El año 2005 no fue malo para el turismo en Tenerife. Es buena noticia, sin duda, aunque las pernoctaciones puedan haber descendido o las rentabilidades no ser las mismas obtenidas tras más de diez años de crecimiento constante. La mala noticia es que escondernos bajo tan magras satisfacciones pueden hurtar el necesario debate sobre por dónde debe enfocarse el futuro más o menos inmediato.
El debate turístico está acompañado permanentemente de unos profesionales del catastrofismo que llevan años pronosticando una crisis de destino de manera inminente, con lo que es probable que algún día terminen por acertar. Son los mismos que unas veces alertan sobre la flaqueza y agotamiento del turismo de sol y playa, otras sobre la negativa incidencia de los todo incluido o, incluso, muestran su rechazo a la progresiva llegada de las líneas de bajo precio, que no bajo coste. Son asuntos sobre los que se establece una máxima que de inmediato es repetida por doquier, sin que ninguno aporte una sola prueba de veracidad o, al menos, una idea sobre la que debatir que no sean sus absurdos prejuicios. Lo cierto es que, con esos antecedentes, la sociedad establece sus propias conclusiones, resultando muchos de sus posicionamientos hostiles al primer motor económico del Archipiélago. No es extraño encontrar en los medios de comunicación desafortunadas interpretaciones de lo anterior por parte de colectivos que ven en el desarrollo de las zonas de litoral la madre de todas las batallas ecológicas. Respetable, pero erróneo. Se ha dicho que el desarrollo de las zonas turísticas no excede del tres por ciento del total de Tenerife. Volveremos a ello.
Alternativas: golf, medio ambiente
Si aceptásemos el ideal del ciudadano tinerfeño sobre el turismo, éste habría de ser escaso, de calidad, con gran capacidad de gasto y con exquisito gusto y refinamiento. Algo parecido a lo que ha dicho el José Manuel Soria del que visita Gran Canaria, un turista culto y de calidad, que conoce la Cueva Pintada de Gáldar, asiste a las óperas o juega al golf. Dentro de esa fotografía ideal, el turista debería ser ecológicamente responsable, visitar los parques nacionales, degustar nuestra gastronomía tradicional y hospedarse en hoteles o alojamientos rurales. Quiénes eso proclaman, piensan además que el turista que nos visita merece ser tratado de manera despectiva (ya se sabe, un guiri o un godo), pues no sólo no tiene los valores que le gustarían, sino que además lo suele retratar como un inglés con querencia por la cerveza barata, que anda descamisado, tatuado y vistiendo un bañador con la bandera británica. Hasta el mismo Soria rehusó nuestro turismo por considerarlo barato y consumidor de papas fritas y Ketchup. Lo que en el caso de los ciudadanos es ignorancia, en el de un político con la alta responsabilidad de dirigir los designios de una Isla como Gran Canaria, es temeridad inexcusable.
Los tópicos juegan en contra de nuestro sector. Se dice hasta la saciedad que el modelo de sol y playa está agotado, pero la afirmación no coincide con la realidad de las cifras, ya que sigue siendo una de las primeras razones por la que nos eligen para pasar sus vacaciones. Es cierto que resulta más sensible al precio al existir destinos competidores más baratos o por culpa de la influencia del precio del petróleo o el cambio euro-dólar; pero también es más resistente a los cambios de moda. Sí es cierto que somos un destino maduro, pero eso no es necesariamente malo. El 58% de los visitantes es repetidor y un porcentaje elevado viene por recomendación de alguien que ya nos conoce. ¿Significa esto que debemos estar satisfechos y no estar abiertos a los cambios? En absoluto. Ahí es donde se enmarcan toda una serie de actividades a desarrollar que pasan por aspirar a fortalecer el destino, procurando segmentarlo, propiciando la creación de más campos de golf, el desarrollo del turismo náutico, la mejora de una adecuada oferta de ocio y compras, el máximo cuidado con el medio ambiente o la promoción de las actividades culturales.
La Organización Mundial del Turismo ha calculado en unos 800 millones de personas el número de los turistas que lo han sido durante el año 2005. Es cierto que hay destinos emergentes y que la competencia es brutal, pero uno no encuentra grandes motivos para el desánimo. Las debilidades de Tenerife -y de Canarias- están más en su interior que en los crecimientos que puedan tener otros lugares. El enemigo está en casa si sigue creciendo el ánimo y la idea de que el turismo aporta o ha aportado poco al desarrollo de la Isla. No deja de ser paradójico que los lugares más pobres de la tierra vean en el turismo la solución a los problemas que los acucian y nosotros, que jugamos la Champions mundial, lo tratemos con tanto desdén.