La llegada de inmigrantes en patera descendió el pasado año más de un cuarenta por ciento en Canarias frente al 25% que disminuyó en toda España. Eso sí, la irrupción del uso de los cayucos y las nuevas rutas con puntos de partida cada vez más al sur del Sáhara Occidental y Mauritania ha provocado la llegada de inmigrantes a islas donde antes sólo habían visto las pateras por la televisión o en las fotografías de los periódicos.
En pleno mes de agosto del año 2005, en la playa de Las Salinas, en el tranquilo pueblo pesquero de Agaete (Gran Canaria), la Guardia Civil no daba crédito a lo que tenía ante sí. Sus ojos estaban clavados en una embarcación nunca vista antes por estas islas, inusualmente larga, de 12 metros de eslora, recubierta de fibra y con un diseño en forma de piragua que dejaba en la arena negra de la playa de ese punto del noroeste grancanario a 19 subsaharianos asombrados con el recibimiento. Nunca antes había llegado una patera a ese punto de la costa, nunca los especialistas en inmigración del instituto armado habían visto nada parecido y nunca pensaron que desde ese día se abriría la nueva ruta de los cayucos hacia Canarias. Sólo en diciembre de 2005 llegaron a Tenerife y Gran Canaria 22 de estas embarcaciones de pesca, propias del sur del Sáhara, de Mauritania e incluso de Senegal. Las otras diez barcas que alcanzaron las islas en el último mes del año fueron pateras convencionales, que volvieron a alcanzar Fuerteventura y en menor medida Lanzarote. En total, el pasado año fueron detenidas 4.751 personas que intentaron entrar a Canarias de manera irregular a bordo de 213 embarcaciones, casi cuatro mil inmigrantes menos que en todo 2004, el mayor descenso de todo el estado español.
Esos cayucos han roto en 2005 el tradicional mapa de las rutas que los inmigrantes seguían para entrar de manera irregular en Canarias a bordo de pateras. Son unas embarcaciones con dimensiones que oscilan entre los 12 y los 18 metros de eslora, equipadas con motores de hasta 40 caballos, que suelen transportar una media de 50 personas, cuyos patrones navegan con sistemas de orientación por satélite, conocidos popularmente como GPS, y que traen casi exclusivamente a personas procedentes del África subsahariana. El giro es radical con respecto al modelo habitual de la barquilla que desde 1994 llega de manera intermitente siguiendo el referente del Faro de la Entallada hasta la costa sureste de Fuerteventura. Hasta ahora, los efectivos del servicio marítimo de la Guardia Civil, los marineros de las embarcaciones de Salvamento Marítimo, los pescadores canarios que tantas veces han ayudado a salvar las vidas de estas personas cerca ya de nuestras orillas, todos se habían habituado a interceptar pateras que no superaban los siete metros y que a duras penas resistían el viaje desde las costas saharauis porque en la mayoría de los casos eran construidas por los propios inmigrantes escondidos en el desierto.
Las claves del cambio
Las claves del cambio de cayucos por pateras hay que buscarlas en el aumento de la vigilancia de la Gendarmería marroquí sobre las costas de Tarfaya y El Aaiún, los lugares más cercanos en línea recta a Fuerteventura, apenas 87 kilómetros. Después de pésimo estado en las relaciones entre España y Marruecos que dejó como herencia José María Aznar, la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa supuso que la casa real alahuí ordenara extremar la vigilancia entre Tarfaya, el extremo sur de Marruecos, y las playas situadas al sur de El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, desde donde hasta ahora salían casi a diario las barquillas. Esto provocó que el pasado año 2005 se trasladara a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla la presión de cientos de subsaharianos que cada noche intentaban saltar las vallas. El gobierno de Marruecos inició entonces una expulsión de estos miles de subsaharianos, que acabaron perdidos en muchos casos en pleno desierto o en la zona minada del gran muro militar construido por Hassan II para proteger sus intereses económicos en el Sáhara.
