Un Carnaval ni fú-ni fá

El Carnaval 2011 pasará a la historia como la primera edición en la que la fiesta salió a la calle sin el padre de las murgas de Canarias, Enrique González Bethencourt. El director y fundador de la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá falleció el 13 de mayo de 2010 después de una década y media de afecciones. El Carnaval despedía así al director de la Fufa y nacía la leyenda del maestro, a quien se dedicaría esta edición de los actos de la máscara.

Santa Cruz de Tenerife despidió en 2010 a uno de los personajes que, medio siglo antes, había sido promotor del nacimiento de las Fiestas de Invierno en 1961, junto al gobernador civil, Manuel Ballesteros Gabrois; el delegado de Información y Turismo y jefe del movimiento, Opelio Rodríguez Peña; y el obispo de la Diócesis de Tenerife, Domingo Pérez Cáceres. Pero 2011 no sólo será un Carnaval Ni Fú-Ni Fá por la ausencia del director y la dedicación de la gala a Enrique González, sino por el protagonismo que cobran las murgas, que de forma inédita llegan a celebrar su gran final en el estadio Heliodoro Rodríguez López, haciendo realidad el sueño, o el capricho, del subdirector-gerente de Fiestas, Pedro Mengíbar en su segundo y tal vez último año en este cargo, no en balde con la finalización del Carnaval 2011 llegaron las elecciones municipales y la renovación de los cargos directivos.

La final en el estadio fue el principal y único aliciente del Carnaval, pues permitiría dar respuesta a una pregunta histórica: ¿Llenarían las murgas el Heliodoro Rodríguez López? Aún subiendo las entradas, a pesar de casi duplicar el aforo, el género rey de la fiesta reunió a 19.000 personas en la bombonera chicharrera. El poder de convocatoria estuvo demostrado, casi tanto como la falta de calidad del sonido que potenció que las aficiones de las ocho protagonistas de la fiesta de la crítica fueran allí, escucharan a su murga… y abandonaran el estadio. El verdadero ganador de la final de murgas 2011 fue el gerente de Fiestas, que cumplió su sueño de llevar a los grupos críticos en los que participó, más allá de que Diablos Locos se alzara con el primer premio de Interpretación, seguidos de La Traviata y Bambones. En Presentación ganaron Hechizadas, seguidos de Ni Pico-Ni Corto y Mamelucos.

La final de murgas de Santa Cruz de Tenerife contó con la participación de Bambones, Triqui-Traques, Mamelucos, La Traviata, Diablos Locos, Ni Pico-Ni Corto, Tiralenguas y Triquikonas. Más allá de que los trónicos se alzaran con el galardón más codiciado por los grupos críticos, Bambones fueron con mucho los mejores, con el repertorio más completo y, sobre todo, con una genial estrofa en su canción de La Bambonera que cambia su sentido según se cante de arriba a abajo o viceversa. Pero el jurado los colocó terceros. Este año el enemigo a batir era Triqui-Traques, que cosechó tres primeros de Interpretación desde 2008 a 2010. Pero los de Lucas Mujica y Lolo Tavío no se complicaron la vida y cuadraron su tema del maniquí. Estuvieron, pero fueron inocuos a la hora del reparto de premios. Si Triqui decepcionó, mayor desencanto supuso escuchar a Ni Pico, pero parecía imposible que la final de murgas se celebrara en el Heliodoro Rodríguez López y los plagiadores del Chileno de Corazón, versión chicharrera, quedaran fuera de esa gran celebración.

Junto a la celebración de la final en el estadio, el concurso más esperado del Carnaval fue más noticia por lo que ocurrió fuera del escenario. Así, antes de que se emitiera un juicio incomprensible, Zeta-Zetas y Diablos Locos protagonizaron un duelo por una de las ocho plazas en la final. Los trónicos de Maxi Carvajal, aunque más flojos que en otras ediciones, se colaron entre los ocho mejores tras poner a prueba el sistema al desafiar a la organización al subir a cantar en la tercera fila con Tomi Carvajal, el hijo del director y nieto del célebre Tom Carby. De haber sido otro componente, u otra murga, la organización no hubiera dudado y la hubiera descalificado, pero, ¿quién se atrevía a tocar a una de las murgas grandes? Al final, fue Zeta-Zetas, que se quedó a las puertas de la final en la novena puntuación y por décimas, la murga que puso los hechos en conocimiento de la organización.

