La lectura de declaraciones de la presidenta de la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España), Elsa González, tituladas “La ausencia de especialización en la prensa genera desinformación”, reafirma a muchos profesionales y docentes en la idea de que el periodismo especializado tiene que complementar la información de actualidad o generalista que abastece en mayor medida a los medios de comunicación.
Muchas voces coinciden en que cuando se alude a la especialización periodística se está hablando de la gran opción de presente y futuro en la profesión. En esta línea de pensamiento, y continuado con las declaraciones de Elsa González, ésta apela a la visión del periodista especializado como “el experto” que “tiene las claves para destapar aquello que alguien desea mantener oculto”. Resulta lógico y de sentido común suscribir esas declaraciones, aun cuando invite a acoger bajo el mismo paraguas el periodismo especializado y el periodismo de investigación. Es más lo que los acerca que lo que los distancia.
El periodismo especializado y el periodismo de investigación, entendidos según establecen los amplios conocimientos atesorados por la investigación académica de ambas modalidades periodísticas, se alzan como las formas duras, severas y profundas de ejercer la profesión. Exigen una capacitación universitaria que obliga a los profesionales que se inclinan por esta forma de trabajar a prolongar y ampliar su formación de manera permanente. En consecuencia, la Universidad debe responder a esta demanda, pero no de cualquier manera, sino contando con el apoyo e impulso de las empresas informativas.
Tal sinergia da por descontado que los medios informativos demandan, y por tanto emplean, a periodistas especializados y a periodistas de investigación. Pero, ¿es así en los sistemas informativos locales? Surge la duda de si las empresas periodísticas medianas pueden permitirse incorporar este perfil de profesionales a su plantilla, y si sus lectores, telespectadores, oyentes e internautas demandan ambos periodismos; o si, por el contrario, estas formas pausadas de hacer periodismo quedan relegadas a los medios de referencia nacionales e internacionales.
El aspecto salarial suele argüirse como el contratiempo que inclina la balanza hacia las redacciones integradas por licenciados y graduados con los estudios universitarios básicos. La sobrecapacitación —universitarios altamente cualificados con más de una licenciatura o grado y uno o varios posgrados— viene grande al desempeño de las tareas cotidianas de los medios periodísticos locales, por lo general afianzados en ofertas informativas generalistas, nutridas de la actualidad, cercanía e inmediatez. Esta circunstancia genera un fenómeno pernicioso para cierto periodismo y para las sociedades a las que sirven esos medios locales.
El periodismo especializado y el periodismo de investigación remiten, respectivamente, a temas tratados en profundidad y a la denuncia de realidades fuera de las leyes y del bien común, todo ello ofrecido a partir del trabajo periodístico metódico y concienzudo. La situación presente y futura de la profesión periodística pasa por diferenciarse de cualquier sucedáneo vinculado a la difusión de contenidos, sobre todo en Internet. Ni la gran red ni las redes sociales que alberga convertirán nunca a sus usuarios en periodistas, por la simple razón de difundir datos, información y opinión. Es cierto que cualquier persona está en disposición de lanzar a través de Internet cualquier contenido, pero el periodismo va mucho más allá de esa acción.
En Canarias no suelen surgir iniciativas para fomentar la demanda y la oferta de periodismo especializado en los temas clave de la sociedad, desde la salud y la sanidad hasta lo social, la política, la economía y la educación. Se tratan, pero como asuntos de actualidad coyunturales, no como ejes estructurales del mundo actual. Los medios y sus profesionales deben desentrañar estos y otros asuntos mediante un periodismo entendido como una profesión con vocación de servicio al ciudadano individual y a la ciudadanía. El infoentretenimiento y el infosensacionalismo han penetrado el periodismo cotidiano, dulcificándolo o banalizándolo a veces hasta extremos irritantes.
El contrapeso le corresponde ejercerlo al periodismo especializado y al de denuncia; los contenidos con calado y la función de control son la razón de ser de la profesión, si no se quiere sucumbir al entretenimiento insustancial y adormecedor, ni diluirse en la ingente cantidad de información disponible en Internet. En una carrera universitaria y en una profesión etiquetada como de letras, los profesionales deben escapar de esa limitación y saber identificar ámbitos temáticos para la especialización, estén manifestados o latentes en la ciudadanía. Para librarse de esos y otros corsés resulta determinante que la profesión periodística en España termine de superar una idea largamente mantenida en las redacciones de los medios.
Así, se ha venido creyendo que la especialización va de la mano del desempeño laboral durante un periodo de tiempo más o menos prolongado en una sección determinada del medio. Nada más lejos de la realidad. La profesión encuentra la especialización en la vía de la formación universitaria; es la que debe fomentarse y defenderse en la universidad y en las empresas informativas. Más aún cuando queda asumido que la especialización no está reñida con la versatilidad laboral ni con la necesidad de informar de los asuntos de actualidad. Reducir la figura del periodista especializado a la del analista contertuliano frena su afianzamiento en los medios locales.
Durante el periodo de crisis, casi 12.000 periodistas han perdido su puesto de trabajo en España. Un sector empresarial debilitado por el contexto económico nacional e internacional, con la competencia de Internet, el descenso de la publicidad y las flaquezas deontológicas que han relegado el periodismo a cotas de descrédito preocupantes, requiere soluciones inteligentes y duraderas. La gravedad de la situación de la profesión se proyecta de forma inexorable en el grado de democracia de la sociedad. Por ello, la lectura que tiene que hacerse de los últimos años negros del periodismo en España trasciende las claves empresarial, económica, de empleabilidad y estabilidad laboral. Este periodo ominoso deteriora los flujos de información y dañan el sistema fundamental de control de los poderes en los que se sustentan las sociedades libres y democráticas.
La situación de la profesión periodística en un indicador visible del grado de democracia que nos damos. Es una razón poderosa para que cada ciudadano eleve su nivel de exigencia respecto al periodismo que recibe; para que las universidades preparen cada vez mejor a los futuros profesionales, facilitándoles además su formación continuada; para que los empleadores no caigan en la bisoñez de huir de la sobrecapacitación de los periodistas, y para idear estrategias de adecuación en consonancia con los cambios acelerados de la sociedad.
Los últimos informes anuales de la profesión periodística, publicados por la Asociación de la Prensa de Madrid, avalan el panorama desalentador descrito. De la gran cantidad de datos aportados por esos informes, y que radiografían la profesión al detalle, llaman la atención los alusivos a aspectos intangibles. La autoestima, la identidad, la satisfacción y la valoración, entre otros, convierten al colectivo de periodistas en reflejo del conjunto de la sociedad española. La luz roja que alerta del deterioro de la función periodística es una llamada de atención severa ante la que debe reflexionarse.
Los agentes sociales involucrados –asociaciones de la prensa, colegios profesionales, sindicatos, universidades, medios de comunicación y sociedad civil en general- tienen que estar atentos para evitar que los periodos de debilidad económica se utilicen como instrumento para adelgazar el sector informativo y dañar así la función periodística. Dañarla significa atacar la democracia, a la ciudadanía y a las personas.