Al final de la escapada

La pandemia frena en seco el crecimiento de Fuerteventura y le hace replantearse el camino a seguir

Fuerteventura despertó del sueño de un día para otro. Tras décadas de crecimiento, la pandemia frenó en seco la economía de una isla que había puesto todos sus esfuerzos en convertirse en una potencia turística. De repente, el mundo se paró y Fuerteventura tuvo tiempo para pensar que, quizá, no había dejado de huir hacia adelante.

Tomamos prestado el título de una película de Jean Luc-Godard para este artículo, repaso de los últimos años en la Maxorata, vista durante décadas como una tierra de oportunidades y que, a día de hoy, está hibernando, como el resto de las islas, a la espera de que lleguen tiempos mejores, y con la duda, y puede que el temor también, de si realmente volverán esos vientos favorables.

En la década de los sesenta del siglo pasado, la segunda isla en extensión del archipiélago (1.600 kilómetros cuadrados) tenía unos escasos 15.000 habitantes, pero veinte años más tarde ya doblaba su población. En 2010, la cifra ya rondaba las 100.000 personas, fruto ello sin duda de un boom poblacional ligado al desarrollo del turismo y las infraestructuras. De repente, Fuerteventura se puso de moda. En la década pasada el crecimiento se mantuvo, pero con una cierta tendencia a la estabilización, alcanzándose en 2020 los 119.000 habitantes.

La Maxorata actual es, más que nunca, una mezcla de culturas. A los locales se unen foráneos que un día decidieron echar raíces en esta tierra. A los peninsulares españoles, mayormente gallegos, que llegaron a trabajar en la construcción y que luego se quedaron sirviendo en los hoteles que ayudaron a edificar, se han unido europeos de distintas nacionalidades, con un especial crecimiento en los últimos años de italianos: 7.000, según el censo de 2019. Un fenómeno que se puede ver en toda Canarias (en Tenerife hay unos 27.000) y que en Fuerteventura se concentra sobre todo en los pueblos de El Cotillo y Corralejo, en el municipio de La Oliva.

El frenazo

La pandemia irrumpió de la noche a la mañana y provocó un cero turístico histórico. De un día para otro, el paro se duplicó y solo el salvavidas de los ERTE contribuyó a frenar la caída. Lanzarote y Fuerteventura tenían en junio de 2020 un 55% más de desempleo que un año años antes y casi 62.000 trabajadores en el paro o en ERTE.

Pero incluso echando la vista un poco más atrás resulta de justicia reconocer que antes de la pandemia, la isla ya no crecía a la velocidad de antaño. Y no es que ello respondiese a un plan preconcebido, sino que más bien se debía a la crisis de 2008 y sus derivadas.

Con inquietud se ha observado en los últimos años como los intereses turísticos ya no solo miran para la costa, sino también para zonas de interior

El paréntesis actual ha servido para que el majorero se replantea algunas cuestiones. Parece que aún está a tiempo de salvarse el carácter virginal de la isla y que tan atractivo ha resultado para el visitante, buscando un sitio para perderse del mundo.

Fuerteventura conserva espacios de una gran riqueza natural: Cofete, las dunas de Corralejo, Isla de Lobos… Aún es posible pasear en soledad por playas del norte o del sur. Y eso es un tesoro que la Isla no puede perder. Controlar el acceso a estos espacios es una necesidad, lo que es tanto como decir que debe aumentar su protección.

Con inquietud se ha observado en los últimos años cómo los intereses turísticos ya no solo miran para la costa, sino también para zonas de interior, como Lajares y Villaverde, que en unos pocos años han cambiado su fisonomía. Idéntica preocupación existe por los planes de sembrar la isla de parques eólicos y tendidos de alta tensión.

Harían bien los gobernantes en conseguir no solo diversificar la economía, sino la oferta al visitante. Frustrado el proyecto de Eduardo Chillida para la montaña de Tindaya, en Pájara trabajan a marchas forzadas para hacer realidad el museo de Pepe Dámaso. Copiar al vecino conejero no estaría mal, que ha construido un discurso en torno a Manrique y Saramago que enrique el destino, como lo ha sabido hacer Barcelona en torno a Gaudí y el Modernismo.

Fuerteventura no se puede quedar de brazos cruzados mientras ve cada mañana subirse a los ferris a cientos de turistas que van a pasar el día al parque temático Lanzarote. Eso y seguir luchando, por ejemplo, para lograr de una vez por todas el cierre del campo de tiro de Pájara, una mancha en el paisaje.

Resulta de justicia reconocer el esfuerzo realizado en los últimos años por el empresariado y la administración en la renovación de la planta alojativa, dejando atrás el bloque de apartamentos y transformándolo en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Un fenómeno que se ha visto acrecentado durante la pandemia, aprovechando el bajón en las cifras de visitantes.

En Canarias ha aumentado en los últimos años la preocupación por las vidas que se pierden en la costa. Ahogamientos y accidentes en prácticas de deportes extremos han pasado a formar parte del día a día en esta tierra. En Fuerteventura se ha realizado un gran esfuerzo por dar seguridad a las zonas de baño con una creciente presencia de socorristas, aunque su número aún parece insuficiente para los cientos de kilómetros a cubrir.

A Canarias, en general, y a Fuerteventura, en particular, le conviene no perder de vista el Brexit y sus consecuencias. Antes de la pandemia era un tema que obviamente preocupaba en la isla, que tiene en el mercado británico su mayor y más fiel cliente. A medida que el turismo vuelva se irá viendo el efecto de la salida de los británicos de la Unión Europea, pero mientras eso llega se deben buscar otros mercados escasamente explotados como por ejemplo el francés. 

El turismo ha transformado la vida de los majoreros en solo unas décadas, primando el sector servicios sobre una ganadería que, no obstante, aún está presente y que exporta orgullosa a medio mundo sus renombrados quesos. Ahora que se habla de producto de kilómetro cero y de sostenibilidad ha llegado el momento de mirar un poco más al campo y… al mar. Está muy bien pedirlo, pero se debe levantar la voz para que los pescadores de la isla puedan, por ejemplo, optar a hacerse con algunos de los atunes que pasan cada año frente a nuestras costas. Las actuales cuotas de pesca son ridículas y asfixian a un sector eminentemente artesanal, muy respetuoso con el sostenimiento del medio marino.

Promover el producto local no puede ser solo un discurso, pues parece una ironía en un territorio que paga en la cesta de la compra la doble insularidad. Hay que ponerse manos a la obra de una vez y darle seguridad al trabajador del sector primario. Se puede y se debe hacer.

Hablar de Fuerteventura es hacerlo también de una isla que vive la política con pasión de norte a sur, tanto en los ayuntamientos como en el Cabildo. En las elecciones locales de 2019 se vivió la misma guerra que en el resto del archipiélago, la del PSOE por quitar cuotas de poder a una Coalición Canaria dando cada vez más señales de agotamiento tras 25 años siendo la fuerza influyente.

Se ha escrito y hablando mucho del caso Gesturpa o del caso Dedocracia. La prensa ofrece casi a diario informaciones con problemas de origen urbanístico, un mal que en Canarias no nos abandona. Ha faltado estabilidad en las instituciones, que en Fuerteventura han sufrido como en pocos sitios la fragmentación del panorama de partidos.

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