El fin del papel… ¿y de los periódicos?

La difusión conjunta de los cinco diarios editados en Canarias no llega a los 45.000 ejemplares, con unas pérdidas cercanas al sesenta por ciento en apenas una década.

Juan Luis Cebrián, que hasta la primavera de 2018 fue presidente de El País, uno de los diarios más reputados del mundo, vaticinó hace un lustro, durante la gala de los XXVII Premios Ortega y Gasset de Periodismo, que “en el año 2043 se producirá la desaparición de los periódicos impresos en el planeta, porque no habrá lectores que los compren”. En su día me parecieron unas predicciones apocalípticas, pero hoy pienso que está muy cerca de la realidad. Y que igual se equivoca por defecto, no por exceso.

Admitamos el apocalipsis: el periodismo impreso va a desaparecer. Y más temprano que tarde. Es posible que en el futuro se sigan editando diarios –al igual que hay tiendas que venden discos de vinilo– y que en los kioscos, librerías o vaya usted a saber dónde se puedan comprar unas hojas de papel con textos, fotografías y hasta algún gráfico. Y que en varias de esas páginas aparezcan unos (pocos) anuncios. Si alguien quiere llamar periódico a eso, está en su derecho. A partir de aquí, una matización: este contumaz lector de diarios no teme que desaparezca el periodismo impreso.

Y no lo teme pese a haber estado empleado con mejor o peor salario en el sector de la prensa escrita desde hace treinta años y contar con un diploma en su gaveta que acredita que es licenciado en Ciencias de la Información, aunque presuma de ser más un lector de periódicos que un periodista. O lo que es lo mismo: se va a quedar sin trabajo y sin su principal distracción. Pese a ello, lo que preocupa a este lector irredento de periódicos –pese a su progresiva presbicia– no es que desaparezca el papel, sino que desaparezcan los periódicos. Y también debería preocupar a la sociedad.

Dicho de otra forma: el problema no es el soporte, sino la información. Algunos tardamos más en adoptar los avances tecnológicos, pero todos lo hacemos: hace una década, lo moderno era leer un diario en el ordenador del trabajo y ahora, cuando todos hojeamos –aunque no pasemos hojas– nuestras cabeceras de referencia en el móvil, aquello suena viejuno. Y lo de consultar el teletexto en televisión se emparenta con lo jurásico como dentro de unos años, cuando el periódico se lea en un soporte que ahora ni imaginamos, consultar el móvil parecerá una costumbre paleolítica.

Pero el problema de la prensa no está en el soporte, sino en el producto. Cada lector tendrá sus preferencias, pero si el producto es bueno, el dónde leerlo no es importante. Lo grave es que el producto no es bueno y que sobre el papel, el monitor del ordenador o la pantalla del móvil se reflejan los conflictos que denuncia el Informe Anual de la Profesión Periodística y que en Canarias se multiplican: aumento del paro, precariedad laboral, falta de independencia de los medios, horarios imposibles, presiones económicas y políticas, sometimiento al poder, intrusismo laboral…

Con 264 demandantes de empleo “como periodista” en Canarias en septiembre de 2017, los afortunados que sí tienen trabajo admiten que “la elaboración de comunicados de prensa” y la “promoción de la empresa en las redes sociales” son dos de las tres actividades a las que más tiempo dedican. Y no parecen labores que ayuden a construir un buen producto y corregir la caída en las ventas de los cinco periódicos que aún sobreviven en Canarias. Pese a ello –o tal vez por ello– la mitad asegura sufrir “estrés” o “hartazgo del trabajo”, amén de “pérdida de motivación”.

Las cifras que ofrece la OJD (Oficina de Justificación de la Difusíon), muy fiables en el ámbito del papel, son concluyentes: en la última década (2007–2017), marcada por la crisis económica y los avances tecnológicos, la difusión de los cinco periódicos editados en Canarias ha caído por debajo de la mitad. Aunque uno, el Diario de Avisos, no ofrece datos desde 2015 al abandonar este organismo. En la optimista hipótesis de que sus ventas se hubieran mantenido desde entonces, la difusión conjunta no llega a los 45.000 ejemplares diarios, con unas pérdidas del 57,22% en una década.

Además, por el camino desapareció La Gaceta de Canarias en noviembre de 2008. Y antes, el 31 de diciembre de 1999, el vespertino Diario de Las Palmas se integró en La Provincia. Así, si retrocedemos un cuarto de siglo, vemos que los 152.063 periódicos canarios vendidos en 1993 se han convertido en 44.031. ¿Se compensa esta caída en la difusión con el crecimiento de lectores en Internet? Pues no. Por mucho que lo maquillen plataformas de medición de dudosa credibilidad, algo que en menor medida afecta a la OJD Interactiva, que controla la difusión de los sitios web en Internet.

Lejos de poder creer las cifras que se otorgan algunos medios, es obligado recurrir a la que, pese a todo, es la fuente más fiable: la OJD Interactiva. Las cifras de abril de 2018 dan un promedio de 138.483 visitantes diarios al Canarias7 y 43.471 a El Día. Eso sí, con una duración de minuto y medio por visita, calificarlos de lectores resulta arriesgado. ¿Y el resto? Se han dado de baja. Diario de Avisos tenía 79.991 visitantes diarios en mayo de 2017, pero ahora se ha integrado en El Español, digital de ámbito nacional con casi dos millones de visitantes diarios.

Con esas cifras de visitantes en Internet, no calificables como lectores, es evidente que el debate hay que alejarlo del soporte y acercarlo a la calidad del periódico. Y más allá de buscar excusas externas, las redacciones deberían hacer un ejercicio de autocrítica, desde los máximos responsables hasta los redactores. Uno de esos errores propios, “la falta de rigor y neutralidad a la hora de informar”, es admitido por el 13,4% de los periodistas. Y más de la mitad de la profesión reconoce ser “recopiladores de informaciones de otros, en vez de generadores de información original”.

¿Más autocrítica? Pues sí: un tercio de los periodistas esgrime “perder libertad e independencia por miedo a perder el trabajo” y un cuarto dice que “no hay tiempo para contrastar informaciones”. Y al hablar de las presiones recibidas, que admite más del 75% de la profesión, la mayoría no las focaliza en el poder político o económico, sino “en lo propios responsables del medio informativo” para “cambiar la orientación de la noticia”. Además, casi el ochenta por ciento de los presionados “cede a la presión” por “miedo a represalias” o porque “es lo que le interesa a la empresa”.

Y si los periodistas no están a gusto al elaborar el periódico, la desaparición del papel y de las cabeceras periodísticas van a estar ligadas. El remedio no es ofrecer periodismo a la carta. Antonio Caño, director de El País hasta esta primavera, lo advertía antes de abandonar su cargo: “El mayor peligro del periodismo es que cada vez más gente sólo quiere leer noticias con las que está de acuerdo”. El error no es mostrar una ideología, pues siempre hubo diarios de distintas tendencias, sino mimar tanto al lector que, cuando no lee lo que quiere leer, abomina del periódico.

En definitiva: ese lector al que sólo le ofrecen noticias de su agrado, le resta credibilidad al periódico cuando no pone lo que él quiere. Y reacciona como el niño mimado que es: deja de comprar ese diario “vendido” a un poder difuso. Rara vez entenderá que la realidad no es como le gustaría, que esa formación política que defiende se ha corrompido, que ese líder al que detesta ha tenido una buena idea, que el alcalde al que estima inepto ha acertado, que su artista preferido ha desafinado o que su equipo de fútbol ha sido superado por el eterno rival sin influencia arbitral.

Ante una situación así, la apuesta del medio puede ser “educar al lector” o “malcriar al lector”. Y se ha optado por “malcriar (más) al lector” y no por hacer un periodismo riguroso, guste o no a nuestro target, odiosa palabra usada por unos responsables que cada vez atienden más al márketing –otra odiosa palabra– y menos al periodismo. Se ha emprendido así un camino, malcriar en vez de educar, que no tiene retorno. Como fue un error malcriar a los lectores con el gratis total en Internet, en vez de educarlos y que entendieran que es preciso pagar por una (buena) información.

Incrustado en nuestro ADN aquello de que “lo que se da no se quita”, es difícil que una cabecera periodística –y menos en Canarias– cobre para poder leer su periódico en Internet. Algunos amagan con intentarlo, pero la realidad es que en la Red se hace preciso vivir de la publicidad… y los pinchazos. Y por ahí se cuela un mal del ejercicio periodístico específico de Internet: titular de “forma llamativa” para que “el lector entre en la noticia”. O sea, para que pinche y la lea. O al menos, para que pinche y descubra que, más allá de un título llamativo, no hay sustancia.

Titular de “forma llamativa” no es exagerar o mentir, que también ocurre, sino “generar curiosidad”. Un ejemplo: usted no pincharía en la noticia “La Orotava –o la localidad que usted quiera– figura entre los diez pueblos más bonitos de España” salvo que usted sea de La Orotava… pero sí pincharía en la noticia “Un pueblo de Canarias, entre los diez más bonitos de España”. Por criterio periodístico, nadie titularía así en un periódico impreso, pero en Internet es casi obligado hacerlo. ¿Aporta algo? Periodísticamente, nada. Y a la larga, agota al lector. Pero suma pinchazos.

Más allá de “generar curiosidad”, la segunda variante del titular llamativo es “generar polémica”. Y cualquier excusa sirve, incluso que un ignoto medio de un lejano país coloque al Teide en Gran Canaria o a la playa de Las Canteras en Tenerife. Pueden pasar meses para descubrir la noticia, pero una vez publicada en un medio canario están garantizados miles de pinchazos y tropecientos comentarios para maldecir al medio que cometió el error o alentar conspiraciones. ¿Aporta algo? Periodísticamente, nada. Y alimenta los peores instintos. Pero suma pinchazos. Y comentarios.

¿Hay soluciones? Pues sí: elaborar un buen producto. En papel y en Internet. No el mismo, sino complementario. Aprovechando la inmediatez de la Red y las ventajas del periódico impreso: uso de fotografías y gráficos, análisis, investigación, reportajes… Eso sí, habría que hacer lo contrario de lo hecho en los últimos años. Si hay malos resultados con redacciones famélicas, noticias rutinarias, nula investigación, sumisión al poder, horarios agotadores, intrusismo, sueldos indignos, criterios no periodísticos y una apuesta por malcriar al lector… igual conviene cambiar el rumbo.

P.D. ¿El futuro del periodismo puede estar en Twitter? Pues no, porque 140 caracteres no son periodismo. Y 280, tampoco.

Facebook
Twitter
LinkedIn
COrreo-e
Imprimir

Patrocinadores

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad