Hace ahora tres años, recién estrenada la radio autonómica, propuse a su director que incluyera en la parrilla un programa semanal sobre Igualdad. De esa petición nació el espacio Puntos de Luz, que conduzco cada jueves junto a Kiko Barroso, de cuyo magazine Roscas y cotufas forma parte. La creación de este espacio es fruto de una carencia, una necesidad y un empeño personal. Y del convencimiento de que los medios deben ser un agente de cambio social.
“Los medios de comunicación social de titularidad pública velarán por la transmisión de una imagen igualitaria, plural y no estereotipada de mujeres y hombres en la sociedad, y promoverán el conocimiento y la difusión del principio de igualdad entre mujeres y hombres”
(Art. 36 LO 3/2007 para la igualdad efectiva de hombres y mujeres).
La propuesta de crear ese espacio que ahora se llama Puntos de luz nacía de la constatación de una carencia en las ondas: la ausencia en la oferta radiofónica regional de un formato especializado en todo lo relativo a los derechos de las mujeres, su ejercicio en la práctica y su lucha histórica por alcanzarlos. También de una necesidad, la de hacer llegar a la sociedad, mujeres y hombres, que informar sobre Igualdad, hablar sobre los múltiples aspectos y realidades ligados a este derecho constitucional, lejos de ser una obligación para los medios, puede convertirse en un haber en su cuenta de resultados. Máxime si se trata de medios públicos, que tienen como razón de ser el servicio a la ciudadanía y la inclusión en sus contenidos de temas que poco o ningún asiento tendrían en medios privados, tan condicionados hoy en día por los datos de audiencia. Surgía asimismo de un empeño personal: el de convencer a los usuarios (lectores, internautas, oyentes, espectadores) de que los temas de mujeres ni son un rollo, ni son cosa de mujeres, ni de feministas radicales. Muy al contrario: pueden resultar muy interesantes, pues en realidad nos afectan más de lo que podamos pensar. Atañen directa y personalmente a cualquiera que esté seriamente comprometido con la mejora de la sociedad y con la defensa cotidiana de los derechos humanos.
Hablar de Igualdad es visibilizar y denunciar la violencia machista, sí. Pero también lo es plantear que hay mejores modos de trabajar, con horarios más racionales, que no perjudican a nadie y favorecen a las hasta ahora triplecargadísimas mujeres. Es denunciar que ser mujer -y particularmente, la posibilidad de la maternidad- sigue discriminando en el acceso al mercado laboral y/o a la promoción profesional, sí. Pero también lo es que existen nuevos modelos de masculinidad, que abren a los hombres mundos ni imaginados en el aprendizaje y la gestión de las emociones (http://www.ahige.org/ahige_canarias_contacto.html) con implicaciones positivas en el desempeño laboral. Es denunciar la utilización comercial del cuerpo femenino como herramienta para el placer masculino, sí. Más denigrante aún si se trata de menores o de personas explotadas contra su voluntad. Pero también lo es explicar la relación entre una sociedad cada vez más neurotizada y el escaso tiempo que los progenitores dedican a su prole, por unos horarios absurdos y unos modelos obsoletos de desempeño laboral que valoran más la presencia en la oficina que la productividad real. Es servir de altavoz a violaciones flagrantes de derechos como los feminicidios de Ciudad Juárez, sí, pero es también dar voz a la labor que asociaciones (nuestra canaria Mercedes Machado, la mexicana Nuestras hijas de regreso a casa) y artistas realizan para que tales crímenes no queden impunes.
Incluir de forma habitual la Igualdad en los contenidos mediáticos es también sacar a la luz realidades más amables, ésas que cada semana cuentan, entre otras, publicaciones como YoDona o Mujeresycia. Relatos, vivencias, proyectos e iniciativas de empresarias, científicas, cineastas, artistas, escritoras, activistas, diplomáticas, deportistas… Mujeres, en fin, que tienen mucho que decir, que desarrollan una intensa actividad y que destacan, y mucho, en sus ámbitos de actuación. ¿Por qué los medios generalistas se hacen tan poco eco de ellas? ¿Por qué no cerramos de una vez puertas y pantallas a la inmundicia, ésa que atrae tanta audiencia pero no nos hace mejores personas ni contribuye a crear ciudadanos más sabios, solidarios, comprometidos, mental y físicamente sanos, felices?
