2010: Apaga y vámonos

“Tantos canales y tan poca variedad”. Una pareja cualquiera en un lugar indiferente de Canarias intenta sin éxito encontrar algo atractivo en la televisión. Una situación que se repite en muchos hogares que contemplan como el aumento de la oferta, con la llegada de la Televisión Digital Terrestre (TDT), no ha derivado en un incremento de la calidad de los contenidos. El año 2010 pasará a la historia como el año del apagón analógico, pero no el de un enriquecimiento de la programación.

El apagón analógico supuso un giro en el concepto de la televisión tradicional, que abría la puerta a un nuevo período de pluralidad y de diversidad temática. Y se suponía que también de un enriquecimiento de la programación. Nada más lejos de la realidad. Porque la tan ansiada revolución digital sólo ha supuesto un aumento de la oferta de entretenimiento centrada en el amarillismo, la prensa rosa y el morbo constante. Lo mismo que ya existía, pero a cualquier hora del día y en multitud de canales. La instauración de la TDT no sólo no ha recuperado el fin social y formativo de la televisión, sino que ha convertido en causa perdida el anhelo de aquellos que exigen más que pan y circo a la caja cuadrada. En Canarias, para colmo, 2010 y el apagón analógico han logrado evidenciar aún más la falta de planificación de las administraciones, estatal y regional, incapaces de prever las consecuencias de llevar la era digital a un territorio tan enrevesado como el que dibuja la orografía insular. Las dificultades para trasladar la señal a gran parte de la población de las Islas son sólo un ejemplo más de las carencias que tiene el Archipiélago en infraestructuras, especialmente en los siempre olvidados núcleos rurales.

Si bien es cierto que la TDT ha colocado a todos los canales al mismo nivel (lo que beneficia a las cadenas pequeñas frente a los monstruos de la comunicación), no se puede pasar por alto las dificultades que sufren las televisiones locales para adaptarse a una nueva realidad marcada por la crisis económica y la consiguiente caída de los ingresos publicitarios. Adversidades a las que se suma la sombra de un concurso que se dirime en los tribunales; un escollo más que llena de opacidad la transparencia que debe impregnar a los medios de comunicación. En ese escenario, algunas cadenas intentaron cumplir durante 2010 las exigencias de la adjudicación en un ejercicio de malabarismo circense (casos de Canal 6, El Día TV, Canal 4 o Mírame TV), lo que se complica aún más con la precariedad laboral que asfixia a la profesión; mientras, otras optaron por apagar sus contenidos (Canal 7) o por emitir fuera de la ley sustentadas en la impunidad que le da la misma clase política a la que defienden (Mi Tierra TV).

Todas, eso sí, contaminadas por la tendencia que emana de los medios nacionales privados. La dictadura de las audiencias saca a relucir la cara más triste de la televisión, dependiente del negocio que sustenta su supervivencia. El año 2010 se convirtió, de hecho, en el ejercicio de la consolidación de los reality shows, que multiplicaron su presencia en pantalla en paralelo a la implantación de la TDT. No importa caer en la reiteración o en la simplicidad, cualquier temática o situación social puede convertirse en un potencial reclamo para grandes y pequeñas productoras. Pero si la financiación ahoga la posibilidad de que las televisiones cumplan con un mínimo de contenidos culturales y formativos, la excesiva dependencia de las instituciones públicas se convierte en un obstáculo insuperable para el televidente, que consume un mensaje informativo teledirigido. Una situación que permite identificar con facilidad el color político que se instala en cada plató, mientras brotan nuevos charlatanes y comentaristas que hacen del amaño y la trampa su profesión.

La calidad pierde el pulso

Al final, el año 2010 sólo fue una muestra más del pulso que pierde cada día la televisión de calidad frente a la proliferación de espectáculos basados en el entretenimiento fácil. Un año en el que CNN+ dijo adiós para dejar su sitio a Gran Hermano en su versión 24 horas. Suena a chiste, pero no es más que el espejo en el que se refleja la televisión de hoy en día. En él se contemplan las cadenas privadas, grandes y pequeñas, pero también los medios de comunicación públicos. Porque la Televisión Canaria atravesó 2010 tropezando una y otra vez con la polémica. Primero, afectada por el conflicto laboral de los trabajadores de la productora Videoreport SL; después, sumida en las críticas constantes a la parcialidad de sus informativos y al continuo recurso al morbo sensacionalista. Un panorama en el que se abrió el debate sobre la posibilidad de convertir los medios públicos en corporaciones controladas por los propios trabajadores. Si las dificultades de las cadenas privadas preocupan, los incumplimientos de los entes públicos se convierten en un problema social que requiere de una solución urgente por parte de las administraciones.

Pero como nunca todo son malas noticias, la nota positiva la puso el año pasado Televisión Española (TVE), que lideró audiencias y se desprendió de la publicidad en sus emisiones sin renunciar a la profesionalidad en sus informativos. Mucho tuvo que ver en el éxito cosechado el trabajo de su director, el tinerfeño Santiago González, que en el mes de enero dejó las riendas de Radio Nacional de España para sustituir a Javier Pons al frente del ente audiovisual, consolidando el liderazgo que había obtenido su predecesor tras un lustro de supremacía de Telecinco. En cualquier caso, el balance de 2010 deja sobre la mesa la necesidad de replantear una realidad televisiva que condena al espectador a convertirse en un adicto al zapping, un deporte de salón que gana enteros con la llegada de la TDT. Se vuelve imperiosa, por tanto, la obligación de poner un poco de luz en un horizonte oscuro para un sector audiovisual que sufre las consecuencias, especialmente las empresas locales, de los vaivenes económicos y la dependencia política. Y es ahí, ante el fin social exigible a los medios de comunicación, donde deben actuar las instituciones para velar por la salud televisiva de los espectadores.

Mientras ese momento llega, es inevitable que una pareja cualquiera en un lugar indiferente de Canarias llegue siempre a la misma conclusión: “Hoy no ponen nada en la tele. Apaga y vámonos”.

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