¿Locutar en canario?

¿Cuál habrá de ser la modalidad del español más adecuada para utilizar en las situaciones formales de comunicación oral, como en el aula, en la radio y la televisión, en conferencias o en actos públicos de cierta relevancia? La polémica no es nueva, aunque ni siquiera la Real Academia Española ha prestado interés a la disciplina que se ocupa de la correcta pronunciación, la Ortología.

Lanzada la pregunta de cuál habrá de ser la modalidad del español más adecuada para utilizar en las situaciones formales de comunicación oral, admitamos que en la enseñanza de la lengua en nuestro país hubo momentos en que se atendió debidamente el estudio de la modalidad oral en su doble vertiente teórica y práctica; aunque lo cierto es que de un tiempo a esta parte la despreocupación por este importante canal de comunicación es un déficit más que notable en programas docentes y planes de estudio de todos los niveles educativos. Ya se ha dicho: ni siquiera la Real Academia Española ha prestado el más mínimo interés a una disciplina normativa como la Ortología.

Recientemente, han sido los especialistas en márquetin y otras disciplinas más próximas a la economía que a la filología los que han tomado el testigo que, en principio, debería estar en las manos de los especialistas en lenguaje y en comunicación. Es verdad que se observa un cierto cambio en las orientaciones metodológicas, pues la enseñanza de la lengua hablada empieza a tener presencia académica, aunque más en el campo de la investigación que en la práctica docente. Así y todo, reina, aún, cierto desconcierto; muchos docentes no saben dónde situar la enseñanza de la oralidad y se plantean serios problemas a la hora de relacionarla con los conocimientos de los distintos ámbitos de la lengua (fonológico, léxico y gramatical), que sí suelen atenderse con cierta profundidad.

Una vez situada la enseñanza de la oralidad en el lugar destacado que debería corresponderle es cuando habría que decidir qué modelo de español conviene trabajar en el aula y cuál utilizar en los medios de comunicación: la norma septentrional o castellana, como se venía haciendo en épocas pretéritas, o la norma que conoce el profesor y el periodista, la del estudiante y el oyente, según se esté radicado en una u otra modalidad del español.

Hoy ya nadie duda del carácter pluricéntrico de nuestro idioma y de la existencia de numerosas normas cultas, todas ellas legítimas y a la vez complementarias en la medida en que cualquiera de ellas es perfectamente válida para realizar con éxito las distintas funciones comunicativas en todas las situaciones que puedan plantearse. Todo hablante del español, utilizando la norma culta de su modalidad dialectal (todos hablamos un dialecto) está perfectamente capacitado para intercomunicarse con los hablantes de cualquiera de las otras modalidades: las diferencias, que, por supuesto las hay, lejos de entorpecer o empobrecer el idioma común, lo enriquecen con los distintos acentos, pronunciaciones y matices.

Así, cuando en los ámbitos de la comunicación se plantea el problema de qué norma (escrita u oral) han de utilizar los periodistas, la respuesta no ha de ser otra que la siguiente: la norma culta de su propia modalidad; así que el periodista si es canario escribirá o locutará en canario, sin renunciar a las particularidades de su dialecto, como lo haría un vallisoletano, un mexicano o un argentino, quienes, con toda seguridad, no abdicarían de ninguno de los rasgos que caracterizan a sus respectivas modalidades.

Del mismo modo, un profesor canario enseñará en la modalidad del español hablado en Canarias, y no por ningún compromiso ideológico que lo obligue a proceder de esa manera, sino porque es la modalidad que mejor conoce y, además, porque, seguro, tiene la convicción de que su español es tan bueno como el de cualquier otra modalidad, peninsular o americana. También, por qué no decirlo, para contribuir a la conformación de la norma culta del español en el Archipiélago, como han contribuido a conformarla el sistema educativo y los medios de comunicación mexicanos en México, los argentinos en Argentina y los colombianos en Colombia.

Si en las hablas canarias pueden observarse vacilaciones en la pronunciación (eses finales o aspiración [las mesas] o [lah mesah], seseo o distinción entre s y z [sapato] o [zapato]), en la morfología (ustedes o vosotros, canento o canoso) o en el léxico (guagua o autobús, empatar o unir, baifo o cabrito, por poner algunos ejemplos) es debido, muy probablemente, a la enorme influencia –quizás interferencia– de normas dialectales extrainsulares que han penetrado –y continúan haciéndolo– a través del sistema educativo, la política –más en épocas pasadas– y, sobre todo, por los medios de comunicación de ámbito nacional.

Téngase en cuenta que más del noventa por ciento de las emisiones que se reciben por radio y televisión en las Islas nos vienen en la modalidad lingüística castellana, y digo bien, pues el castellano es una más –y no siempre la mejor ejecutada– de las muchas modalidades dialectales que constituyen nuestro rico y variado idioma; conviene recordar que, también, la voz castellano se puede utilizar como sinónimo de español, polisemia que, por cierto, en ocasiones, provoca grandes y graves confusiones.

Habla bien el ciudarrealeño que lo hace con naturalidad, sin afectación, sin querer imitar otras normas que pudiera considerar superiores, como lo haría un venezolano o un peruano, menos afectados por la influencia de modalidades lingüísticas mejor valoradas. Mayores dificultades encontraría un canario (y tal vez algunos andaluces) por estar influidos constante e intensamente por otra norma –la castellana– que llegaba –y aún llega– acompañada de cierta aureola de prestigio.

