El último oso panda

“En 2043 desaparecerán los periódicos impresos en el planeta porque no habrá lectores que los compren”. No es un comentario de barra de bar de un advenedizo. La predicción pertenece a Juan Luis Cebrián, presidente de El País, uno de los mejores diarios del mundo. La frase la pronunció en mayo de 2010 en la gala de los XXVII Premios Ortega y Gasset de Periodismo y entonces me pareció que Cebrián ejercía de profeta del pesimismo. Ahora creo que pecó de optimista.

Soy lector de periódicos desde hace más de cuarenta años y nunca pensé que fuera a ver el final de la prensa tradicional. Hoy tengo la certeza de que ese final llegará pronto, quizás antes del año 2043. Y que en el mundo occidental, en el que incluyo a España y a Canarias, ese final llegará aún más pronto. Eso sí, creo que el proceso será inverso al que anuncia Cebrián: los periódicos morirán antes que los lectores. Como murió el vinilo antes que los oyentes de música en tocadiscos, como murió el VHS antes que los espectadores de películas de vídeo…

La experiencia nos demuestra que nadie le gana una guerra a las leyes del mercado. Como mucho, alguna batallita, no más. Y que no tiene sentido rebelarse contra el destino. Seguro que en Canarias hay miles de personas con un buen tocadiscos en casa y que prefieren el vinilo a los compact-disc. Pero (casi) no hay discográficas dispuestas a satisfacer su opción. Y tampoco hay videoclubes que alquilen películas en VHS (del Betamax, ni hablamos). Y tras la imposición de las cámaras digitales, cada vez será más difícil revelar un carrete fotográfico. Y…

Es posible que en el año 2043 aún existan lectores de periódicos impresos. Pero es poco probable que queden empresas dispuestas a editar en papel un conjunto de informaciones de actualidad y de opiniones sobre esos hechos para elaborar algo parecido a lo que hoy llamamos periódico. La suerte está echada, sí, pero en este camino hacia ninguna parte hay que lograr que, aunque inevitablemente desaparezcan los periódicos, no lo haga el buen periodismo. Y ese reto está camino de perderse. En España y también en Canarias.

La solución teórica a la crisis de la prensa escrita (en realidad prensa impresa, porque los periódicos digitales también están escritos) parece sencilla: cambiar el formato, sí, pero sin renunciar al buen periodismo y a los buenos periodistas. Se trata de aprovechar las sinergias para apostar por un producto combinado de alta calidad en el que, eso sí, cada vez tendrá más peso Internet con respecto al papel. Pero que ponga en valor a los buenos periodistas, que lo serán tanto si sus informaciones se plasman en el formato tradicional como si circulan en la red.

El objetivo idílico sería una simbiosis entre el papel y el periódico on line, con informaciones complementarias, que no idénticas, y en continua retroalimentación. Y con profesionales de prestigio (los mismos o diferentes) en ambas cabeceras. Porque hay que recordar que el auge de los periódicos digitales, en Canarias y en España, está ligado a la existencia de ediciones en papel. En las Islas, sólo canariasahora.com figura entre los seis diarios on line más visitados… tras las ediciones digitales de La Provincia, Canarias7, El Día, La Opinión de Tenerife y Diario de Avisos.

Porque Internet, además de un problema para los periódicos en papel, puede ser la solución si las empresas aciertan con una buena receta en el tránsito hacia el periódico digital. Sin embargo, tras dos largas décadas de adaptación y en un momento en el que todas las cabeceras canarias tienen datos oficiales (de la OJD, nada menos) de que el número de usuarios diarios del periódico digital supera al de compradores del periódico de papel… se sigue viendo a Internet como el hermano pobre, al que apenas se dedican un par de redactores y que a veces es un simple resumen del periódico de papel.

No ayuda tampoco a dar su justo valor a Internet el hecho de que los propios redactores aún vean la edición digital como un complemento de la edición impresa. Así, en los diarios canarios aún se ve como normal recabar una información por la mañana y no escribirla hasta después de comer. Con tiempo suficiente para no alterar el horario de cierre de la edición impresa, eso sí, pero sin intentar dar inmediatez al conocimiento de la noticia a través del periódico on line. Y no nos referimos a primicias que puedan ser copiadas, sino a informaciones que también tienen otros medios.

Citemos ejemplos habituales: plenos de ayuntamientos, cabildos o del Parlamento de Canarias, ruedas de prensa, presentaciones, entrenamientos de CD Tenerife y/o UD Las Palmas, inauguraciones oficiales… Son acontecimientos públicos (no una primicia que interese mantener oculta hasta su publicación impresa) que tienen interés para muchos lectores. De su contenido se informará al día siguiente en el periódico, lo que da una medida de su importancia. Sin embargo, no hay prisa alguna por colgar la información en la red porque el periodista, mentalmente, sólo trabaja para la edición en papel.

Cifras preocupantes

Mientras, en pleno proceso de tránsito, los datos asustan. El análisis laboral nos recuerda que en España se han perdido más de 4.000 puestos de trabajo en los medios de comunicación en los tres últimos años y que en Canarias son más de trescientos los periodistas que se han quedado sin empleo. Y que aunque también se han visto afectadas la televisión, la radio, los gabinetes de comunicación, las agencias de noticias o las productoras, la principal sangría ha llegado en los periódicos. Y las condiciones de trabajo de los que mantienen el curro no son óptimas, obviamente.