Fiestas intentó rehuir su responsabilidad en la Federación Tinerfeña de Murgas y, después de que Zeta-Zetas acreditara en un vídeo que Tomy Carvajal, siendo menor de edad, incumplía las bases, y por ende Diablos Locos, sólo encontró una base de la deliberación del jurado para permitir una injusticia: “El fallo del jurado es inapelable”. Vale que el comportamiento de Zeta-Zetas es poco murguero y quedaron como “los chivatos de la clase”, pero resultaron mejor parados Diablos que, porque son trónicos, hacen y deshacen abusando de una organización que ha convertido el Carnaval en una fiesta más de Santa Cruz. La solución era muy sencilla. De forma salomónica, Fiestas tendría que haber descalificado a Diablos y no suplir su ausencia en la final. Así, la fiesta de la crítica sólo tendría siete protagonistas y Zeta-Zetas no hubiera visto cumplido su deseo de colarse para demostrar que llevaban una canción inédita que, de haber cantado en la final, tal vez hubieran alterado la configuración final de los premios.

Al término del Carnaval 2011, Diablos Locos anunció su abandono de la Federación Tinerfeña de Murgas por no encontrar el apoyo que algún trónico esperó, más allá de que el director anunciara que era una decisión que ya tenían meditada. A pesar de estar en el siglo XXI, hay cosas que no cambian, como la falta de deportividad de las murgas, que se creen sabedoras para criticar pero reacias a encajar los comentarios que no las favorecen. Para sucesivas ediciones, la organización tendrá que replantearse la final. No se trata de llenar un aforo a reventar. Tal vez es preferible cuidar la expectación, mimar el espectáculo y evitar que las murgas mueran emborrachadas de éxito. Y, salvo un giro espectacular, ese es el camino que le espera al género crítico de la fiesta. Todavía referente único del Carnaval.

Y para bordar el año dedicado a Enrique González, el Carnaval disfrutó también de una gala ni fú-ni fá. Fiel a su estilo, el mayor reto del director santacrucero Sergio García parecía que era incrustar gente sobre el escenario. Con la justificación de que todas las murgas de Canarias se dieran cita en el festival que se celebró en el recinto ferial para rendir homenaje a Enrique González, Sergio García presumió de traer a una pareja de las casi doscientas murgas que existen en el Archipiélago, lo que aderezó con gente que participaba en el Entierro de la Sardina, gente que salió cuando recordó el Coso del martes de Carnaval, gente que dio cuerpo a la Cabalgata anunciadora. Mucha gente pero poca chispa y encanto, hasta el punto de ser vergonzante el momento en el que quiso resucitar al maestro con un truco de magia que corrió a cargo de un mago que, gracias a la amistad con el gerente de Fiestas, parece tan facultado para traer a los Reyes Magos sin helicóptero como para sacar a Enrique González de una urna de cristal.

Con los principales espectáculos del Carnaval heridos de muerte, la fiesta de la máscara padece el mal de la ignorancia, fruto de una organización que políticamente ha estado asignada a tiempo compartido desde hace dos años a un concejal, Norberto Plasencia, que igual ha alternado las mesas de contratación para la adjudicación de obras con la firma de expedientes que, en el caso de Fiestas, le tramitaba su gerente, con excesivas ansias de poder, como lo demostró que se valiera de cualquier medio para llegar a ocupar al mismísimo Juan Viñas. Ante este panorama, el Carnaval se debate entre quedarse en una fiesta de pueblo, ser la muletilla electoral -con la que cada cuatro años parece que los políticos colocan en el kilómetro 0 la historia de la fiesta- o, realmente, cosechar el necesario impulso para no sólo ser un atractivo único Santa Cruz, sino una industria pujante en la maltrecha economía local.

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