Calidad periodística y corrección lingüística

No es la primera vez que un alumno, estudiante de Periodismo, argumenta, tras la comprobación de las evidentes deficiencias de su ejercicio que, aunque entendía que era correcta la calificación que había obtenido, consideraba riguroso mi sistema de evaluación: “He venido a estudiar Periodismo”, me dice, “no Filología”. Les digo que no conozco ningún caso de buen periodista con deficiencias lingüísticas flagrantes.

He de aclarar que las preguntas objeto de examen no eran abstrusas cuestiones de lingüística teórica, ni siquiera de fonética o de gramática básica, sino elementales problemas ortográficos (acentuación de diptongos y hiatos, escritura de determinadas secuencias de palabras), cuestiones de índole morfológica (problemas de concordancia, conjugación de verbos irregulares) y otras relacionadas con el léxico (uso inapropiado de determinadas palabras, extranjerismos innecesarios, etc.).

Por supuesto, he tenido que dedicar algún tiempo en explicar a mis críticos pupilos la estrecha relación que existe entre la profesión periodística y la lengua, su herramienta fundamental. Les he dicho que no conozco ningún caso de buen periodista con deficiencias lingüísticas flagrantes; es más, —y a veces me he planteado si me arriesgo demasiado al hacer esta aseveración— de haberse dado la rara circunstancia de que con escaso dominio de la lengua se consiguieran elaborar mensajes de cierto valor periodístico (informativo o de opinión), difícilmente se hubiera sabido, pues muy pocos lectores —u oyentes— les hubieran concedido su atención ni otorgado la más mínima credibilidad. “Ves una errata y ya no te crees el resto. Y ves un error, y el resto te parece garrafal”, son palabras del periodista y escritor Tomás Eloy Martínez extraídas de una entrevista con Juan Cruz (El País, 8-2-2009). En otro momento de la misma entrevista relaciona ética periodística y responsabilidad lingüística: “Si cuidas el lenguaje —afirma—, la ética viene en consonancia, porque la responsabilidad empieza por la herramienta que manejas”. Poco podría añadirse a tan esclarecedora opinión.

Es posible que a alguien pudieran parecerle exageradas estas consideraciones y que no estimara tan grave, desde el punto de vista periodístico, conculcar la norma lingüística; sin embargo, puedo confirmar que es así, pues la lengua, además de un extraordinario vehículo de comunicación y de pensamiento, es el más preciado patrimonio cultural, y cualquier ciudadano responsable se rebela, con toda la razón del mundo, ante estos atentados. Considérese, además, el hecho, que no precisa de más demostraciones, de la enorme influencia de los medios de comunicación en el establecimiento y conformación de una norma lingüística. “Tenemos la autoridad sobre la lengua —afirmaba Fernando Lázaro en tiempos en que desempeñaba la dirección de la Real Academia Española—, pero el poder lo tienen los medios de comunicación”.

Y es verdad, este poder sobre la lengua es muy grande, y a ellos —a los medios de comunicación— hay que agradecer que el nivel lingüístico medio de la población se haya elevado y que el español sea una lengua de una extraordinaria unidad y cohesión. De ahí deriva la enorme responsabilidad lingüística de los profesionales de la información, por lo que difícilmente podrían encontrarse pretextos para justificar las deficiencias. Muchos ejemplos podríamos traer aquí de casos en los que la despreocupación es evidente y sus consecuencias causan estupor en los propios lectores, como estos dos ejemplos, bastante recientes y de distinta índole, de titulares que no contribuyen, precisamente, a la conformación de una norma lingüística de prestigio: “Un absurdo asalto de incontrolados dejó a Las Palmas sin asenso” (AS, 23-6-2014); “El cúmulo de malas noticias arruina la ‘rentrée’ política a Hollande y Valls” (El País, 7-9-2014). El error ortográfico del primer titular es injustificable (*asenso por ascenso); el galicismo del segundo caso pudo haberse evitado (vuelta, reinicio, retorno, entre otras, son voces españolas que sustituyen a la francesa rentrée).

No existen los duendes de las imprentas y no puede culparse siempre de nuestros errores a la inmediatez de la noticia. “Un periodista ya es un escritor si en el momento de redactar una noticia se demora diez segundos para elegir o cambiar una palabra por otra”, decía Manuel Vicent, en una conferencia que dictó en un curso que nos reunió a periodistas y filólogos en San Millán de la Cogolla.

Ciertamente, poco tiempo se necesita para consultar los excelentes manuales de ortografía y de gramática, y los magníficos diccionarios monolingües (el de la Academia, el del Español actual de Manuel Seco, el Clave de ediciones SM, por ejemplo) y otros de sinónimos y de dudas, que deben estar en las mesas de los profesionales de la comunicación o, cuando sea posible, disponibles en línea a través de Internet. “La mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor”, como recomendaba Gabriel García Márquez, alguien, como sabemos, muy próximo a la profesión.

La preocupación existe y han sido los propios profesionales quienes han llamado la atención y señalado las deficiencias. Muy resumidos y acertados son los consejos del periodista y escritor británico George Orwell, dirigidas “a quienes osaban entrar en el circuito de la escritura”: 1. Nunca uses una metáfora, un símil o cualquier otra expresión que hayas visto ya publicada. 2. No utilices una palabra o expresión larga si puedes usar una más corta. 3. Si es posible eliminar una palabra, elimínala. 4. No uses la voz pasiva si puedes usar la activa. 5. No uses palabras o expresiones de otras lenguas si dispones de equivalentes en la tuya. 6. Rompe cualquiera de estas reglas antes de escribir una barbaridad o una estupidez.