En estos tres años de crisis, incluso hubo un periódico, La Gaceta de Canarias, que se vio condenado al cierre. Antes, hay que recordarlo, Jornada Deportiva y Diario de Las Palmas se integraron en sus hermanos mayores: El Día y La Provincia. Pero ello no ha detenido ni la merma de puestos de trabajo… ni la de lectores. En 2010, la difusión de los cinco periódicos que se editan en Canarias alcanzó los 77.740 ejemplares, prácticamente la mitad de los que se vendían en 1993… cuando la población ha crecido casi un cuarenta por ciento en este período.

De hecho, si nos limitamos a los tres últimos años (2007-2010), en los que se ha hecho más patente la crisis económica, la difusión de la prensa regional ha caído un 24,46% en el Archipiélago. En este período, y en este caso a nivel nacional (aunque, seguro, los datos son extrapolables a Canarias), la publicidad en los diarios impresos ha caído un 40,65%, mientras ese mismo capítulo crecía un 63,66% en los medios digitales. Eso sí, sin que en términos absolutos este crecimiento en la red (307 millones de euros) compense las pérdidas (770 millones de euros) de los diarios tradicionales.

Y todo ello, mientras los cinco periódicos canarios que aún sobreviven en los kioscos, tres de ellos centenarios tras la reciente incorporación a este club de El Día y La Provincia, mejoran su calidad y no dejan de intentar innovaciones (no siempre con acierto, pero sí con criterio y buenas intenciones) y de apostar por elementos diferenciadores del periodismo en papel: nuevos diseños, más reportajes y entrevistas, algo de investigación, más y mejor opinión (o diferente, al menos), algún suplemento de producción propia… Pero lectores hay cada vez menos. Y más viejos.

De los datos anteriores se deduce que la prensa escrita no tiene un gran futuro en el planeta y menos aún en el mundo occidental. Y que, en todo caso, morirán antes los diarios regionales (o insulares, en el caso de Canarias) que los gigantes nacionales, cuya pérdida de lectores es mucho más moderada en estos tiempos de crisis. Ante este inevitable destino, la edición digital podría ser una aceptable solución en el futuro para los periódicos regionales, que ya tienen un prestigio ganado en su edición en papel, un nombre sobre el que apoyarse, unos lectores-seguidores consolidados…

Pero Internet no es aún esa solución mágica porque publicitariamente no compensa las pérdidas del hermano mayor, porque muchos empresarios periodísticos (veinte años después de que la prensa on line diera sus primeros pasos) siguen sin entender su trascendencia, porque los intentos para que algunos contenidos sean de pago han encontrado la resistencia de unos jóvenes acostumbrados al gratis total… o, sobre todo, porque se sigue apostando por los recortes en capital humano cuando ése es el único factor que puede diferenciarles de los subproductos que inundan la red.

Algunas soluciones

Por el camino se atisban algunas soluciones. La primera sería admitir alguna evidencia que, parece, aún no se ha asumido: el periódico dejó hace tiempo de ser el principal sistema de transmisión de las noticias. Por eso, su misión debe enfocarse más hacia el periodismo de investigación (que lamentablemente es caro y no garantiza siempre los resultados esperados) y hacia la formación de la opinión pública mediante análisis, comentarios, debates… y opinión. Y por ahí, con el prestigio ganado durante años (o siglos), sí puede superar la eclosión de confidenciales, blogs, tweeters…

Junto al papel e Internet surgen nuevos soportes para el periódico. Uno de ellos es el experimento Orbyt, aplicado con éxito en España por las principales cabeceras de Unidad Editorial (Marca, El Mundo…). El lector puede disponer desde primera hora del periódico en papel, con idéntica estructura y los mismos contenidos del que se vende en la calle, para leerlo en su tableta digital o en su ordenador, pero a menor precio. Eso sí, todo el dinero va para el editor, quien no sólo se ahorra el coste del papel, sino los céntimos que se llevan el dueño del kiosco, el distribuidor…

Y aunque ahora Orbyt nos parezca casi ciencia ficción, es probable que en un par de años sea desplazado por otro sistema que nos permita seguir leyendo el periódico, pero aún con más calidad, comodidad y sencillez en algún soporte que ahora ni siquiera imaginamos que se pueda inventar. El propio Juan Luis Cebrián da algunas pistas y recalca que “si quieren pervivir, los periódicos tienen que cambiar su naturaleza, su modelo productivo, su mirada sobre los acontecimientos y sobre sí mismos”. Ojalá lo hagan, porque su existencia es vital para la democracia.

Durante dos siglos, los periódicos han sido vitales en España para controlar las naturales tendencias absolutistas del gobierno (o el monarca) de turno. Y no parece que la cada vez más desprestigiada televisión, la radio o un Internet que no cuente con el respaldo del prestigio de una cabecera periodística puedan ejercer ese control indispensable sobre el poder. El destino parece escrito, sin duda, pero la supervivencia de la esencia democrática invita a considerar a los periódicos como una especie protegida. Como si fueran el último oso panda.

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