Que las cuestiones ortográficas interesan a los profesionales de la comunicación es una realidad incuestionable: como norma general, los periodistas se preocupan de la corrección en este nivel lingüístico y suelen estar al día de las novedades que se producen. Y expectantes estaban antes de la aprobación del nuevo texto de la Ortografía de la lengua española (Madrid, Espasa, 2010), de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española.
En las vísperas de la aprobación de la nueva Ortografía de la lengua española ya se venía hablando en los distintos medios de comunicación de los posibles cambios normativos que iban a producirse. En unos casos bajo el formato de la noticia, algún que otro reportaje y muchos artículos de opinión, algunos muy bien fundamentados y otros elaborados con la osadía de la que hacen gala con harta frecuencia los ignorantes. Como este, que desde la tribuna de un periódico de ámbito nacional, con tono alegre, algo ofensivo y errores de concordancia, concluía de esta manera: “Parece que la Real Academia quiere ponerlo todo facilito, para que no la acusen de facha. A «truhán», sin que se sepa por qué, le quitan el acento. Como se lo quitan a «guión». ¿Qué daño hacían esos acentos, a quién molestaban? Hasta el nombre a las letras les [sic] cambian, para hacerlo más moderno. La i griega, cuyo solo nombre evocaba las raíces de nuestra cultura, ya no se llamará así: ahora es la «ye». ¿Un homenaje a Asturias, patria querida? ¿O un homenaje a Concha Velasco, en el difícil trance de la muerte de Paco Marsó? ¡Qué yeyé, llamarle «ye» a la i griega! Cuando escuche el mote de «ye» que le han puesto a la i griega, creeré que estoy oyendo a la plaza de toros de Pamplona, cantando por los sanfermines como la Velasco: «Que sea una chica, una chica yeyé». O a lo mejor lo de «ye» es inglés con falta británica de ortografía. Yes”.
Reproduzco el párrafo final del poco acertado artículo porque en él están reflejados algunos de los tópicos que circulan acerca de la lengua y del proceder de la Real Academia Española. Ni la lengua es inmutable ni los académicos actúan de manera irracional dictando normas porque sí. Y como la lengua cambia, pues es un sistema semiótico -como se sabe- inestable, vivo y dinámico (las únicas estables son las lenguas muertas), lógico es pensar que puedan cambiar las normas que, por consenso y por razones de eficacia comunicativa, nos damos los propios usuarios del idioma, normas que se encauzan a través de instituciones representativas, como la Real Academia Española y las Academias de la Lengua Española en el caso concreto de nuestro idioma.
No quiero dar a entender con los anteriores argumentos que debamos acatar sin discusión toda normativa, pues la Academia no obliga, sino que recomienda, aunque eso sí, hoy sus recomendaciones léxicas, gramaticales y ortográficas son el resultado del exhaustivo análisis de las manifestaciones lingüísticas de la mayoría de los hablantes y de las valoraciones, muchas veces subjetivas, sobre la idoneidad o adecuación a distintas situaciones de los usos propuestos. Quiero decir que sí se sabe por qué se le quita la tilde a truhan o a guion, por qué se propone la denominación ye para la letra i griega o por qué los sustantivos que designan títulos nobiliarios, dignidades y cargos o empleos de cualquier rango deben escribirse con minúscula inicial, tanto si se trata de usos genéricos como si se trata de menciones referidas a una persona concreta, frente a la discrecionalidad de las normas anteriores.
Las razones, como podrá suponerse, se basan en la extensión de los usos (considérese que al menos el noventa por cierto se localizan en el español americano) y que entre las fuentes principales se encuentran los medios de comunicación (prensa, radio, televisión e Internet), que son los que, sin lugar a dudas, representan mejor el presente de la lengua e indican los derroteros por donde discurrirá su futuro. Así pues, si las academias han realizado nuevas propuestas de normalización ortográfica es porque tal demanda estaba implícita en esos usos extendidos y consagrados. Bien es verdad que en los medios de comunicación pueden encontrarse malos ejemplos, contrarios a las normas propuestas, y bueno será que continuemos en el empeño por mejorar la expresión, no solo como garantía de la corrección y precisión de los mensajes, sino por su enorme capacidad divulgadora.
