La mejor manera que tienen los periodistas de contribuir a la formación lingüística de los ciudadanos es la de su propio ejemplo.
No deja de resultar llamativo observar el camino paradójico de nuestro sistema docente, pues, frente al imparable proceso de globalización que estamos viviendo, en el ámbito educativo se dirige en el sentido contrario: de la interdisciplinariedad de la enseñanza de épocas pasadas vamos a la sectorialización de los conocimientos, hacia el asignaturismo, neologismo con el que ya se conoce esta tendencia fragmentadora de los saberes en multitud de asignaturas.
Ahora –y lo acabo de comprobar en unas jornadas a las que he asistido–, muchos profesores de enseñanza secundaria demandan la radical separación entre Lengua y Literatura, para que cada disciplina tenga asegurado su espacio y poder responder, así, a las exigencias de un currículo cuya efectiva impartición van a supervisar los responsables políticos del sistema (también político, incompresiblemente, en materia de educación). Tal es la presión a la que están sometidos los docentes que no les ha quedado tiempo para pensar que la solución estaría en disponer de más horas de docencia para dos materias íntimamente relacionadas: Lengua Española y Literatura.
He querido empezar con esta ilustrativa anécdota, que surge de una situación real, para utilizarla como pretexto para romper una lanza en favor de la interdisciplinariedad en la que siempre he creído como estrategia ideal para extraer rentabilidad material y espiritual de nuestros saberes, de nuestra experiencia intelectual: y huelgan los ejemplos y las anécdotas relacionados con la hiperespecialización (Fulano sabe mucho de X, pero es un verdadero burro), tan negativa, sin duda, como la hipergeneralización, el riesgo del conocimiento superficial del que ya nos ha advertido Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Madrid, Taurus, 2011).
La trampa de la especialización
Sí que ha sido un motivo fundamental para estas consideraciones sobre la interdisciplinariedad mi participación como presidente de un tribunal para el acceso a una plaza de profesor universitario, del área de Periodismo, con el perfil de “Periodismo Especializado”. La candidata, muy bien informada y formada en esta especialidad periodística, expuso en su magnífica lección los diferentes tipos de periodismo especializado (científico, económico, religioso, turístico, deportivo, cultural), y habló, incluso, de las tipologías más recientes: periodismo biomédico, medioambiental, nanotecnológico… Y, si bien en la primera clasificación no veía por ningún lado atisbo de relación entre distintos aspectos disciplinarios, observé que las tendencias más modernas sí que iban por ese camino. Las respuestas que me dio a mis preguntas fueron plenamente satisfactorias y confirmaron mis sospechas: las clasificaciones las proponen los especialistas en comunicación desde las alturas de sus despachos universitarios, como si fuera a estas propuestas a las que deberían adaptarse los profesionales de a pie.
Posiblemente la excesiva limitación del corsé tipologizador dificulte la interdisciplinariedad, y la visión de la realidad, que de por sí es interdisciplinaria, sea representada por los profesionales, de manera parcelada en exceso, en lo material y en lo ideológico, pues cuando eran alumnos aprendieron muy bien sus lecciones de Periodismo Especializado. Por eso propongo que este periodismo, con el que mejor pueden contribuir los medios de comunicación con su función formativa, atienda a las verdaderas demandas de los ciudadanos y se plantee críticamente una renovación de los planteamientos curriculares en las facultades de comunicación.
Y debería hacerse desde un punto de vista perceptivo –insisto–, porque es probable que algunos tipos de periodismo de la clasificación tradicional ya no interesen tanto, y el tiempo dedicado a trabajar las competencias propias para desempeñarlo pudiera dedicarse a la ampliación de otros conocimientos y al desarrollo de otras habilidades. Como pudiera ser, por ejemplo, a cualificarse en lo que vamos a denominar “Periodismo Lingüístico”, cuyo interés e importancia justificaré a continuación.
Y podrá decirse ahora –claro que sí– que estoy arrimando el ascua a mi sardina, y utilizo a propósito esta expresión coloquial, la más general, la más compartida, porque la sardina en este caso no es de mi exclusiva propiedad, sino que es de todos, pues se trata de la lengua, un condominio que constituye nuestro principal patrimonio cultural.
