Canarias: espacio sensible ante el cambio climático

El verano de 2004 se saldó con trece muertos debido a una ola de calor inexplicable. Los canarios se sorprendieron. En febrero de 2005 los herreños ven nevar y también se sorprendieron. En noviembre de ese mismo año, Delta llega a las Islas y deja casi una semana sin electricidad a los tinerfeños. También hubo sorpresa. ¿Habrá más sorpresas?

Teníamos razón. Tristemente, teníamos razón y nadie nos hacía caso”. Esta es la reflexión que hace el director del Observatorio Atmosférico de Izaña, Emilio Cuevas. Se refiere al cambio climático y a cómo afecta a la atmósfera el creciente aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) procedentes de la actividad industrial y del derroche energético en el que se ha sumido la civilización occidental. En esto es tajante: “La comunidad científica internacional seria dedicada al estudio de la atmósfera y al cambio climático está de acuerdo no sólo en que el Planeta se está calentando -ya lo ha hecho en 0,8 grados desde 1916 en la tierra y un grado en el océano, algo que se demuestra con las mediciones realizadas-, sino también en la relación entre el cambio climático y la acción del hombre”.

Pero los cambios no sólo los circunscribe a las temperaturas que crecen a un ritmo mucho mayor en las últimas tres décadas, sino en que “podemos observar cómo hay más olas de calor, que los fenómenos meteorológicos adversos y muy agresivos se dan en lugares inéditos, que ha crecido el nivel del mar y que hay sequías más intensas”. Manuel Vázquez Abeledo es un astrónomo solar que trabaja en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) y lleva muchos años interesado en el cambio climático, tanto que tiene la agenda de este año casi copada con conferencias sobre el asunto. Insiste en la relación causa-efecto entre la emisión de los GEI y algunas de las consecuencias que se están dando en el Planeta como el deshielo de los polos o el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos.

Así, explica que el Sol ha sido el causante de las variaciones climáticas y que desde el siglo XVIII se ha detectado un incremento de la energía que envía a la Tierra, pero “esto sólo explicaría un pequeño porcentaje del calentamiento, el resto es evidente que se debe a la acción del hombre”, insiste. ¿Cómo? Pues con el incremento de los llamados gases de efecto invernadero, que son un total de seis, aunque el más conocido es el dióxido de carbono (CO2). Todos ellos existen de forma natural pero se producen también en la quema de los combustibles fósiles como petróleo, gas natural y carbón. Los expertos, y en especial el panel internacional de la ONU conocido por sus siglas en inglés (IPCC), relacionan el aumento de la temperatura con la concentración de estos gases en la atmósfera. El mecanismo que une una cosa con la otra es el efecto invernadero. El proceso es complejo: la luz solar calienta la Tierra, que devuelve esa radiación en el rango infrarrojo para que la absorban los gases de la atmósfera terrestre, que son aquellos que tienen tres átomos. De ellos, el más importante es el CO2, que se produce por la quema de los combustibles fósiles.

Estos gases están habitualmente en la atmósfera y tienen un ciclo natural debido a los procesos de variación de las plantas a lo largo del año. El problema que se está produciendo es que se inyectan a un ritmo demasiado rápido para que se puedan absorber de nuevo y los sumideros naturales (bosques y océanos) no pueden realizar bien su trabajo. “Hemos transformado un proceso en escala de cientos de años a una de cien años y estamos perturbando este proceso natural”, recalca Abeledo, quien insiste en que “lo importante no es la cantidad de CO2, sino el ritmo con que se concentra en la atmósfera pues allí actúan como un invernadero, absorben más la radiación que emite la Tierra lo que hace que la atmósfera se caliente”.

Los niveles actuales de CO2 no se habían superado en los últimos 420.000 años y es muy probable que tampoco en los últimos dos millones. Además, los GEI de hoy se deben en un 75% a la actividad humana en transporte e industria. Como la atmósfera no entiende de fronteras, el CO2 que se emite en cualquier parte del mundo se suma y afecta a todo el Planeta. Esta situación fue lo que hizo que los países firmaran el famoso Protocolo de Kyoto en 1997, que fija el objetivo de llegar a las emisiones de 1999 más un 15 por ciento. España está a años luz de esta cifra, aunque en 2006 logró, por primera vez, rebajar las emisiones en un dos por ciento con respecto al año anterior… aunque sigue estando un 49% por encima del nivel de 1990. En el calentamiento global se suma tanto este efecto invernadero como otros procesos, como el excesivo uso del suelo, una mayor desertización y la pérdida de masa forestal. Ante todo ello, parece que la Tierra se calienta también en el sentido figurado y ya empiezan a observarse ciertos fenómenos atribuidos a ese calentamiento global.

Las olas de calor, las tormentas tropicales y los ciclones, así como el deshielo de los polos o la desaparición de especies animales y vegetales son ya noticias cotidianas. “No ocurrirá nada raro, no habrá fenómenos desconocidos pero sí serán más agresivos”, recalca Abeledo. A esto se suma Emilio Cuevas: “Hablamos de algo muy serio que necesita soluciones inmediatas porque es imparable, pero se pueden minimizar sus efectos”. Las soluciones apuntan a racionalizar la energía, reducir la quema de fósiles y buscar un desarrollo más sostenible. Los ecologistas lo han gritado hasta la saciedad, los científicos lo están constatando y, ahora, políticos y economistas empiezan a hablar del problema. Calmar a la Tierra no parece sencillo, pero calentarla más sería peor.

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