Los medios, hoy, sin lugar a dudas, constituyen la mejor garantía de la unidad y cohesión del idioma, y bueno será que sus profesionales actúen con la responsabilidad lingüística requerida. En nada contribuyen a conseguir los objetivos esperados el descuido o la desinformación de quien escribe hoya por olla (“Amaral pide que el estadio sea hoy una hoya a presión”), fraticida por fratricida ( “la modernidad frustrada por la violencia fraticida”), tranfugismo por tranfuguismo (“todos los partidos contra el tranfugismo”), concenso por consenso (“hay que lograr el concenso en el sistema de autonomías”), ha comentar por a comentar (“Don X pasó ha comentar con algunos subordinados…”), o presignar por persignar (“X, que se presigna por una clase política,…”), por poner sólo unos pocos ejemplos recientes extraídos de medios nacionales y locales.
Es verdad que tales dislates ortográficos -por lo menos estos- no implican cambios en los contenidos de los mensajes. Es verdad que con frecuencia se cargan las tintas en estas cuestiones que muchos consideran externas y secundarias del conocimiento del idioma. Es verdad, incluso, que no serían disparatadas propuestas de simplificación de la ortografía: “Jubilemos la ortografía”, proponía García Márquez en su discurso de inauguración del Congreso de Zacatecas en abril de 1997, “terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”.
Las normas, una necesidad
Pero lo cierto es que nadie lo secundó en esta propuesta, ni él mismo actuó en consecuencia cuando meses después publicaba una nueva novela, escrita con correcta y modélica ortografía académica. Porque la lengua no sólo es un sistema semiótico -que no es poco-, sino además un patrimonio cultural, quizá nuestro más preciado patrimonio cultural; y sólo esta última consideración me exime de mayores explicaciones en favor de la defensa de atenerse a una normativa -lógica, en la medida de lo posible, y consensuada- que no solo garantice la correcta comunicación escrita, sino que, además, sea reflejo de nuestra cultura y de nuestra milenaria tradición. Por estas razones, aun manteniendo divergencias con las normas aprobadas, pero consciente de las dificultades que entraña el tener que elaborar reglas conjugando criterios tan dispares de utilidad y tradición, propongo que se reciban y se acepten las nuevas normas como una contribución individual al magno proyecto panhispánico e internacional que es nuestro idioma.
Sobre todo, cuando, desde la perspectiva lingüística hay que reconocer que esta nueva Ortografía de la lengua española -aunque esperamos una versión adaptada a la comprensión y a las necesidades de otros usuarios- es, sin duda, más sólida, exhaustiva, razonada y moderna. En cualquier caso, aunque la extensión del texto pueda indicar lo contrario, no son tantos los cambios que se proponen, y que, procurando adaptarme a las limitaciones espaciales de este artículo, voy a exponer de forma resumida en los siguientes puntos:
- Aparte de las denominaciones de las letras, cuestión de menor importancia, si bien muchos comentarios periodísticos se han centrado en este aspecto (be o be corta, i griega o ye), lo más sobresaliente en este nivel grafemático es la desaparición de la posibilidad de que la grafía q mantenga su independencia como letra, como la tenía en algunos casos (quásar, quórum), y de que las palabras que hasta ahora la tenían con ese valor pasen a escribirse con c: cuásar, cuórum, por ejemplo.
- En lo relativo a la acentuación, destaca la consideración de diptongos ortográficos de secuencias como io, ua, ie, si el acento no recae en la vocal cerrada; así, no llevará acento gráfico o tilde guion, truhan, Sion, rio, lie, riais (si lo llevarían río, púa, líe); norma que, conviene recordarlo, tiene carácter obligatorio. En cierto modo se aplica el mismo criterio que ya afectaba al grupo vocálico ui, que se puede pronunciar como diptongo (je.sui.ta) o como hiato (je.su.i.ta); hay que considerar también a efectos de acentuación como un diptongo, por lo que solo habrá de acentuarse cuando lo exijan las reglas generales: construido, no construído.