Anhelos de Lázaro Carreter

No solo esta circunstancia de contribuir a la conformación de una norma culta sería razón de suficiente peso para proponer que se conceda la importancia debida desde los medios de comunicación a la modalidad canaria y a su norma, que, por supuesto, existe, sino porque hacerlo de otra manera sería actuar de forma un tanto anómala y forzada: “Pretender unificar la lengua oral sería proceder contra natura, ya que tan importantes como los anhelos unitarios, más fuertes aún son los que tienden a preservar lo individual, lo propio, aquello que nos vincula a la tierra nuestra y a nuestra gente”, como muy bien escribía, hace ya algunos años, Fernando Lázaro Carreter.

Y por si se necesitasen más argumentos en defensa de nuestra modalidad meridional podríamos acudir al testimonio de otros filólogos y escritores peninsulares o americanos: “El español de Canarias”, afirma Manuel Alvar, buen conocedor que fue de nuestras hablas insulares, “es tan buen español y de tan buena ejecutoria como el español de cualquier otro sitio; su característica está en esos elementos con que enriquece, da variedad y hace bella a la lengua común”. García Márquez en varias ocasiones calificó muy positivamente otros rasgos canarios que muchos de nosotros no hemos sabido valorar: “Era fino de gustos y maneras con la dicción dulce de los canarios”, nos dice del padre Tomás de Aquino de Narváez, tratando de suavizar su fama de hombre duro, en su novela Del amor y otros demonios.

Esta nuestra consideración lleva aparejada otra no menos importante. Si, como venimos diciendo, tan decisiva puede ser el fortalecimiento de la seguridad expresiva, esto es, la verbalización sin titubeos de los mensajes en los medios de comunicación, el nivel de responsabilidad lingüística de los profesionales habrá de ser también muy elevado. Considérese la extraordinaria proyección, propagación y penetración del periodismo audiovisual; así que si hubiera que establecer grados de responsabilidad entre los comunicadores, la palma se la llevaría, sin duda, el periodista de radio y televisión; mas, aunque parezca paradójico, no suele suceder así.

Los empleadores de las empresas informativas utilizan pruebas de valoración más exigentes para la selección de los periodistas de medios impresos que para elegir a aquellos –locutores y presentadores de radio y televisión– que, precisamente, van a tener un mayor poder de influencia. Y no solo en los aspectos lingüísticos; cuestión sobre la que también convendría reflexionar. ¿Locutar en canario? Sí. ¿En qué otra modalidad podría hacerlo un canario sin incurrir en una flagrante falta de naturalidad, en impostura, en afectación? Naturalidad que no debe suponer, de ninguna manera, ligereza, falta de rigor lingüístico ni indeseada improvisación.

Posiblemente el oyente lo ignore, pero la mayoría de los mensajes que ofrece la radio y la televisión (también el cine) no son lengua hablada en sentido estricto, sino versión oral de un tipo de lengua escrita, esto es, lectura o recitación de textos escritos previamente, aunque con apariencia de mensajes propios de la oralidad, exceptuando, claro, algunas improvisaciones de presentadores y locutores y las respuestas de los entrevistados. No hay pretexto, por tanto, para aceptar menor nivel lingüístico a las emisiones orales por aquello de que las palabras vuelan y lo escrito permanece, no solo porque hoy también permanecen las palabras –hay muchos medios técnicos para conservarlas– sino porque, como hemos dicho, su penetración e influencia en el resto de los hablantes es mucho mayor.

Locutar en canario, pues, respetando nuestro peculiar seseo, el yeísmo (si se es yeísta), pronunciando aspiradas –si es nuestra norma– las eses finales de sílaba ([lah casah], por ejemplo, aunque a veces se prefiere que la s se mantenga cuando es final de un determinante que precede a un sustantivo iniciado por vocal tónica: mejor [los ohoh] que [loh ohos], [los árboleh], que [loh árboleh]), y, también, la pronunciación aspirada de la velar fricativa sorda, representada en la escritura por las letras j y g (seguida de e y de i): [harra] y [henio], para las palabras jarra y genio.

Hay que evitar, por último, ciertos fenómenos frecuentes en el coloquio (o en la lengua oral espontánea) como la sonorización de los fonemas sordos (p, t, ch, k) o el ensordecimiento de las vocales finales. Eliminar, por supuesto, los posibles vulgarismos, por muy extendidos que estuvieran en registros de menor formalidad (*cardero por caldero, *dijistes por dijiste). Locutar en canario implicaría también verbalizar los rasgos gramaticales y léxicos generalizados en el ámbito del dialecto y que se consideran aceptables en todos los registros del español de las Islas

Naturalidad, en fin, y conocimiento de la norma. Y espero que se entiendan estas recomendaciones como modesta contribución a una comunicación más eficaz y a la conformación de una norma dialectal que es polimórfica, por razones internas y externas, algunas apuntadas y otras que ahora huelga explicar.

A mí también, parafraseando unas palabras de un magnífico discurso del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, “me parece un poco antipático controlar cómo se peina, cómo se viste, cómo come, cómo habla y cómo escribe la gente. Sin embargo uno no puede ni vestirse ni comer ni hablar como le dé la gana siempre y en todo lugar. Solo lo puede hacer hablando solo, estando solo, comiendo solo”. Y, como la lengua es un medio de diálogo y de comprensión, hemos de usarla de la manera más apropiada y consensuada cuando escribimos y hablamos para otros.

Facebook
Twitter
LinkedIn
COrreo-e
Imprimir

Patrocinadores

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad