Me siento a escribir sobre el 20 de agosto de 2008 y no puedo evitar un sobresalto. Iba a ser apenas uno más de los días agostados en un Madrid semivacío. Y así fue, hasta que pasadas las 14.30 horas una escueta noticia al móvil alerta de un accidente en la terminal 4 de Barajas. Supe entonces que la jornada de trabajo empezaba a esa hora, pero daba por hecho que sería un accidente leve, pues así se desprendía de aquella aséptica noticia.
El drama llegó a cuentagotas. El primer aviso no merecía mayor atención. Y si estaba destinado a ocupar algún hueco en cualquier Telenoticias sería, sobre todo, porque estábamos en el ecuador del mes de mayor sequía informativa. Minutos después recibo otra noticia al móvil, esta vez igual de aséptica pero más amplia. Y habla de “posibles heridos”. La cosa se complicaba y era obvio que el almuerzo daría paso a una tarde más larga de lo previsto. Pero, aún así, a las 14.45 del 20 de agosto de 2008 no podía sospechar que al enfilar hacia la pantalla del televisor estaría accediendo al Infierno.
¡Claro que nada puede igualar el inmenso dolor y el vacío de la pérdida de un ser querido! Pero en aquellos momentos, que luego fueron días y ahora meses, hubo muchas personas que sintieron no sólo el dolor de la tragedia, sino el pánico ante un interrogante que nadie quería pronunciar y que cuestionaba directamente la seguridad aérea. De esto voy a escribir, de esa parte de la tragedia que nos tocó a todos y que empezó mucho antes del accidente del vuelo JK 5022 de aquel fatídico 20 de agosto de 2008.
En la pantalla del televisor, la imagen fija de un avión entre humo, varado en una pista de la T4 de Barajas, presidía todos los informativos que iba mirando de uno a otro canal en un zapping endiablado: “Un avión de Spanair con destino a Gran Canaria ha sufrido un serio accidente cuando iba a despegar”, “hay heridos tendidos en la pista”, “los servicios de Emergencia tratan de rescatar a los supervivientes”, “posiblemente hay fallecidos”… Ésa fue la letanía pronunciada durante horas, mientras todos los periodistas tratábamos de arañar algún dato preciso.
Pero no había alguna explicación que inyectara cordura en un desastre que crecía por minutos y que, sin remedio, abocaba a una tragedia sin precedentes inmediatos, pues hacía casi un cuarto de siglo que en el aeropuerto de Madrid-Barajas no ocurría un accidente de esta envergadura. Hubo también, eso sí, quien realizó sin miramiento una suerte de puenting informativo en busca de no sé qué primicia en el recuento de víctimas cuando el único dato oficial era el doloroso pánico de quienes se sabían allegados a alguno de los pasajeros.
El ‘apagón’ informativo
No es fácil informar cuando la información no existe. Vaya por delante que comparto el criterio de que en una tragedia tan grave como ésta la información debe suministrarse con tiento, porque detrás de cada víctima no sólo hay un dato, sino un drama familiar. Pero la información veraz, por dura que sea, debe estar disponible de inmediato si se pretende abordar el drama humano antes que la cuenta de resultados. No dudo al escribir que la compañía Spanair aplicó desde el primer minuto un cerco informativo impropio de quien se pretende conmovido por la magnitud de la tragedia.
Su silencio se prolongó durante días, hasta el sábado 23 de agosto en que ofrecieron a algunos medios una entrevista minutada con el portavoz de la compañía. Y esa fue, para quien suscribe, la confirmación que delataba la preocupación que reinó en aquellas horas en la compañía aérea escandinava por encontrar fórmulas que le permitieran mitigar el impacto del accidente en la imagen de su empresa… Comprensible sólo si se hubiera tratado de uno de esos incidentes a los que nos hemos malacostumbrado, ya saben: retraso de vuelos, cancelaciones, pasajeros amotinados en los mostradores, reclamaciones…
Pero fue evidente la falta de empatía con los familiares de las víctimas, esa frialdad para dejar en segundo plano el desespero de las personas allegadas a cada uno de los pasajeros. Cierto es que esa misma noche fletaron un avión para trasladar a los familiares de las víctimas canarias desde Gando hasta Madrid, pero verdad es también que ni siquiera los Gobiernos central y canario supieron a qué se enfrentaban y qué dispositivo debían poner en marcha hasta que la riada de féretros entrando en la morgue improvisada de Ifema fue evidente.