- También tiene carácter obligatorio la regla que prescribe la desaparición de la tilde en la conjunción o cuando se escribe entre cifras (2 o 3 días).
- La que afecta a la supresión de la tilde en el adverbio solo y en los pronombres demostrativos (este, ese, aquel,…) es potestativa [por ejemplo, “es vegetariano y sólo come verduras / solo como verduras”; “no me des ése, quiero aquél / no me des ese, quiero aquel”], incluso en los casos de posible ambigüedad, pues tal anfibología es muy rara y fácilmente resoluble por el contexto.
- El prefijo ex, que antes se escribía separadamente, se une ahora al sustantivo, siguiendo la norma de los restantes prefijos (exministro, exnovio), excepto en los casos en que acompañe a una expresión pluriverbal (ex primer ministro, ex alto cargo).
- Frente a la escasez de normas en textos anteriores, en esta nueva edición de la Ortografía se le dedica un amplio capítulo, el IV, al uso de mayúsculas y minúsculas. Destaca la regla que lo regula en los sustantivos que designan títulos nobiliarios, dignidades y cargos o empleos de cualquier rango (ya sean civiles, militares, religiosos, públicos o privados): deben escribirse con minúscula inicial por su condición de nombres comunes, tanto si se trata de usos genéricos (El rey reina, pero no gobierna; el papa es la máxima jerarquía del catolicismo), como si se trata de menciones referidas a una persona concreta (la reina inaugurará la nueva biblioteca; El presidente del Gobierno acudió a la recepción ofrecida por el embajador). Y subraya: “Aunque por razones de solemnidad y respeto, se acostumbra a escribir con mayúscula inicial los nombres que designan cargos o títulos de cierta categoría en textos jurídicos, administrativos o protocolarios, así como en el encabezamiento de las cartas dirigidas a las personas que los ocupan u ostentan, se recomienda acomodarlos a la norma general y escribirlos con minúscula.
- Por supuesto, en el texto se explican los criterios lingüísticos seguidos para la adopción de las decisiones que han dado lugar a estos pocos cambios normativos. Hay numerosas aclaraciones sobre abreviaturas y siglas, sobre los numerales y otras tantas cuestiones de gran utilidad; aunque, repito, el texto puede presentar alguna complejidad para muchos usuarios y se echa en falta un índice onomástico que facilite la localización de cuestiones muy concretas y así evitar tener que leer en toda su extensión e innecesariamente amplios epígrafes para poder resolver una pequeña duda. En cualquier caso, aunque siempre mejorable, estimo que la nueva Ortografía es oportuna, que se han sabido conjugar muy bien criterios tan dispares como el respeto a la etimología, la efectividad en la comunicación y la lógica lingüística, y que, en consecuencia, deberían conocerla bien y aplicarla todos los profesionales de la comunicación.
Los periodistas, dada su responsabilidad como divulgadores de la norma idiomática, son hoy, como se ha dicho tantas veces, los verdaderos maestros para el buen uso del idioma, y sería una pena que renunciaran a colaborar con tan elevada misión. Y creo que no lo van a hacer: la aparición de la nueva edición de la Ortografía de la lengua española ha sido noticia, y esto quiere decir que ha merecido la atención de los profesionales de los medios de comunicación, pues, sin duda, sigue vivo el interés por la lengua y por todo lo que ella significa para los que pertenecemos a este extraordinario condominio que ya une a más de cuatrocientos millones de personas.
La acentuación
En relación con la acentuación, que, según parece, es el aspecto que más dudas ha suscitado, todo puede resumirse en lo siguiente:
a) Se elimina la opcionalidad permitida por la Ortografía de 1999 en el caso de los monosílabos con diptongo ortográfico del tipo guion, ion, muon, pion, prion, ruan y truhan; de ciertos nombres propios, como Ruan y Sion, así como algunas formas verbales de criar, fiar, fluir, freír, guiar, liar, piar. Esta opcionalidad representaba una incómoda contradicción que ahora se intenta solucionar.
b) Se elimina la obligatoriedad de tildar en casos de posible ambigüedad las formas no neutras de los pronombres demostrativos así como la del adverbio solo. Tal anfibología es muy rara y fácilmente resoluble por el contexto.