos- se localizaron sólo en la isla de Tenerife. Algunos días antes de ese cambio de estadio semafórico, el Ministerio de Defensa anunciaba el comienzo de una campaña para obtener datos sobre el campo magnético terrestre de Tenerife, expedición de la que jamás se publicaron los resultados.
Todo ello contribuyó a que, de nuevo, se enfrentaran las partes (tres nada menos: ITER, CSIC, ULL) y que todos a una, como en Fuenteovejuna, se echaran la culpa unos a otros. Algunos incluso dijeron que la actividad sísmica no había sido superior a la esperada en una zona geológicamente caliente como la canaria y que lo del semáforo no era más que una exageración. Los responsables del famoso artilugio tricolor (o cuatricolor), por su parte, discreparon de todo esto. A partir de este punto, volvió la normalidad, esto es: una vieja y conocida situación con los especialistas sobre sismología y vulcanología enfrentados.
Por fin, casi a finales de año, Ricardo Melchior obtiene en el Senado el visto bueno a la propuesta en firme para la creación del tan esperado Instituto Vulcanológico de Canarias (ICV). Una antigua iniciativa del petrólogo y premio Canarias Telesforo Bravo. De nuevo toca ponerse de acuerdo. Este ente, que a finales de 2005 aún no tenía ni forma física, ni cabeza visible, ni lugar de ubicación, debe estar constituido por las administraciones locales (de las islas en las que haya actividad volcánica), autonómica y central.
El reto de un acuerdo
Se desprende de ahí que participarán en su funcionamiento los ayuntamientos, los cabildos (o sea, se supone que los responsables de vulcanología del ITER, único órgano de estudio sísmico y vulcanológico de titularidad insular), el Gobierno de Canarias y el Ejecutivo Central (del que obviamente participarán los investigadores del Centro Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Geográfico Nacional), además de Protección Civil y, si lo quisieran, las dos Universidades canarias. El reto es ahora ver cómo se las compondrán para ponerse de acuerdo, bajo un mismo techo y bajo una misma dirección, si hasta el momento no han llegado, juntos, a coincidir en ninguna opinión.
Los terremotos localizados en Canarias disminuyeron a lo largo de todo el año 2005 y la gráfica que los agrupa enfiló una pendiente considerable. La vinculación de éstos con la actividad del volcán (o de los posibles nuevos volcanes) se debilitó, y la novedad, que no era tal, desapareció, así como los titulares de los periódicos y el alarmismo social, justificado o no. Pero no hay que olvidar que en el Archipiélago se siguen dando seísmos todos los días. Para saber si estos están vinculados a posibles erupciones volcánicas habrá que esperar a que el ICV funcione y manifieste alguna valoración científica sobre el tema, ponderada y valorada ya por una dirección facultativa conjunta.
Ahora, tras un año de semáforo en verde, y con un nuevo centro de investigaciones en ciernes, cabría preguntarnos si en realidad donde se localizó la actividad volcánica más violenta fue sólo en los despachos de algunos investigadores.
Ballenas, delfines y zifios vs Turistas de paella a bordo
En abril del pasado año abrió sus puertas, en la marina de Puerto Calero, en el municipio de Yaiza (Lanzarote), el Museo de Cetáceos de Canarias. El Archipiélago es una de las zonas geográficas marítimas con más biodiversidad del planeta y una de las únicas donde se pueden avistar comunidades de cetáceos durante todo el año. Debido a ello era imprescindible que existiera en alguna de las Islas un centro donde se estudiara, monográficamente, la gran familia de mamíferos marinos que habitan en las aguas de Canarias. Por si fuera poco, en agosto, una pequeña cría viva de zifio de Blainville encallaba en las aguas de Fuerteventura, circunstancia esta enormemente atípica. Científicos de todo el mundo se desplazaron urgentemente a la isla para poder observar las reacciones de la pequeña, que murió algunas horas más tarde. Los zifios son animales de un carácter extremadamente críptico y del que poco se conoce en la actualidad. Canarias es un lugar privilegiado porque en sus aguas se han llegado a avistar hasta cinco tipos diferentes de esta desconocida especie. Al frente del Museo de Cetáceos de Canarias se encuentra Vidal Martín, quien asegura que los varamientos son la única manera de ampliar conocimientos sobre los zifios, debido a lo esquivos que pueden llegar a ser en su medio natural. Este centro de Lanzarote se constituye pues como un punto neurálgico para el estudio de los mamíferos marinos, y en concreto de las ballenas, delfines y zifios.
En sus instalaciones se puede observar una importante colección de piezas, producto de más de veinte años de investigaciones por parte de los científicos y naturalistas de la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario (SECAC). Ahora mismo, sólo existe en Canarias un centro de estas características, el de Lanzarote (exceptuando algunas salas del Museo de la Naturaleza y el Hombre de Tenerife). Además, el museo dedica los fondos obtenidos de la venta de las entradas a proyectos de investigación marina. Las nuevas normas (aprobadas en junio de 2005) aplicadas a la declaración de las aguas del Archipiélago como Zona Marítima de Especial Sensibilidad (ZMES) internacional, así como la elaboración de un plan de contingencia marina por parte del Gobierno de Canarias, parecen que esbozan ya, por parte de las autoridades, un clima de respeto por las comunidades animales de los fondos, o al menos eso se espera. Por otro lado, aún los gobernantes no se han dado cuenta de las posibilidades reales de explotar la difusión de esta riqueza entre los escolares canarios, la adopción de este tipo de fauna como verdadero símbolo de identidad, la puesta en marcha de una red turística de observación controlada de esos grupos de animales, y de la potenciación de ofertar un turismo especializado consecuente con el medio, como ya lo hacen en la Patagonia o en Hawai. Mientras se vertebra la legislación y se ponen de acuerdo en los despachos, las ballenas y delfines siguen sufriendo la contaminación del litoral y las visitas indiscriminadas de turistas de música pachanguera a todo trapo y paella a bordo.