Arquitecto de la Era de la Comunicación

Los periodistas tenemos motivos para la crítica y para la autocrítica. Los políticos aprovechan la debilidad de los medios de comunicación y de los informadores, asediados por la crisis, para introducir sus mensajes con mayor facilidad y escapar, en la medida de lo posible, al control mediático. Nosotros, abrumados por el paro y la precariedad, hemos cedido en principios irrenunciables para el periodismo. Rigor, calidad, ética…

La renovación tecnológica y la crisis económica han llevado a las empresas periodísticas a emprender una reconversión que, para nuestro oficio, sólo se ha traducido en despidos. Por eso nos hallamos inmersos en una de las etapas más amargas para la profesión y, sin embargo, resulta apasionante vivir y poder ser artífice de la gran transformación que está experimentando el periodismo.

La pérdida de empleo y la precarización de los nuevos puestos de trabajo se han convertido en la tónica del sector, pero un gurú de la comunicación, Rosental Alves, afirma que escuchó a Andrew Lippman hablar, por primera vez, de revolución digital en 1987. Han transcurrido 24 años. En su opinión, los grandes dinosaurios de la comunicación se han quedado en el Jurásico.

Los empresarios de la comunicación han tenido décadas para adaptarse a los nuevos hábitos de lectura y hacerlos rentables. Pero, su situación era cómoda en el mercado. Las grandes empresas recibieron con pasividad las llamadas de atención del nuevo orden mediático, hasta que se cruzó la crisis financiera. Entonces, para muchos, era demasiado tarde. Los periodistas asentados laboralmente también nos resistimos al cambio. Ahora estamos pagando las consecuencias. Y también la sociedad, que ha visto mermar la calidad de la información que recibe.

Necesitamos empresarios con imaginación, que se adapten a los tiempos y que rentabilicen los nuevos hábitos de lectura. Nosotros, los periodistas, también precisamos audacia y dosis de energía para explotar, comercialmente, el horizonte que brinda la nueva sociedad de la información. La tecnología ofrece enormes posibilidades de autoempleo. Somos los primeros interesados en obtener beneficios de los nuevos modelos de información. Y podemos hacerlo. Conocemos el oficio y, si lo desarrollamos con calidad y ética, esa será nuestra mejor imagen de marca y un modo estable de vida.

Nos hemos instalado en el espectáculo a costa de la calidad de la información. Seguramente conducidos por las prisas empresariales, más ocupados en hacer caja rápida que en reordenar el negocio con inversiones sólidas (aunque de menor beneficio) y a medio plazo. Así, el número de medios se ha multiplicado, pero las posibilidades de vigilar al poder para controlar nuestra democracia se han reducido.

La responsabilidad del empresario de la comunicación es enorme. La precariedad con la que trabajamos, en general, los periodistas reduce las posibilidades de investigar, de buscar fuentes, de verificar y documentarse para elaborar informaciones que vayan más allá de cortar y pegar noticias localizadas en Internet. Y nuestra función periodística no sabe de soportes. Todos requieren las mismas exigencias éticas y de buena praxis.

Existen muchos datos para el desaliento, pero no olvidemos que nunca se habían alcanzado cotas tan elevadas de lectura e interés por la información como en la actualidad. Eso sí, a través de Internet. La crisis ha provocado paro y reducción de salarios y ha llevado al cierre a medios de información rigurosos y profesionales, indispensables para asegurar la pluralidad de la sociedad y el ejercicio democrático.

Para enfrentarnos a este desafío es preciso reforzar la unión y el esfuerzo de todos. Es el momento de servir a esta causa con generosidad y apeados de discrepancias y personalismos. Necesitamos de forma imperativa de hacer gremio. Nuestro colectivo precisa unidad, cuerpo, formar estructura. El periodismo es por naturaleza independiente y competitivo, pero un esfuerzo de unidad, de corporativismo, nos ayudará a defender mejor nuestros intereses y derechos, así como la integridad y dignidad de nuestra profesión.

Nos codeamos con el poder y con la miseria. Pisamos realidad y también artificio. Y, generalmente, lo hacemos solos. El individualismo caracteriza nuestro oficio. Somos los arquitectos de esta nueva Era de la Comunicación. Cerramos la primera década del siglo XX, que ha hecho añicos la versión tradicional de la empresa periodística. Ahora la noticia sigue en la calle, pero también está en la red. Y la reciben en el quiosco, en la televisión y en la radio, pero también, y sobre todo, en la pantalla del ordenador, del teléfono o tableta electrónica.

Estamos labrando de nuevo el oficio. Somos sus artífices. Si le apeamos la ética y la búsqueda de la verdad, desparecerá su razón de ser. La sociedad nos necesita y nosotros tenemos que ser capaces de hacérselo saber.

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