La compañía aérea Spanair lleva operando en Canarias una larga década, y con muy buenos resultados. Y cobra por ello, ¡legítimamente y como todas!, dinero público por transportar pasajeros con certificado de residencia. Cumple con ese extraño papel asignado sin definición a todas las compañías aéreas que son, en la praxis, transporte aéreo interurbano, ¡no otra cosa que una guagua es el avión para Canarias!, pero su actuación, la del 20 de agosto de 2008, traslucía un tufo a impavidez de todo punto de vista inaceptable…
Una vez más Internet hizo su papel y ya desde las cinco de la tarde algunos periódicos electrónicos citaban fuentes de Spanair fuera de España para cifrar el balance de víctimas cerca del centenar de fallecidos. La Red desveló el cerco informativo puesto en marcha por la compañía escandinava. ¿Por qué? La respuesta era la cara misma de la tragedia. Un siniestro de estas características deja tocada a cualquier compañía, máxime si anda en mitad de un Expediente de Regulación de Empleo (ERE), como el presentado por Spanair el 8 de agosto de 2008 ante el Ministerio de Trabajo que afectaba a 1.062 trabajadores directos de Spanair y a 131 de Fuerzas de Ventas… y que, finalmente, a comienzos de diciembre de 2008 se saldó con 436 despidos de trabajadores de Spanair y 81 despidos de trabajadores de ventas.
Dolor infinito en IFEMA
Los hechos ocurridos son el relato de un dolor sin parangón en el peregrinaje de familiares hasta Ifema, donde se realizó la identificación de los 153 fallecidos a los que días después se sumaría otra víctima entre los heridos. Canarias cargó con la mitad del siniestro balance. De los familiares y amigos sólo me cabe decir que fueron ejemplo de dignidad y humanidad sin medida. Mientras se intentaba esclarecer lo ocurrido, se sucedían las declaraciones oficiales, se programaban los actos funerarios, se trasladaban los féretros… Mientras ocurría todo ello, todo en las familias fue dolor contenido y dignidad, mucha dignidad.
Encomiable fue también la labor de los Servicios de Emergencia que la Comunidad de Madrid desplegó sin cortapisas y que en los distintos hospitales se tradujo en una atención desprendida incluso por personal médico y sanitario que se incorporó sin ser llamado a filas… Condolencias, actos fúnebres de Estado sin decreto; Familia Real, telegramas de condolencia; dolor en todas partes… y también alegría de quienes recuperaron de entre los pasajeros a un familiar herido, ¡pero vivo!, como el sorprendente caso de Beatriz Reyes, ilesa para una segunda vida y de una humilde humanidad tan inmensa que dejó a medio centenar de periodistas compungidos y casi mudos en una inusual rueda de prensa.
Casi medio año después desconocemos aún las causas reales del siniestro, pero entre ellas no están, sin duda, ni el azar ni lo fortuito. Como tampoco convence ese recurso al que no renunció la compañía, buscando desde un primer momento a los culpables en la cabina de pilotos. Así se lo ha parecido al juez Javier Pérez, que investiga el siniestro en el Juzgado número 11 de Madrid y que decidió rápidamente crear una comisión pericial que estudiara las causas del siniestro de forma independiente a la Comisión de Investigación de Aviación Civil, dependiente del Ministerio de Fomento, de la que tampoco sabemos nada al acabar el año 2008.
Continúa el juicio en España y sigue en curso el juicio en un tribunal de Cook, en el Estado de Illinois (Estados Unidos), tras la demanda presentada por catorce familias de pasajeros que fallecieron en el accidente. En la primera audiencia que celebró, en septiembre pasado, el juez exhortó a la compañía Boeing para que en el plazo de seis semanas facilitara toda la información técnica disponible sobre el avión accidentado. En la vista, el bufete de abogados Ribbeck Law Chartered pidió a Boeing, el grupo aeronáutico demandado, que le entregase toda la información técnica sobre el aparato accidentado, según informó uno de los abogados de la firma, Fernando Torres.
Justicia y Seguridad aérea
Esperemos a que la Justicia, en España y en Estados Unidos, haga su trabajo. Pero mientras, una cuestión me sigue rondando: la seguridad aérea no es una concesión graciosa de las compañías para con sus clientes; es, sin miramientos, una obligación que debería estar sometida a controles exhaustivos con el máximo rigor e independientes de las propias compañías. Y una pregunta que me hago como pasajera: ¿Es posible seguir pensando que el bajo precio es la única demanda a una compañía aérea? No desde mi punto de vista.
Pensemos por un momento en si sería mejor renunciar a vuelos por cuatro euros en beneficio del coste en seguridad. La pregunta es entonces: ¿Quién debe pagarlo? Ésa es otra cuestión. Y quizás es el momento de incluir en el concepto Estado del Bienestar no sólo a Sanidad o Educación, sino también al Transporte. Y que los impuestos sirvan para garantizar un servicio público de máximo control y calidad. ¿Por qué no? La liberalización de los mercados no puede ser sólo un mecanismo de ahorro de costes para las empresas, sobre todo cuando la mercancía son seres vivos.
Aquel vuelo JK 5022 de la compañía Spanair fue una tragedia, pero debería, al menos, servir como acicate. Sería un modo útil, si ello es posible, de honrar a las víctimas. Todos íbamos en ese vuelo.