Un buen año (gracias por preguntar)

Tras conocer los datos turísticos del año 2013, tiempo le ha faltado a la clase política (también empresarial, aunque no siempre son distinguibles) para comenzar su habitual letanía de autobombo. Es cierto que no fue un mal año: el número de turistas extranjeros se acercó en Tenerife a los cuatro millones, la estancia media aumentó ligeramente y el gasto total subió un 3,6%. Más turistas, más tiempo, más gasto… Difícil no estar contentos.

La retórica es la habitual y en esa espiral de autocomplacencia se habla de nuevos mercados emisores, fortalezas de la isla, políticas de promoción acertadas y apuestas de futuro (nótese que cuando un político habla de apostar nunca lo hace con su dinero, siempre es con el de lo demás). Como quizás son conscientes que su papel en ese asunto es mucho menos relevante de lo que intentan trasladar, al tiempo se curan en salud advirtiendo de riesgos que podrían romper tan armonioso instante. Y esas amenazas nunca tienen que ver con la propia naturaleza del poder que ellos ya ejercen, sino de la imposibilidad para incrementar su grado de coacción sobre la sociedad en general y el sector turístico en particular. Claro que esto se consigue merced a la pasividad de unos empresarios arrobados ante los políticos sin que jamás cuestionen las razones por las que deciden tanto sobre asuntos que les son por naturaleza impropios sin que puedan acreditar demasiados éxitos, más allá de conocer medio mundo y los mejores hoteles del orbe, pagado con el dinero procedente de nuestros estragados bolsillos.

Pero los políticos son mucho más parte del problema que de la solución para el sector. La cifra de turistas extranjeros en 2013 es buena, pero no es la mejor si hacemos caso al banco de datos del Cabildo de Tenerife. Es más, en 2001 y en 2006 tuvimos guarismos superiores; sería conveniente recordar que en esos tiempos, tras la integración en la moneda única y con el papel jugado por el Banco Central Europeo en la expansión crediticia, las familias procedieron a endeudarse, no sólo para la compra de bienes duraderos, sino también y, entre otras cosas, para disfrutar de vacaciones. La inexistencia de experiencias pasadas —era un nuevo tiempo, por más que se produjeran los errores habituales al generar un ciclo económico— llevó a los empresarios al desarrollo de su actividad vía construcción de nuevos hoteles confiados en que esa situación sería sostenible en el tiempo. Es decir, existiendo unos tipos de interés artificialmente bajos y siendo el crédito abundante, se lanzaron a nuevas edificaciones que en ese momento y circunstancias sí resultaban rentables. Ese efecto llamada producido por elevadas rentabilidades —obsérvese que todo estaba basado en el crédito abundante— lleva a la Administración a decretar una moratoria, de consecuencia aún peor.

Algunos empresarios avispados —queda dicho que en ocasiones son indistinguibles de algunos políticos— cuelan sus proyectos aprovechando recovecos legales, pero perdiendo la oportunidad de contribuir a recalificar el destino. Sus proyectos, ahora, se convierten en lo que la oportunidad permitía desechando aquellos otros que, de contar con tiempo y dinero, habrían servido para mejorar mucho la oferta. Ante la hipótesis de perder legítimos derechos de propiedad, se apuesta por lo que se tiene a mano en vez de aprovechar para desarrollar otros proyectos de mayor calidad. Más hoteles, peleando por unos turistas cada vez con más opciones para elegir sus vacaciones, en un mercado cambiante con nuevos canales de comercialización y la irrupción de compañías áreas de bajo precio, donde hay que salir a conquistar a cada turista.

La consecuencia es que entre 2001 y 2006 hay una caída generalizada en el turismo extranjero que es compensada por el espectacular incremento del turismo español en tiempos de vino y rosas patrios, también basado en un crédito abundante. En su libro La era de las turbulencias, Alan Greenspan subraya que el papel del banquero central es retirar el ponche de la fiesta en el momento en que todo el mundo empieza a pasarlo bien. La resaca está garantizada y esto es lo que hemos vivido desde entonces. La cifra de turismo español está más cerca de la del año 2001 que de la de 2006 y resulta llamativo que del 1.161.922 turistas nacionales, los que vivimos en Tenerife seamos el 23% de los clientes, casi el 40% si agrupamos a todos los canarios. No puede negarse que las cosas están mejor que hace unos años, pero la tesis que defendemos en este artículo es que ha contribuido a ello más la primavera árabe, por ejemplo, que la corrección de problemas que puedan afectarnos y que no se abordan por esa permanente manía de creer que somos una potencia indiscutible.

Es decir, nuestra mejora procede de factores exógenos y de ciertos éxitos fruto de la iniciativa privada, que también existe más allá de esos empresarios expertos en crony capitalism de los que están llenos las patronales y organizaciones empresariales. Se saca pecho con frecuencia por el éxito en el mercado ruso, pero se pasa por alto que sin la labor del Gran Hotel Bahía del Duque lo demás no habría sido posible; esto es, primero es la perspicacia empresarial la que observa una oportunidad de ganancia y luego son los burócratas los que dicen que hay que seguir apostando por ese mercado, en ocasiones hasta convertirlo en masivo y haciendo que pierda su primigenio atractivo.

Se nos dice ahora que la privatización de AENA es un nuevo riesgo que afrontar. Los empresarios se suman a las críticas políticas (igual no ha quedado claro que no siempre es fácil distinguir a uno de otros) señalando la naturaleza estratégica de nuestros aeropuertos. Uno esperaría de unos empresarios que merezcan tal consideración algo más que el deseo de que sea otro el dueño del collar que les atenaza, que no pretendan que cambie una administración por otra como solución óptima. Merecerían toda nuestra confianza si, haciendo uso del ingenio que se les supone, planteasen un modelo en el que no se privatice la empresa pública en un paquete y solo al 49%, sino en aeródromos individuales o si se prefiere, provinciales para el caso de Santa Cruz de Tenerife; y en su totalidad, de tal suerte que pudiesen estar al alcance de unos empresarios que, ahora sí, tendrían el control sobre una empresa que puede contribuir de manera decisiva en favor del sector, gestionado con criterios empresariales por parte de aquellos que más concernidos se encuentran en su mejor desarrollo.

Pero llevan años demostrando que lo suyo es atracción por proximidad, que les gusta que todo se haga con cargo a los presupuestos públicos, desde la promoción turística a la gestión aeroportuaria, desde el ornato de los espacios próximos a sus hoteles a la creación de líneas aéreas. Ellos ponen los hoteles, nosotros el resto. Así que seguiremos con un sector turístico al albur de acontecimientos internacionales, dependiente de acciones que sufrimos, pero sobre las que no tenemos control alguno. Rusia y sus conflictos actuales pueden poner en jaque un mercado emisor que ha sido atractivo durante un tiempo y que sólo en 2013 aumentó en un 32%. ¿Hay plan B? Probablemente es una pregunta ante la que nuestros empresarios turísticos mirarán hacia la Administración. Con estos mimbres, poco nos ha pasado para el riesgo que hemos corrido. Pero el 2013 ha sido un buen año, gracias por preguntar.

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