La lengua como materia prima
La lengua no es solo la materia prima del trabajo periodístico, y este hecho justifica sobradamente la importancia que debe tener en la formación de sus profesionales, sino que, además, suscita un extraordinario y general interés en la sociedad, frente a lo que primera vista pudiera parecer. Porque es comprensible que exista interés periodístico –y de ahí el interés por su divulgación– por las cuestiones relacionadas con las ciencias experimentales, las disciplinas técnicas o las de la salud (a la mayoría le interesa el descubrimiento de un nuevo fármaco anticancerígeno, de un material ultraligero o el último invento en telecomunicación); sin embargo, la divulgación de cuestiones relacionadas con los avances que se producen en el seno de las ciencias sociales o humanas no parece tener tanta trascendencia social. Ni la aplicación de técnicas modernas a los estudios paleográficos o los posibles logros de la lingüística computacional parecen despertar la curiosidad en quienes no están relacionados o familiarizados con la Historia o con la Filología.
Pero hay cuestiones que sí interesan (a cualquier ciudadano no especialista), y mucho, –y esto podemos demostrarlo–, como por ejemplo cuál es la situación del español en relación con otras lenguas del mundo, o cuál el lugar que ocupa entre las lenguas de la Unión Europea, o si esta u otra modalidad dialectal se aproxima más o menos al prototipo de norma culta (si es que existe un único modelo).
Interesa, por ejemplo, todo lo relacionado con el denominado sexismo lingüístico, con la lengua que utilizan nuestros jóvenes (olvidamos que también lo fuimos y utilizábamos términos propios de nuestra jerga de entonces y abreviaturas a mansalva en los apuntes universitarios), y en cada región del idioma (mexicana y centroamericana, caribeña, andina, chilena, austral, castellana, andaluza o canaria) surgen dudas acerca del uso que debe hacerse de sus peculiaridades. Y, desde luego, interesa también todo lo relacionado con los diccionarios: la aparición de un nuevo repertorio siempre despierta un gran interés, y los medios de comunicación suelen hacerse eco de estas nuevas publicaciones.
Para que el lector se haga una idea del número de publicaciones de tema lingüístico que se publican, considérese que en solo dos meses, sin pretender ser exhaustivo, he registrado un total de 40 artículos, como el titulado Aporofobia, el miedo al pobre que anula la empatía, de Milagros Pérez Oliva. Sería interesante comparar el número de artículos publicados en este período sobre medicina, astrofísica o economía con los de tema lingüístico: sí dejaremos a un lado los relacionados con el deporte y la política. En los que nos ocupan, los de temática lingüística, los hay de especialistas que practican el género “artículo de divulgación lingüística”, pues tienen unas características determinadas, como la periodicidad y una extensión definida (Álex Grijelmo, Lola Pons, Lola Galán); de periodistas con un notable interés por los asuntos lingüísticos (como Rosa Montero, Félix de Azúa o Juan José Millás).
Ejemplos en Canarias
En nuestra Comunidad también se publican artículos periodísticos sobre cuestiones lingüísticas, aunque pocos y no con la frecuencia que sería deseable, ya que la situación geopolítica de la modalidad del español hablado en Canarias genera muchas incertidumbres, y vendría bien una buena información adicional cualificada. Hoy, por fortuna, gran parte de las dudas las viene resolviendo con total solvencia la Academia Canaria de la Lengua a través de su página web (academiacanarialengua.org) y por medio de jornadas, charlas y conferencias.
Quien suscribe practicó la divulgación lingüística entre los años 1998 y 2003 (gran parte de aquellos artículos de divulgación se recogen en el libro Una palabra ganada. Notas lingüísticas); hoy, una de las personas que más esfuerzo ha dedicado a estos asuntos de la divulgación lingüística es Carlos Acosta García. En sus artículos, de variada temática, hay muchos relacionados con la lengua: muchos y muy acertados entre los más de 600 que publicó en el periódico El Día. Más tarde lo hizo en el Diario de Avisos, y hasta hoy –ya por mucho tiempo– continúa en La Opinión de Tenerife ofreciéndonos sus reflexiones lingüísticas que revelan una extraordinaria formación y exquisito sentido del idioma.
La demanda de estos asuntos sobre la lengua y la necesidad de una sólida formación para ejercer la divulgación lingüística justifican el reconocimiento del “Periodismo Lingüístico” como una rama transversal e interdisciplinar del Periodismo Especializado que desde la perspectiva docente se conformará como materia que enseñar y sobre la que investigar, y, desde el punto de vista profesional, como compromiso ineludible del periodista debido a la elevada responsabilidad lingüística que lleva aparejada su tarea.
En cualquier caso, el mejor periodismo lingüístico, la mejor manera que tienen los profesionales de la comunicación de contribuir a la formación lingüística de los ciudadanos es la de su propio ejemplo.