Más comunidad para mejor convivencia

Canarias muestra una sociedad cada vez más plural y diversa, influida sobre todo por la movilidad que han protagonizado miles de personas, en particular en las últimas dos décadas. El resultado es que una cuarta parte de la población residente en Canarias en 2015 había nacido fuera del Archipiélago, siendo más del doble las personas que lo habían hecho en el extranjero que en alguna otra parte del país.

Canarias es diversa. Y cada vez tiene más personas nacidas en el extranjero, con más de un centenar largo de orígenes nacionales representados, si bien la suma de americanos y europeos roza el 85 por ciento del total. Diversidad creciente que tiene una manifiesta proyección en muchos lugares, localidades que adquieren carácter multicultural y enfrentan el cotidiano reto de la convivencia. Esta circunstancia está centrando cada vez más la atención en la configuración humana de nuestros barrios y pueblos, por lo menos allí donde se han registrado cambios importantes en la etapa más próxima, puesto que esta característica sólo había tenido un antecedente similar en otro contexto temporal, relacionado con las intensas migraciones intra e interinsulares del siglo XX.

Fue entonces cuando muchos habitantes de la propia región cambiaron de domicilio, casi siempre desde asentamientos del interior hacia los espacios urbanos más dinámicos y sus áreas de influencia; también cabe destacar aquí la importante repercusión que ha registrado en Canarias el fenómeno del retorno, sobre todo americano, pero sin olvidar el europeo y africano. Todo suma para disponer ahora de territorios conformados por muchas personas con experiencia migratoria y orígenes diversos. Con todo, no se trata de una situación particular del Archipiélago, puesto que está enmarcada en una época caracterizada por la intensificación y la ascendente complejidad de las migraciones internacionales.

El carácter insular de la región y su posición en una encrucijada para flujos de personas que circulan en distintas direcciones, confiere, sin embargo, una cierta originalidad a nuestra realidad migratoria y el resultado de su proyección en cada isla; también a sus efectos e implicaciones en distintos momentos, incluso cuando la movilidad general se ha desarrollado en etapas críticas por conjugarse con circunstancias excepcionales, como por ejemplo la llegada de miles de personas indocumentadas por vía marítima. Seguimos siendo centro de atención, pese a que los flujos han menguado de forma notable.

Existe una atención y hasta curiosidad exterior por haber recibido intensas corrientes de inmigración en un periodo corto de tiempo, sin que, en términos generales, se haya deteriorado la convivencia; sin grandes incidencias y conflictos irresolubles, y además, en un contexto institucional posterior a 2007 en el que se han recortado sobremanera los recursos económicos para invertir en lo que se ha venido a denominar la gestión de la diversidad. Incluso afectando a estrategias, programas y proyectos que podemos considerar imprescindibles para prevenir la extensión de un ambiente social contrario a los nuevos habitantes y su instalación, muchos de los cuales ya se encuentran plenamente arraigados en el Archipiélago; otros han tenido que continuar su periplo migratorio o han retornado a sus áreas de procedencia, a causa de un amplio periodo de precariedad y dificultades en el plano personal y familiar.

La mayoría de estas personas siguen aquí, plenamente instaladas y desarrollando su vida con normalidad, aunque sometidas al vaivén incierto de circunstancias que no pueden controlar, como el devenir económico que tiene efectos palpables en la ausencia de oportunidades o la ampliación de sentimientos contrarios a la diferencia, porque ahora casi todo se acaba compartiendo a causa de un mundo cada vez más integrado. Pero aún así y salvo algunas voces que no han logrado articular un discurso coral, hasta en los peores momentos de la crisis, la convivencia no se ha deteriorado de manera significativa. Debe haber muchos motivos que se conjuguen para explicar esta realidad, que ha sido muy distinta en otras partes del mundo.

