Por motivos que no vienen a cuento alterné en una época con la vasta comunidad de europeos que visita nuestras playas en busca de sol y nuestros supermercados en busca de vodka. Me sorprendía la frecuencia con que muchos contaban que habían estudiado ingeniería. ¡Vaya con las clases trabajadoras europeas! Hoy, cuando los titulares anuncian que Angela Merkel pide ingenieros a nuestro país para apuntalar su recuperación, me acuerdo de aquella ingenuidad.
Con el tiempo supe que los europeos no son todos licenciados y que la base de su prosperidad reside precisamente en eso. La Canciller alemana no habló de ingenieros (en el sentido de universitarios), sino que se refirió a trabajadores cualificados en Ingeniería (abarcando toda la gama de cualificaciones del sector), pero se la tradujo así. También mi nefasta comprensión del inglés de aquellos días confundía engineering con engineer. Efectivamente, nuestros visitantes estudiaban ingeniería, pero no eran ingenieros eran Engineering Technician (Técnicos en Ingeniería, un Grado Superior de FP). Y ellos tan contentos y tan orgullosos. Aquí, a los que no llegan a ingenieros, los dejamos en mecánicos. La magia de las palabras.
El prestigio de un ingeniero se medía y aún se mide a golpe de columna de se solicita en las páginas color salmón de los periódicos más destacados. Seguro que existirá un maxweber hispano que haya teorizado con éxito esa conexión atávica entre nuestra aversión al trabajo manual y su simétrica pleitesía al trabajo intelectual y nuestra psique católico medieval, o similar. El tópico está ahí: este es un país de hidalgos. Como todo en este asunto, el término hidalgo es equívoco. La RAE nos remite por igual a: “De ánimo generoso y noble” que a “Persona que por su sangre es de una clase noble y distinguida”.
Como con frecuencia elegimos la opción de vernos como nación de personas desprendidas y ajenas a lo material más nos valdría recordar que el hidalgo quiere, simplemente, no ser plebeyo. Eludir el trabajo con las manos. La fantástica radiografía que hace de nuestra sociedad Cervantes en El Quijote mantiene su vigor cuatro siglos después. El hidalgo no pretende construir una sociedad en la que todos seamos hidalgos, lo que quiere es que los plebeyos sean otros. En la wiki pueden consultarse los mil modos en que nuestros compatriotas han peleado durante siglos por obtener su label de hidalguía; así, teníamos hidalgos de sangre, de privilegio, de ejecutoria, de solar conocido, de cuatro costados, de gotera o, incluso, de bragueta.
A falta de revolución francesa, hemos construido este país sin aceptar el nuevo dogma que se imponía y enriquecía a occidente: “Todos somos plebeyos, nuestra condición estará en nuestro esfuerzo”. No supimos prestigiar, como otros, el cambio de la espada por el telar mecánico o la máquina de vapor. Hemos sido una sociedad dividida a partes iguales entre curas y matacuras, pero en la que curiosamente todos aspiramos a vivir como curas: del libro y del sermón.
La nueva hidalguía ha consistido durante los últimos decenios de expansión en ir a la Universidad. En muchos casos, una hidalguía de bajo coste, de bragueta. La universidad española es casi gratuita (la matrícula cuesta un 17% del coste real de los estudios) y ampliamente subvencionada con becas y ayudas que llegan a muchos que no las necesitan. El clima de trabajo y exigencia es mejorable: la primera universidad española está en el puesto 110 y la de La Laguna en el 797. Nuestro alumnado tarda un promedio de dos años más en terminar su carrera y el 30% abandona tras dos años de estancia. Eso sí, con hidalguía: de espaldas al mundo del trabajo. Raro es el caso en el que el alumnado puede realizar prácticas en empresas o conocer de cerca, al menos, el mercado laboral en el que -inexorablemente- deberá insertarse. Cuentan que Bolonia cambiará el panorama, pero a día de hoy todo parecen resistencias.
Nos han engañado, me cuenta mi sobrina en una tarde de domingo. Roza la treintena y comenta amargamente que nadie en su entorno de clases medias consintió en permitirle cualquier otra opción que no fuera la universitaria. Ese era el camino seguro del éxito y la prosperidad. Hoy, tras cinco años de mileurismo y precariedad, no lo ve tan claro. El subempleo crece entre esos titulados universitarios que se han dotado de titulaciones sobreabundantes y en muchos casos simplemente desconectadas del mercado laboral. El mercado no les valora (les paga mal) o directamente no dispone de un puesto en el que su conocimiento sea de utilidad (les ofrece trabajos de menor cualificación).
Intento convencerla -y convencerme- de que no la engañábamos, que vivimos atrapados en el mito de una arcadia feliz en la que todos seríamos hidalgos. Que ese discurso lo construimos aquellas primeras generaciones masivas de titulados universitarios que nos incorporábamos (sin saber hacer nada en concreto) a la nueva economía de la Transición, que encontrábamos trabajo rápidamente, que entramos con facilidad, incluso con mucha facilidad, en la función pública o con el mismo desparpajo subimos con pié firme en la empresa privada, los de los cuarenta y cinco días por año trabajado, los que ya se han jubilado a los cincuenta y siete. Los que no sabemos inglés, no tenemos máster pero estamos bien situados y deaquínonosmuevenadie y vemos como nuestros hijos no van a poder tener lo mismo y tendrán -por primera vez en la historia- peores pensiones que nosotros para poder pagar nuestras prejubilaciones doradas. Los que andamos disparando a cualquiera que se mueva, especialmente hacia arriba, para intentar no fijar el punto de mira en nosotros mismos: los verdaderos beneficiarios de este Estado del Bienestar insostenible. Los que nos mostramos incapaces de concebir un nuevo acuerdo social que, sin mirar a un pasado que no volverá, alivie el futuro.
¿Brotes verdes? Conozco de primera mano los pormenores de la titulación de Grado Superior de FP en Eficiencia Energética que ofrecen el IES San Matías y el IES Villa de Agüimes. La proporción de solicitudes por plaza es de seis a uno, las notas de corte para acceder no tienen nada que envidiar a las de una ingeniería universitaria, los nuevos Técnicos Superiores de la primera Promoción de este Título que acaban de incorporarse al mercado de trabajo podrían haber optado por la Universidad pero eligieron la Formación Profesional, algunos podían haber hecho sus prácticas en empresa de Tenerife, pero eligieron ir a La Palma, Sevilla o Berlín (Alemania), incluso alguno ha recibido ofertas de trabajo, pero ha preferido seguir formándose. Forman parte de una minoría aún de jóvenes bien preparados que no miran con nostalgia a las legiones de hidalgos universitarios a la par lastimosos y empobrecidos que lastran nuestro futuro, son los plebeyos emprendedores y sin complejos que han construido las naciones más prósperas del planeta. No son mecánicos, sino que son nuestros Engineering Technician.
La reciente Ley 2/2011 de Economía Sostenible plantea un importante paquete de medidas para mejorar el tránsito hacia la FP, desde ésta a la Universidad y viceversa. Ojalá sea el germen de verdaderos itinerarios formativos, en el que todas las cualificaciones, desde las más básicas hasta las de excelencia (que arriba y abajo previsiblemente van a seguir existiendo), estén plebeyamente vinculadas al mundo del trabajo.