El Festival de Música de Canarias, en sus 34 ediciones, siempre ha sido un atractivo objeto de deseo y poder.
La calma llega tras la tormenta, pero la tempestad puede estallar en cualquier momento si se vuelve a navegar por aguas procelosas con un capitán de navío temerario. Esta metáfora sirve para describir el panorama que rodea en la actualidad al Festival de Música de Canarias, que bajo la organización del Gobierno de Canarias, a través de Canarias Cultura en Red, protagonizó una de las mayores polémicas que se han vivido en el sector cultural isleño antes, durante y después de la celebración de su 33ª edición, en 2017.
Del caos se ha pasado a la paz. En un solo año, gracias a una 34ª edición “de transición”, según el propio Ejecutivo autonómico, que ha recuperado la paz social y la estabilidad presupuestaria.
El Festival de Música de Canarias siempre ha sido un atractivo objeto de deseo y poder. Desde su puesta en marcha y durante sus 34 ediciones ha sido un punto de encuentro social para empresarios y políticos, un supuesto escaparte internacional de las Islas en el exterior, y una cita ineludible en el calendario para los melómanos, locales y foráneos con residencia en el Archipiélago.
Pero como casi todo en la vida, el Festival ha sido incapaz de contentar a todos. No ha tenido la habilidad o no ha querido abrir sus puertas a todo el arco de profesionales e interesados en la música, tanto con su programación como con la toma de decisiones estratégicas. Esto es lo que explica lo sucedido en los últimos años.
Desde su puesta en marcha, con el fallecido Rafael Nebot al frente, el Festival de Música se decantó por la música sinfónica. Traer a las más prestigiosos directores, solistas y sobre todo grandes orquestas del panorama internacional fue el objetivo. Fueron años en los que no se escatimaba en gastos. Tiempos de Socaem en los que esta cita invernal contó con presupuestos faraónicos para presumir de la visita de orquestas como la Sinfónica de Londres, las filarmónicas de Viena y Berlín, la Concertgebouw de Ámsterdam y batutas como la del mítico Carlos Kleiber, al frente de la Sinfónica de Radiodifusión de Babiera, en la 25ª edición. El listado de artistas de relumbrón es interminable, mientras que el de grandes formaciones orquestales se completó, ya con Candelaria Rodríguez como directora, con el fichaje de la Sinfónica de Chicago tras una inversión que rondó el millón de euros.
La llegada de la crisis
Cuando esta musicóloga grancanaria tomó las riendas en sustitución de Juan Mendoza, el Festival bajó a la tierra. No por decisión propia, sino por la llegada de la crisis económica. La aportación directa del Gobierno de Canarias se redujo drásticamente y los escasos patrocinadores privados con los que se contaba se esfumaron.
Esta nueva realidad presupuestaria no supuso un cambio en la línea de programación. Se redujo el número de orquestas y artistas, pero se mantuvo la apuesta por orquestas sinfónicas y solistas clásicos.
La presencia de intérpretes y compositores canarios era simbólica. Solistas como los pianistas Iván Martín y Gustavo Díaz Jerez y clarinetistas como Cristo Barrio asomaban la patita de vez en cuando junto a formaciones foráneas. Los estrenos por encargo directo de la organización tenían como protagonistas, en algunas ocasiones, a los compositores de las Islas.
Esta apuesta, junto con la ausencia de veladas con piezas de nueva creación y estilos que no fueran clásicos, siempre levantó ampollas. Tanto entre algunos pesos pesados de la política insular como entre los profesores de los conservatorios y los músicos y artistas locales. Se sentían excluidos y no entendían cómo un festival al que el Gobierno autonómico aportaba tanto dinero no contaba con ellos de una forma estable y significativa.
Y llegó Nino Díaz
Con el cese de Candelaria Rodríguez, en 2016, cambió todo. Mariate Lorenzo, consejera de Turismo, Cultura y Deportes, apostó por el compositor lanzaroteño Nino Díaz, como coordinador de este evento. Este músico, que había estrenado una de sus piezas en el Festival años atrás que dirigió Valery Gergiev, trajo la revolución desde Berlín, ciudad en la que llevaba años residiendo.