Antecedentes canarios

A la hora de explicar la convivencia observada en Canarias pensamos en la experiencia migratoria acumulada durante mucho tiempo por las y los canarios, fresca todavía en la memoria de múltiples personas y familias. También en el carácter de un territorio siempre abierto a la influencia externa, que le ha mantenido en contacto directo con el resto del planeta, en cada tiempo con un acento particular. En el poder de las estructuras y redes de solidaridad, reforzadas por el nuevo tejido que se configura a partir de la movilidad, colchón para aliviar situaciones críticas y normalizar la residencia. La respuesta institucional ante las dificultades, importante aunque parcial, puesto que se ha basado más en la esfera asistencial que en la preventiva, cubriendo incluso desde lo local agujeros no atendidos a otras escalas y responsabilidades. Y sobre todo, por lo que podemos entender como prudencia social, en relación con la toma de conciencia de las consecuencias que se pueden derivar de entrar en una dinámica que en
otros lugares ajenos ha acarreado profundos conflictos y dolor.

Por ello, no todo se debe dejar a su suerte, particularmente si nos referimos a procesos sociales que entrañan temas delicados –y hasta estratégicos–, como puede ser el de la convivencia en territorios multiculturales. En este sentido, han ido articulándose diferentes iniciativas en la región, alguna de las cuales entronca con programas de alcance nacional y proyección internacional, que pretenden promover procesos de desarrollo, relación e integración que impliquen a los tres protagonistas de cada realidad en la construcción de una sociedad cohesionada: la Administración, los recursos técnicos y profesionales, junto a la ciudadanía. Nos referimos al Proyecto de Intervención Comunitaria Intercultural (ICI), que constituye un eje fundamental de la acción social en nuevos contextos donde la diversidad es importante, ya que articula en cada comunidad el ejercicio de una responsabilidad compartida, procurando poner en valor el enorme bagaje de experiencias que se han desarrollado por los diferentes agentes sociales en nuestro país.

Se trata de un proyecto a largo plazo que impulsa la Obra Social La Caixa en diferentes barrios y municipios de toda España, con el objetivo de generar un modelo de intervención social útil para impulsar procesos que favorezcan el desarrollo local y mejoren las condiciones de vida de la población, capacitar al conjunto de la sociedad para afrontar las oportunidades, retos y problemáticas de la nueva realidad y, además, prevenir y revertir situaciones de conflictividad social en pro de la convivencia ciudadana intercultural. En Canarias se encuentran en marcha dos experiencias que comienzan su andadura en dos momentos diferentes: San Bartolomé (Lanzarote) en 2010; y Taco, proyecto conjunto entre San Cristóbal de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife, en 2014.

Nuevas relaciones y respuestas

En ambos territorios se pretende generar un conocimiento compartido de la realidad y promover nuevas relaciones y respuestas a las necesidades y retos de áreas cada vez más diversas desde múltiples perspectivas, todo ello partiendo de lo ya existente. Se refuerza así el protagonismo de la comunidad, tanto en la intervención como en los resultados que se consiguen, apoyándose en equipos interdisciplinares estables vinculados a entidades sociales: la Asociación Rural de Mujeres Tiemar, en el caso de San Bartolomé; y la Fundación General de la Universidad de La Laguna, en el caso de Taco, en estrecha colaboración con los ayuntamientos de los municipios antes citados. Se desarrolla sobre todo una intervención preventiva y promocional, con carácter integrador e intención real de cambio de las situaciones más problemáticas; y, en definitiva, con una vocación transformadora, lo que deriva en el impulso de procesos abiertos a la participación ciudadana e institucional.

En definitiva, la comunidad con todos sus componentes adquiere real protagonismo en la conformación de un proceso que gana consistencia a partir del fortalecimiento de las relaciones a distintos niveles. Proceso que avanza con criterio y metodología propia, hacia la formulación de estrategias que incorporan una programación que confiere unidad y sentido al esfuerzo compartido, con el objetivo de definir prioridades de actuación en las distintas dimensiones de la realidad de cada barrio. Siempre con la premisa de que la convivencia, fruto del conocimiento y diálogo enriquecedor, es el cimiento de cualquier proyecto comunitario, más rico, sin duda, si se logra incorporar de manera adecuada el factor positivo de la diversidad.

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