La diosa de la justicia, en los tiempos que corren, va a tener que apretarse aun más la venda que siempre aparece en sus ojos, para no tener que contemplar los acontecimientos futuros que se avecinan para su reino judicial. Mejor será que no mire o que mire hacia otro lado, cuando le digan que la Oficina Judicial, esa panacea que iba a resolver el caos en el que se encuentra sumido el mundo de la balanza y la equidad, no funciona en ningún sitio de España.
La Oficina Judicial no ha resuelto los problemas judiciales, como se quiso vender, dado que los programas pilotos se han ido todos al traste, al tropezarse con la dura realidad de una abrumadora y elocuente falta de medios y recursos. Está claro que, sin dinero, no hay Secretarios Judiciales; y sin Secretarios no hay Oficina Judicial; y sin Oficina Judicial, ¿quién desarrolla la implantación de la Reforma procesal?
Seguimos cometiendo el mismo error: se sigue tratando a la Justicia como algo residual, secundario, sin tener en cuenta que casi todos los asuntos de la vida cotidiana tienen, en algún momento, un encuentro con un trámite judicial. La cuestión es clara, señores, y no hace falta ser un iluminado para darse cuenta, solo tener dos dedos de frente y algo de sentido común. Y sobre todo, conocer la realidad diaria a la que nos enfrentamos en los juzgados cada día todos y cada uno de nosotros: profesionales y justiciables.
Ya no basta con maquillajes y la solución más efectiva pasa por cambiar el sistema, que en las actuales circunstancias no es operativo. Es preciso empezar a darle a la Justicia la importancia que se merece en el contexto nacional, tratándolo como un problema de Estado que afecta a un importante porcentaje de nuestra población y que incide directamente en escala de otras economías, afrontándolo de manera enérgica y sin apagafuegos estériles, que solo nos llevan al callejón sin salida en el que nos encontramos.
Si queremos este sistema soñado, informatizado, tecnológico, ágil, eficaz y moderno necesitamos, fundamentalmente, dinero. Y de eso no hay. No había ya para el año 2010 y mucho menos habrá para el 2011, con ese tijeretazo que nuestro Ministerio de Justicia acaba de anunciar, de nada menos el 50% del presupuesto destinado a la modernización tecnológica de la justicia. Pero claro, para el 2011 se encuentran dotadas las partidas para cubrir las nuevas plazas de jueces y fiscales. Y volvemos al inicio de la cuestión, al problema de fondo.
Volvemos, en definitiva, a una gestión ineficaz e ineficiente, a un personal sin medios, ni herramientas tecnológicas y teniendo que soportar la misma carga de trabajo que se irá acumulando sin remedio. Porque si llegamos a la conclusión de que el problema es de dinero, también debemos concluir que es un problema de organización. Nuestra Justicia necesita que alguien tenga el suficiente interés de sentarse a resolver el problema de raíz, y no a base de parches y remiendos que solo nos llevan a este laberinto, del que corremos el riesgo de no poder salir.
Dicen los expertos que el primer paso para resolver un problema es asumir que existe el problema. Tal vez ese sea el error principal. Buscamos soluciones pero sin identificar para qué exactamente. Los funcionarios reclaman medios, otros, más personal; y aquí cada uno hace la guerra por su lado para resolver su problema que no el problema de la Justicia. Si seguimos por este peligroso camino, no tengamos la esperanza de que el patito feo se convierta de mayor en un elegante y fastuoso cisne. Seguiremos siendo un pato feo, viejo, lisiado y achacoso.