Porque no se hacen eco. El año pasado, las conclusiones del Informe Global Media Monitoring Project, de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), constataron lo que investigaciones nacionales e internacionales de hace dos décadas ya advertían: las mujeres están todavía muy poco representadas. Y cuando lo están, es en el rol de víctima (de violencia de género, de conflictos armados). Algunos datos: sólo el 24% de las personas que aparecen en las noticias son mujeres, el 46% de las informaciones refuerzan los estereotipos de género y únicamente es mujer una de cada cinco personas expertas que comentan la noticia. El estudio, que analizó informaciones de medios de 108 países en distintos soportes, subrayaba que la edad de ellas se menciona el doble de veces que la de ellos y su situación familiar casi cuatro veces más. Cuando hizo público el documento, el secretario general de la FIP, Aidan White, declaró que “el sesgo en la representación de mujeres y hombres en el contenido de las noticias tiene un impacto negativo en la percepción pública sobre los roles de género en la sociedad”. Y no se contuvo al afirmar que los medios “están fallando a la hora de retratar a más de la mitad de la población mundial”.
Hace ya más de una década, trajinando yo por tierras castellanas, me propusieron impartir una conferencia sobre La diferencia de género en el desarrollo profesional del periodismo. Si tuviera que prepararla hoy, las conclusiones no variarían sustancialmente. Si periodismo es precariedad laboral para los hombres, lo es por partida doble para las mujeres. Si es sueldos misérrimos para ellos, más para ellas. Si es dificultad para acceder a los puestos de poder, mucho más para ellas, quienes además, insisto, cargan con la posibilidad de la maternidad. La feminización de las facultades universitarias, y en consecuencia de las redacciones, no se traduce en una lógica presencia en puestos directivos, por lo que el techo de cristal sigue impidiendo el acceso a las esferas donde se hace la selección informativa y se decide qué va en el boleto, qué en el informativo de la tele, qué se publica al día siguiente, qué es noticia y qué no merece tal consideración y, por ende, se hurta al público conocimiento.
Y también explicaría cómo la maternidad discrimina y ralentiza (cuando no aborta directamente) muchas carreras profesionales que podrían ser brillantes si se cambiaran los roles establecidos para varones y féminas. Que a día de hoy siguen estando ahí, pesados, plúmbeos. Que lastran, y mucho, las legítimas aspiraciones de muchas mujeres. El Plan B, como se imaginan y contaban muchas de las entrevistadas para las investigaciones que consulté, es renunciar a la vida personal y, especialmente, a la maternidad. No estoy diciendo aquí que todas las periodistas quieran ser madres. Pero convendrán conmigo que aquellas que quieran serlo y además ocupar un cargo directivo deberían poder hacerlo. El Estado, el tejido empresarial, debería tejer la urdimbre que lo hiciera posible. Porque en países como Noruega, esta foto existe. Y si existe, es que es posible. Y si es posible, ¿por qué no lo hacemos?
Consciente de que aún queda mucha tarea por delante en todos los ámbitos, registramos hace escasos meses Comunicadores de Canarias por la Igualdad (CoCaI), una entidad sin ánimo de lucro que se propone… ¡tantas cosas! Una de ellas, inspirar la reflexión de quienes trabajan en el sector de la comunicación (impresa, audiovisual, online… así como periodistas, agencias, creativos, clientes, ilustradores, bloggers…) para retomar la conciencia de la función socializadora que ejercemos con nuestro trabajo y apostar por nuevos formatos y contenidos. Hay muchas historias de mujeres -también, aunque todavía las menos, de hombres igualitarios- que merecen ser contadas, porque dan que pensar, porque existe una cosa llamada derecho de la ciudadanía a la información, a cuantos más puntos de vista, mejor; a la mayor parte de la realidad, no a una parte pequeñita y sesgada, porque hay ángulos, enfoques, que nunca son visibles en los contenidos mediáticos, porque hay intereses creados; porque nos merecemos otra sociedad -otra
televisión, ¡por favor!- y sobre todo, porque los medios pueden ser un poderoso agente de cambio social, si quienes los dirigen (hombres, mujeres) y el equipo humano que los hace (hombres, mujeres) apuestan a diario por la profesionalidad y por la justicia. Y la Igualdad es de justicia.
En esta tarea se hace imprescindible la formación en Igualdad de los comunicadores, los que están ejerciendo y los que se preparan en las Facultades. Y a ello dedicará también su atención y su esfuerzo CoCaI. Al final, todo es una cuestión de conocimiento, o de desconocimiento. Y conocer es implicarse. Porque el saber impele a la acción. Y concluyo haciendo referencia al papel desempeñado en esta reivindicación por el movimiento feminista. A falta de más espacio les recomiendo Pongamos las agendas en hora, de Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política (http://www.fundacioncarolina.es/es-ES/publicaciones/documentostrabajo/Documents/DT14b.pdf).