Heredó en la 33ª edición formaciones ya contratadas por Candelaria Rodríguez, como la Mahler Chamber Orchestra, la Academy of Ancient Music y el Mozarteum Salzburgo, así como el espectáculo titulado Goyescas. Las tres, de formato medio, eran el complemento del regreso de la Sinfónica de Chicago en el que trabajaba Rodríguez. Apuesta que le costó, en buena medida, el cargo de directora, ya que el Gobierno que preside Fernando Clavijo rechazó repetir la millonaria inversión que implicaba el regreso de la formación que tiene como titular a Riccardo Mutti.
Nino Díaz lo cambió todo. Para empezar contrató un equipo de profesionales externos para desarrollar el Festival. No confiaba en el personal de Canarias Cultura en Red e impuso a su personal. Dijo públicamente que los abonados no eran importantes, sino que el objetivo era captar nuevos espectadores. El malestar de los primeros fue evidente con una caída en el número de abonos vendidos y los segundos jamás aparecieron.
También se apostó por disparar el número de pequeños conciertos de pequeño formato, tanto en las islas no capitalinas como en Gran Canaria y Tenerife. La cifra total de conciertos se disparó hasta los 83.Díaz abrió los brazos a la música contemporánea y a piezas clásicas poco habituales en los repertorios más populares. Llegaron formaciones como el Cuarteto de Cuerdas de La Habana, el Emsemble Villa de la Orotava, el Dúo Antwerp y Pedro Barboza Patchwordk Ensamble, entre otros, con una presencia significativa de intérpretes y compositores locales.
Otra apuesta localista fue la inclusión, con gira por las islas incluida, de las bandas municipales de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, lo que disparó el malestar entre los defensores de un Festival con vocación internacional.
El festival de la crispación
Antes de arrancar, la 33ª edición estaba rodeada de un clima de crispación absoluto, tanto en la calle como en los medios de comunicación. Durante su desarrollo y, sobre todo después, saltó a la actividad parlamentaria. En buena parte de las sesiones de los últimos meses este evento tuvo una notable presencia.
El resultado de la apuesta es de sobra conocida a estas alturas. Cerró, tal y como confirmó en su auditoría la Audiencia de Cuentas, con un déficit de 418.000 euros, con un fracaso absoluto de público, con Mariate Lorenzo cesada como consejera del Gobierno, y Nino Díaz lejos del Festival.
El concurso para elegir al nuevo director fue declarado desierto por un jurado que presidía Tilman Kuttenkeuler, director general de la Fundación Auditorio Teatro de Las Palmas de Gran Canaria. Se optó por Jorge Perdigón. Su buen talante y su implicación con una edición que no había programado y en la que el Gobierno suprimió algunas apuestas de Nino Díaz en busca de la coherencia ha traído el sosiego.
La transición de Jorge Perdigón
A falta de que el Ministerio de Cultura, a través del Inaem, confirme su aportación de 70.000 euros, el Festival cerrará con un superávit de más de 100.000 euros. Desde el punto de vista musical, la 34ª edición fue de pura transición, con la Filarmónica de Múnich como único eco de las grandes orquestas del pasado.
Jorge Perdigón, que ha sido contratado para pergeñar la 34ª y 35ª edición, desvelará en los próximos meses qué Festival de Música de Canarias tiene en mente. Ha avanzado su idea de llevar a cabo un ciclo de música contemporánea en otras fechas, bajo el amparo del mismo certamen, que parece una mano tendida hacia los sectores críticos con la línea sinfónica, clásica e internacional.
Este apartado, junto con la puesta en marcha de la Joven Orquesta de Canarias, abre un camino hacia la conciliación del sector interesado en la música clásica. Un terreno minoritario, pero que en las islas es un foco de atracción de poder e intereses económicos. Un campo ideal para tormentas y periodos de calma, como el que vive en este 2018 el Festival de Música de Canarias.