La misión de la ONU en la zona y las ONGs internacionales dieron la voz de alarma al encontrar a cientos de subsaharianos en un estado lamentable, abandonados a su suerte por Marruecos en medio de la nada, de la inmensa arena. El que una caravana de periodistas españoles siguiera esas guaguas colmadas de estas personas sin destino conocido acabó provocando que varios vuelos de la Royal Air Marroc tuvieran que repatriar a muchos de estos subsaharianos hacia ciudades como Bamako, la capital de Mali. Muchos de esos inmigrantes han acabado trabajando en la pesca en Noadibou y en La Güera, el antiguo oasis de los militares españoles. Allí, tras ganar lo suficiente para pagar su billete a las mafias que controlan estas nuevas rutas, comienzan su periplo aquellos que se atreven a subir a un cayuco con el objetivo de recorrer los más de 700 kilómetros que los separan de las costas canarias. Mucho se ha escrito y comentado sobre la ruta que siguen hasta alcanzar nuestro archipiélago. Unos apuntan a la tesis de que los cayucos vienen remolcados o a bordo de otros grandes barcos que los dejan apenas a unas millas de la orilla. Otros aseguran que los cayucos llegan costeando el Sáhara hasta llegar a Cabo Bojador (a 500 kilómetros por carretera de El Aaiún), donde ponen ya proa hacia Canarias.
Ésta es precisamente la versión que manejan en el Ministerio del Interior español. Hasta ahora no hay ningún informe de la Guardia Civil que certifique el uso de los llamados barcos nodriza que acerquen cayucos o pateras hasta las costas isleñas. Las dudas surgen por lo vertiginoso del viaje que debe emprender un cayuco si quiere llegar desde las costas saharauis o mauritanas hasta las Islas Canarias. Según los informes de la Guardia Civil, la nueva ruta de los cayucos se ve favorecida por las corrientes reinantes en las cercanías de Dagla, la antigua Villa Cisneros española o en Noadibou, ya en Mauritania. Siguiendo la misma ruta que los grandes cargueros que vienen del sur de África o de Sudamérica, los cayucos navegan sobre la llamada corriente del Golfo que parte del archipiélago de Cabo Verde y que pasa justo en medio de Tenerife y Gran Canaria, lo que a la postre parece llevar esas embarcaciones a la costa de Los Abrigos en el Médano (Granadilla) o a San Bartolomé de Tirajana. Estas embarcaciones, que parten más al sur, son compradas o robadas a pescadores, están hechas de poliéster, navegan mejor, tienen un francobordo más alto, no están tan sometidas al oleaje como las pateras y por eso son más estables. Otro dato a tener en cuenta es que el hecho de que vengan tan cargadas no supone un peligro añadido, porque el peso hace más fiable al cayuco.
En todo caso, hacer una foto fija de un fenómeno tan cambiante como el de la inmigración irregular resulta casi imposible. 2005 nos deja primero el descenso espectacular, superior al cuarenta por ciento, en el número de personas detenidas al intentar entrar en Canarias a bordo de esas barquillas. En segundo lugar, el cambio fundamental del uso de cayucos por pateras. Y como consecuencia de ese cambio, la salida de las embarcaciones cada vez más lejos de este archipiélago ha provocado que Tenerife y Gran Canaria ganen cada día más terreno para desbancar a Fuerteventura como la isla de destino preferente de las pateras. En definitiva, hablar de inmigración irregular y de sus posibles soluciones se suele reducir en Canarias a siglas como el SIVE, el sistema integral de vigilancia que sólo funciona en Fuerteventura; o a llamamientos más o menos folclóricos al uso de la Armada. Ha costado que al fin algunos se hayan dado cuenta de que lo prioritario es salvaguardar que no sigan muriendo más personas al intentar llegar a este archipiélago. Donde queda mucho camino por recorrer es en el nivel del debate de los políticos canarios y, en consecuencia, de la opinión pública, que quizás debería reflexionar más sobre por qué una persona se arriesga a todo aun conociendo su futura condición clandestina en Europa, o por qué en Mali, Costa de Marfil, Guinea Conakry, Nigeria, Gambia o Senegal la primera preferencia de una familia sigue siendo reunir el dinero suficiente para que el hijo más preparado intente en Europa pagar el desarrollo que no encuentran en su aldea.
Pateras con banderas del Frente POLISARIO
La llegada a Canarias de saharauis a bordo de pateras es tan vieja como el propio fenómeno de la inmigración irregular. Precisamente fueron dos saharauis los que, en 1994 y en Caleta de Fuste, inauguraron la llegada de pateras de manera intensa hacia este archipiélago. Entonces fueron recibidos casi como héroes en una isla como Fuerteventura, siempre sensible al conflicto saharaui porque, hasta la salida de España de la ex colonia, era precisamente la majorera una de las poblaciones de colonos más numerosa en el Sáhara. 11 años después, entre noviembre y diciembre de 2005, unas 60 personas llegadas en patera -sobre todo a Gran Canaria- se declararon saharauis al ser identificados por la policía. Una cifra que nunca se había registrado en tan corto espacio de tiempo.