Camilo José Cela, a quien tampoco le era ajena la labor periodística, escribió un “Dodecálogo de deberes del periodista”, en el que el mandamiento número 10 rezaba así: “Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y un total respeto a la lengua. Si es ridículo escuchar a un poeta en trance, ¡qué podríamos decir de un periodista inventándose el léxico y sembrando la página de voces entrecomilladas o en cursiva!”

Existen otros intentos de profesionales por ofrecer resumidos consejos que han extraído de su propia experiencia. Ignacio Sánchez-Cuenca, por ejemplo, ha publicado “Los diez mandamientos” (El País, 22-8-2010), los que debe cumplir un artículo de opinión, e incluye varios de carácter lingüístico: tener cuidado con las subordinadas y recortar la longitud de las frases, no utilizar clichés ni frases hechas, no caer en la tentación de usar adjetivos. De Antonio Astorga son “Los veinte errores más vulgares de la lengua” (ABC, 1-2-2013), donde muestra ejemplos de confusiones léxicas tomados del libro de José A. Pascual, No es lo mismo estentóreo que ostentoso (Madrid, Espasa, 2013).

En realidad, todas las recomendaciones están orientadas a proponer que el texto periodístico (como otros muchos textos con finalidad representativa o descriptiva) posea las propiedades de la concisión (que el mensaje sea breve y directo), la claridad (uso de palabras y expresiones apropiadas) y la sencillez (huir de los términos afectados y ampulosos). Aunque —todo hay que decirlo— para conseguirlas es preciso un buen dominio de la lengua: lo difícil —permítaseme el juego de palabras— no es decir del modo más fácil las cosas fáciles y sencillas, sino el modo más fácil de decir lo más difícil.

Mi preocupación por que mis alumnos —convencidos ya de que expresión y contenido son aspectos inseparables de una misma realidad y que el periodista debe poseer un amplio conocimiento lingüístico— adquieran cierto grado de pericia en el uso de la lengua me ha llevado a indagar sobre qué aspectos es preciso hacer hincapié, cuáles son las anomalías (por no decir incorrecciones) más frecuentes en los propios medios de comunicación y proponer el modo de evitar incurrir en ellas; por ejemplo, explicar con argumentos lingüísticos por qué la nueva Ortografía no obliga a acentuar el solo adverbio o los sustantivos guion y truhan; por qué se desaconsejan los clichés y las frases hechas; por qué es un craso error el infinitivo de generalización, o por qué conviene mantener bien clara la diferencia entre una oración impersonal con se y una oración pasiva refleja.

Como no es este el lugar para exponer todo este conjunto de recomendaciones que, por otra parte, en ningún caso constituirían la panacea, haré a continuación una relación con frases (muchas de ellas ejemplos reales) que contienen veinte errores que, según mi criterio, considero muy frecuentes. No proporcionaré la forma que, según la norma vigente, se considera correcta, por si el lector desea aprovecharlas como ejercicio de autoevaluación. Si se diera la circunstancia —que no creo— de que alguien no detectase la anomalía y deseara algún tipo de orientación, podría dirigirse a mi correo electrónico (hhdezh@ull.edu.es) y allí intentaría facilitarle una solución.

Estas son las frases que contienen los errores (en algún caso hay más de uno): 1. «Sólo falta revisar 2 ó 3 páginas del guión». 2. «No se ha demostrado aún porqué ocurre siempre así». 3. «El incendio se extendió por todo aquel área». 4. «La colisión se produjo con el coche que iba delante suyo». 5. «Esta es la doceava vez que suceden hechos así». 6. «El presunto asesino le asestó sendas puñaladas en el pecho». 7. «El ex vigilante no había advertido que la puerta estaba semirota». 8. «Le enviaron la notificación a todos los miembros de la redacción». 9. «Este texto ya le había corregido antes». 10. «No se preveen tormentas este fin de semana». 11. «En aquel despacho solo habían dos ordenadores inservibles». 12. «Por el error cometido se le inflingió un fuerte castigo». 13. «El responsable debe dimitir de motu propio». 14. «Se conseguiría mejorar el target group emitiendo el reality show en prime time». 15. «Esta nueva publicación tendrá una frecuencia bisemanal» .16. «He dicho varias veces de que no se hiciera así«. 17. «No se dio cuenta que estaba cometiendo un error». 18. «Se convocarán a todos los miembros del comité». 19. «Se le hicieron las curas al herido, procediéndose a su ingreso en el hospital». 20. «Por último, terminar agradeciendo a todos su atención».

He procurado agrupar los errores (o anomalías) según el nivel lingüístico al que afecta: ortografía (acentuación fundamentalmente), morfología (concordancia, uso de los determinativos, prefijos, pronombres, verbos), léxico (confusiones por paronimia, latinismos, anglicismos, ambigüedad léxica) y sintaxis (dequeísmo, queísmo, oraciones impersonales y pasivas con se, uso del gerundio e infinitivo de generalización).

Confío en que estas orientaciones puedan ser de utilidad.

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