La Prensa está en crisis. Pero no la Información. Jamás ha existido tal caudal de comunicación fluyendo en todas las direcciones. Hemos incorporado a nuestro lenguaje nuevos términos como la blogosfera, la tableta, el twitter, el facebook… Sobre el soporte de una red que comunica a todos con todos en cualquier parte, que transporta textos e imágenes, se han desarrollado diferentes plataformas capaces de organizar la comunicación de persona a persona.
Nunca ha existido tanta información. Y nunca, en términos de historia reciente, ha existido tan poca prensa. Esto quiere decir que una crisis no tiene nada que ver con la otra. Los consumidores siguen demandando información, pero a través de otros medios. Y el papel se enfrenta a un difícil escenario donde su salvación -la red- es al mismo tiempo su peor enemigo. La venta de periódicos cayó en nuestro país el pasado año más de un diez por ciento. Pero desde noviembre del 2008 a noviembre del 2009 ya había iniciado un vertiginoso descenso que llevó al sector a caídas superiores al 20%. La primera reacción de las grandes editoriales fue agruparse en empresas multimedia que englobaban radio, televisión y prensa, como manera de aprovechar las sinergias de producción informativa y crear nuevos escenarios para la publicidad. Pero pronto descubrieron que las economías de escala son un concepto teórico que en ocasiones no se alcanza en la realidad y estos grupos multimedia de nueva creación comenzaron a devorar más y más recursos mientras los ingresos publicitarios decrecían.
La crisis económica que afecta a nuestro país -y a Europa- agrava los síntomas, pero no oculta que existe una dolencia crónica en los medios de información escritos. Y es que nos enfrentamos a una revolución en la propiedad de la información, en la creación y en los modos de transmisión de la información. Y la única defensa de los medios de prensa tradicionales ante este cambio radical consiste, precisamente, en valorar la figura de algo que hasta ahora ha sido un elemento marginal de la industria: el periodista. Porque la prensa es manufactura, pero también mentefactura. Es un proceso industrial que elabora un producto de consumo. Pero es mucho más. Sarcásticamente se ha dicho alguna vez que la información es aquello con lo que se rellena el espacio vacío donde no va la publicidad. Nada más equivocado. La gente que compra los periódicos sabe cuando está leyendo una información rigurosa, veraz, contrastada, con fuentes claramente definidas, con un trabajo de documentación adecuado y que contempla todos los ángulos y aristas de la noticia de la que se trata.
La gente sigue la opinión de periodistas que, a pesar de sus adscripciones ideológicas o simpatías personales, es capaz de plantearse con independencia el análisis de los acontecimientos cotidianos elaborando críticas construidas sobre el sentido común a pesar de que, establecidas desde diferentes concepciones e ideas de la sociedad, sean discrepantes. Dicho de otra manera, los lectores dan valor a la trazabilidad de la información, a la garantía de que lo que le cuenta un periódico está fundamentado en el rigor con el que trabajan los periodistas. No es una información que cuelga de la red, que se transmite de boca a oído por emisores anónimos o retwitteadores de mensajes que les envían en una cadena cuyo origen se desconoce. En un mundo donde han surgido como un nuevo fenómeno los comunicadores, la figura del periodista se ha desdibujado en el anonimato de redacciones cada vez más famélicas.
Sin embargo, los periódicos lejos de apostar por elevar la cualificación profesional de los periodistas, lejos de apostar por mantener y aumentar las plantillas dedicadas al periodismo de investigación o a la documentación, han recortado costos justamente en el espacio de creación intelectual de su producto. Menos redacción, menos periodistas, más urgencias en la elaboración de informaciones, carencia de noticias de producción propia… Casi todo nos conduce a periódicos que se transforman en reproductores de los mismos acontecimientos, con periodistas en precario que no tienen tiempo de acudir a varias fuentes para determinar la solidez de una información, que dan pábulo a cualquier información que se les hace llegar sin tiempo material para investigarla adecuadamente… Los periódicos se han convertido, con esporádicas excepciones, en productos que cuentan lo que pasó ayer o incurren en la repetición automática de mensajes con las mismas urgencias y sin las mismas tutelas con las que se dispersan por la red muchas informaciones.
Pero lo que pasó ayer ya no los han contado las radios, las televisiones o la red. Y lo que quiere conocer un lector de periódicos es por qué pasó, qué lo causó, quiénes lo causaron… Los viejos pilares en los que se asentaba la información cuando no teníamos a nuestra disposición tantos medios para acceder a lo que está ocurriendo casi en tiempo real. Y además, la gente quiere una interpretación de la realidad a través de la opinión de aquellas personas a las que considera cualificadas. Se están enfrentando dos mundos: el de la información espontánea (con todos sus riesgos sobre el origen, las fuentes, la credibilidad, etc) y el de la información sistematizada a través de los medios, los que, digamos, tienen el carné de manipuladores de informaciones. Y todo ello, además, en medio de un cambio tecnológico que abre las posibilidades de comunicación peer to peer, persona a persona, igual a igual.
Frente a la amenaza de extinción, la prensa se está refugiando en algunos grandes cambios sistémicos:
1) Se está primando la interpretación de la realidad. Lo que pasó ayer ya se sabe. Nosotros le contamos lo que nadie cuenta y le explicamos por qué pasó (cumpliendo así la tesis de Walter Lippman, un relevante analista norteamericano, de que élites intelectuales sean las encargadas de exponer lo que debe interpretar el rebaño desconcertado que forman los ciudadanos, que son espectadores de la acción, no participantes)
2) Se está compitiendo también en el mundo de internet, en una especie de autocompetencia que pretende fijar posiciones para la creación de un futuro mercado y expulsar a los primeros competidores que no tienen su origen en la prensa tradicional.
3) Se están desarrollando especializaciones incluso dentro de los diarios de información general (mayores espacios a temas medioambientales, económicos, etc).
4) Se han producido procesos de concentración de propiedad, fusiones o adquisiciones de medios informativos y redes multimedia. Un proceso de lógica económica, pero muy pernicioso para la garantía de la competencia y de la multiplicidad de interpretaciones de la realidad.
El paradigma de la información ha cambiado. La información ya no es propiedad de los medios, sino que fluye libremente por las redes. Va de persona a persona y aunque se repite la estructura del emisor/receptor, no existe proceso industrial sino que sobre un soporte tecnológico (la red) operan emisores que son receptores y receptores que son emisores, cumpliendo una doble función de propagación y recepción de contenidos informativos. El error de la Prensa es entender que vende periódicos. La Prensa vende información y opinión. Así que el reto que se le plantea a la Prensa es aprender a vender esa información/opinión sólidamente construidas en el trabajo de profesionales cualificados y en nuevos espacios tecnológicos donde el papel ya no jugará un rol relevante (es más, está condenado a una lenta o rápida, no lo sabemos, extinción).
La Prensa, en definitiva, no es el periódico, sino su contenido. La mentefactura que lo hace posible. Es la manera en que presenta las informaciones y las opiniones que genera esa información. No es la noticia, que ya fue, sino sus ecos. No es lo que pasó ayer, sino las consecuencias de lo que pasó ayer que nos afectarán hoy y mañana. Es precisamente quién escribe y cómo lo escribe lo que marca la diferencia con otros productos. Ese es el campo donde hoy se sustancia la supervivencia de la Prensa en una aldea global donde la información en bruto -no sistematizada, seleccionada o elegida- está al alcance de todos y casi en todos sitios y casi en el instante. Pero no la información analizada, contrastada, investigada y opinada por profesionales en los que confiamos.
Esa es la diferencia. Y no es poca.