“La televisión no es la verdad. La televisión es un parque de atracciones. La televisión es un circo, un carnaval, una compañía de acróbatas, cuentacuentos, bailarines, malabaristas, domadores de leones y jugadores de fútbol. Es el negocio del pasatiempo”. La vibrante y apasionada descripción ofrecida en Network, película de 1976, describía una realidad que perdura cuatro décadas después.
Tal vez cuando Peter Finch, en el papel de Howard Beale, pronunció estas palabras en Network no era consciente de que con ellas describía una realidad que perduraría con el paso de las décadas e, incluso, sobreviviría a un cambio de siglo. Poco, o más bien nada, ha variado en la naturaleza de los contenidos que día a día emiten las cadenas televisivas. La tecnología ha avanzado mucho en estos casi cuarenta años, pero la filosofía de la bien llamada caja tonta sigue siendo la misma. Por desgracia, 2014 no fue una excepción.
Pedir contenidos de calidad, una programación que forme y no deforme, o plantar cara a la presión de la dictadura de la audiencia son objetivos sumamente ambiciosos. Quizá, demasiado para empresas con los ingresos sostenidos por el delicado hilo de la publicidad. Lo cierto es que todo sigue igual pese a que hemos entrado en la era de la televisión digital, de las plataformas de canales temáticos, de la avalancha de una oferta que no para de crecer. Basta hacer un simple ejercicio: coger un mando de televisión y buscar algo que se acerque a la realidad, sin ficción. Seguro que el resultado es un interminable zapping a través de toda la parrilla televisiva hasta acabar en alguna cadena de documentales, probablemente condenada a los últimos números del menú.
Si en Canarias quitamos los canales nacionales o los dominados por las grandes productoras extranjeras, lo que nos queda no deja de ser un panorama aún más deprimente. Por un lado, unas televisiones locales asfixiadas por la crisis económica, cada vez con menos contenidos propios y plagadas de una programación de relleno, enlatada, que se adquiere a bajo coste a cualquier televisión latinoamericana. Unas cadenas cercanas, las pocas que sobreviven, que han vivido los últimos años bajo el paraguas de la incertidumbre jurídica que sostiene la nefasta política del Gobierno autonómico a la hora de regularizar el espectro audiovisual.
Tal es así que, durante 2014, los propietarios de los medios locales, los que no se quedaron por el camino, esperaron con expectación el siguiente movimiento del Ejecutivo regional, obligado a volver a puntuar las ofertas presentadas al concurso de adjudicaciones de la TDT, anulado judicialmente por una inexplicable chapuza de sus responsables. No fue hasta 2015, justo antes de que se produjera el cambio de legislatura, cuando la Viceconsejería de Comunicación dio a conocer la nueva puntuación de la mesa de valoración. Con unas televisiones más pendientes de los juzgados que de su propia programación, difícilmente se puede apostar por contenidos de calidad y, lo que es peor, contratar al personal adecuado y en la cantidad necesaria para conseguir tan complicado objetivo.
Con los canales locales con la soga al cuello, y mientras las grandes cadenas se agarran a la audiencia que les generan los reality shows, sólo nos queda confiar en las cadenas públicas, aunque también parece que mal vamos por ese camino. Televisión Española prácticamente ha reducido a espacios residuales sus contenidos en las Islas, después de la limpieza de personal que ha protagonizado en los últimos años. A ello se suma una dirección cada vez más politizada desde la llegada del PP a la Moncloa. Esto no lo digo sólo yo, sino los trabajadores que no se han escondido a la hora de dar conocer, para eso son periodistas, la situación que padecen, sobre todo en la sección de informativos.
‘Annus horribilis’
La Televisión Canaria, la nuestra, probablemente vivió en 2014 uno de sus peores años. Descartado en un ente público el baremo de la publicidad, que para eso los presupuestos destinan cada año un trozo del pastel a su financiación, su éxito pasa por una programación que cubra las expectativas que deben exigirse a un canal autonómico. Ahí, el ente lleva años sin pasar del suspenso. Con una parrilla que gira sobre el eje de las fiestas y romerías, difícilmente se puede aspirar a convertir un medio en un referente. El equilibrio que debe existir entre entretenimiento, cultura e información se tambalea cada vez que se sintoniza la TVC.
Los informativos, sin duda, han sido la gran asignatura pendiente. Cuando el orden de prioridades de las noticias lo marca el morbo y el espectáculo, se entierra cualquier principio de respeto al interés general y a la necesidad de cubrir las necesidades de lo público.
Si a eso sumamos la politización de los contenidos, la censura y la parcialidad, el desastre está servido. De quedar la cosa ahí, estaríamos ante un mal endémico de la gran mayoría de cadenas regionales que se subvencionan a través del bolsillo del ciudadano, ese al que no consiguen identificar con su programación. Pero siempre puede ser peor.
2014 fue el año en el que el exdirector del ente Guillermo García protagonizó esperpénticas intervenciones en el Parlamento de Canarias, al que incluso llegó a ocultar información. Pero también fue el año en que se denunciaron graves ilegalidades que, presuntamente, cometió durante su gestión el conocido comunicador, que llegó al cargo empujado por la mano, o más bien el dedo, de Paulino Rivero. La investigación policial posterior ha puesto al descubierto un sinfín de actuaciones cuanto menos cuestionables, como los millonarios contratos a una productora para la elaboración de programas que, en su mayoría, nunca llegaron a la parrilla. Con el caso judicializado, y la imputación de García, la imagen de la Televisión Canaria se arrastra sobre el fango.
Ahí, en el barro, es donde se mueve ahora Santiago Negrín, el nuevo máximo regidor del ente, el primero elegido directamente por el Parlamento, para intentar limpiar poco a poco los restos del pasado. Alguien puede pensar que no se puede hacer peor, pero no deja de ser una tarea complicada limpiar los antecedentes, sobre todo cuando estos seguirán golpeando el presente a medida que la brecha en el melón se vaya haciendo cada vez mayor y podamos ver con más nitidez su contenido. Por no ser del todo negativo, cabe apuntar que todos estos problemas no son fruto de la idiosincrasia canaria, ni nada que se le parezca.
Sólo es necesario echar la vista hacia lo que ocurre en las cadenas nacionales. Si se repasa el ranking de los programas más vistos en 2014, cualquier duda se disipa: fútbol, más fútbol, Eurovisión, series de ficción y reality shows; con alguna excepción que nos lleva a pensar que existe un pequeño hueco para la esperanza de que algún día podremos estar Salvados de este circo mediático. Mientras tanto, que continúe la función.