La apuesta audiovisual canaria, amparada en su condición de plató natural y las ventajas fiscales, busca su lugar en el mercado mundial.
Si marcáramos una línea imaginaria entre la producción literaria del siglo XVII y la cinematográfica en el XX y XXI, podríamos unir dos elementos muy distantes y que quizás muchos académicos ortodoxos jamás relacionarían: Don Quijote y Star Wars. La creación de Cervantes y la saga espacial de Lucas comparten paisajes comunes, por lo menos lo han hecho durante 2017.
Ese territorio compartido, entre la meseta castellana y los sistemas planetarios de una galaxia muy lejana, se encuentra en Fuerteventura. La isla majorera recibió el año pasado los rodajes de dos de la películas más esperadas en 2018: Han Solo y El hombre que mató a Don Quijote. Que el Halcón Milenario sobrevuele las dunas y playas de Jandía o que el ingenioso hidalgo recorra La Oliva es un ejemplo de la importancia que, año tras año, adquiere Canarias como plató cinematográfico al aire libre; y no solo hablamos de proyección turística nacional e internacional, también lo hacemos del retorno económico. En el caso de Han Solo, el Cabildo de Fuerteventura ha cuantificado el beneficio en alrededor de 14 millones de euros, y durante el rodaje del film llegaron a trabajar cerca de 300 figurantes seleccionados en la propia isla.
El ejemplo de Fuerteventura no es caso aislado. El Archipiélago acogió el rodaje de más de una treintena de producciones audiovisuales durante 2017. Según los datos del Gobierno de Canarias, esta cifra supone el triple de los realizados en 2013, dejando más de 30 millones de euros y un millar de empleos directos en un año. Y con todo, este repaso no recoge los trabajos realizados para las campañas publicitarias con destino a la televisión, otro nicho de mercado que genera en las Islas grandes beneficios desde hace años.
El resumen de 2017 en números es el siguiente: 32 rodajes, con mayoría de largometrajes (18) y producciones españolas (20). Así aparece en la recapitulación de Canary Islands Film, el organismo que aglutina el trabajo de las diferentes estructuras insulares dedicadas a la promoción cinematográfica, las film commissions. Un saldo que ha conllevado “un total de 1.085 contrataciones, sin incluir figurantes o proveedores, solo profesionales locales que trabajan durante todo el rodaje”.
¿Industria consolidada?
Pero, ¿podemos hablar de una industria consolidada? ¿En qué se diferencia este repunte de producciones respecto a otras épocas? A nadie se le escapa que el principal atractivo para los rodajes que recalan en nuestras islas tiene que ver con la variedad de paisajes disponibles y la cercanía entre ellos, lo que abarata los costes.
Además, hay que sumar otras ventajas: las infraestructuras disponibles, la fácil conexión con los grandes centros de producción y, algo que suele olvidarse en estos repasos, el clima y las horas de sol al año. En mayor o menor medida, las Islas siempre han contado con estos atractivos. Desde que en 1896 una producción Lumière recalará en Santa Cruz de Tenerife, de camino al continente americano, para inmortalizar a las “mujeres isleñas abasteciendo carbón a la escuadra”, a los Kulturfilme alemanes en la década de los años 20 y 30 del siglo pasado, pasando por la corta filmación de Gaumont de la erupción del Chinyero en 1909, la situación geográfica de Canarias siempre ha jugado un papel decisivo.
El resurgir de las producciones nacionales e internacionales de la última década, que guarda más relación con los recursos paisajísticos y climáticos del Archipiélago, tiene más similitud con lo vivido en los años 50 y, sobre todo, en los 60. La apertura del régimen franquista propició la llegada de varios rodajes de renombre: Moby Dick (1956) o Tirma (1956). La definitiva configuración de España como destino turístico internacional posibilitó, por ejemplo, que Raquel Welch se paseara por Lanzarote y Tenerife en Hace un millón de años (1965) y que las bestias prehistóricas tomarán Gran Canaria y Fuerteventura en Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra (1968). El cine también jugó un papel fundamental para la promoción turística de Canarias en el resto del país, y las producciones nacionales recalaron esos años con relativa asiduidad.
Para valorar la importancia de las Islas durante esa época, dos datos. En 1966, la Metro Goldwyn Mayer presentó una solicitud de permiso de rodaje en España, incluyendo Canarias, para llevar a cabo algunas escenas de 2001: Una odisea del espacio (1968). En 1969, se rumoreó con la llegada a Lanzarote de David Lean para rodar La hija de Ryan (1970). Ni Kubrick ni el director inglés filmaron en el Archipiélago, pero es una muestra del papel que las Islas adquirieron en los años 60.
Uno de los últimos ejemplos de esta primera época dorada, ya en los 70, lo encontramos junto a Lee Van Cleef cabalgando entre los Roques de García y el Charco Verde en Por la senda más dura (1975).
La fiscalidad como diferencia
Retomando una de las preguntas iniciales, sin duda el factor diferencial de estos últimos años, elemento que también ha influido en las cifras de 2017, tiene que ver con las políticas fiscales aplicadas a las producciones cinematográficas. No hay que olvidar que en 2009 se declaró al sector audiovisual canario como estratégico y a nadie se le escapa que existe una lucha internacional por la búsqueda de las inversiones cinematográficas, pelea que se juega a través de los incentivos fiscales. Con deducciones que se sitúan entre un 40 y un 45 por ciento, Canarias intenta consolidarse en el mercado nacional e internacional. El fenómeno turístico de la trilogía de El señor de los anillos vivido en Nueva Zelanda, o el caso islandés –también experimentado en varias localidades españolas– con la serie Juego de Tronos, convierte al cine, y al audiovisual en general, en uno de los mejores formatos de promoción turística.
Aun así, el modelo canario, a mitad de camino entre lo que podemos llamar un escenario de paso, ese plató natural fotogénico, de postal, y la estructura que encontramos en ciudades como Budapest o Londres, necesita seguir construyendo un tejido industrial sólido, formado por técnicos y creadores de las Islas. En ese camino se están dando algunos pasos desde el ámbito privado y también desde las administraciones públicas.
La recuperación de las subvenciones a la obra audiovisual canaria o la creación de empresas –según datos del Registro de Empresas Audiovisuales Canarias se ha pasado de 25 en el año 2014 a 61 en el 2017–, entre ellas las dedicadas a la animación, anima a pensar en Canarias no solo como un paisaje de parada y fonda para las producciones foráneas.
También suma la consolidación de festivales como el Festivalito de La Palma, Tenerife Shorts, el Festival Internacional de Cine de Las Palmas, MiradasDoc, el Festival de Cortos Villa de La Orotava, Fimucité, el Festival Internacional de Cine Medioambiental de Canarias o Animayo, entre otros, junto a la creación de nuevos espacios como el Festival Internacional de Cine Fantástico Isla Calavera.
Queda por tanto dar el paso en el ámbito creativo; queda que los creadores y técnicos canarios aprovechen el incipiente tejido industrial para sacar adelante sus propias historias, y que cuenten, como las grandes superproducciones, con el apoyo de las administraciones y las ventajas fiscales de las Islas. De esa manera, experiencias como las de los hermanos Ríos, Juan Carlos Fresnadillo o Andrés Koppel serán habituales y no quedarán como trabajos anecdóticos en los anuarios cinematográficos.
El impulso de la última década debe dar sus frutos; la apuesta audiovisual canaria tiene que aprovechar los réditos del éxito nacional e internacional. Para sobrevivir en el sector es necesario potenciar el valor añadido del capital humano de las Islas y tejer una red pública-privada que vaya de la mano. De eso depende que dentro de 50 años no veamos al Halcón Milenario sobrevolando Fuerteventura de la misma manera que hoy vemos el bikini prehistórico de Welch. Una industria cinematográfica se construye buscando algo más que una postal para el recuerdo.